Cayó la muralla china

 

Nota del entonces Secretario de Planeamiento Estratégico Dr. Jorge Castro publicada en el Diario Clarín el 20 de noviembre de 1999
Para el autor de esta nota, Jorge Castro, que actualmente se desempeña como Secretario de Planeamiento Estratégico de la Nación, el acuerdo recientemente suscripto entre China y los Estados Unidos representa una oportunidad histórica para el agro argentino. Implica, entre otras cuestiones, una mayor apertura del mercado agrícola chino, fortaleciendo la corriente de exportaciones del MERCOSUR agroalimentario.

El acuerdo comercial firmado entre China y los Estados Unidos es el acontecimiento más importante del proceso de globalización de fin de siglo; marca un punto de inflexión en la economía mundial. Tiene, además, una extraordinaria significación para la Argentina y para todos los países del MERCOSUR. En un sentido amplio, este acuerdo tiene un significado mayor que el efecto hondamente distorsivo que produce la persistencia de la política de subsidios agrícolas de la Unión Europea y los Estados Unidos. Es el golpe más duro infligido al proteccionismo agrícola desde el fin de la Ronda Uruguay del GATT, en 1993.

China se ha comprometido a una baja de aranceles aduaneros del 22,1% actual al 17%. También ha prometido eliminar por completo los subsidios a las exportaciones, en primer lugar las agrícolas, dar derechos de distribución a exportadores norteamericanos y abrir su mercado a servicios bancarios, financieros y de telecomunicaciones, segmentos del mercado chino hasta hoy cerrados a empresas extranjeras.

Pero la novedad más importante para la Argentina y el MERCOSUR es la apertura del mercado agrícola, que contará con aranceles del 15%. Por su parte, los Estados Unidos se comprometieron a suprimir gradualmente sus cuotas de importación para los productos textiles chinos. Esta apertura constituye la más radical reforma estructural desde que Deng Xiaoping lanzó su política de vuelco a la economía de mercado en 1978.

El significado que tiene para China este acuerdo es equiparable a ese giro de 1978 y al viaje de Deng Xiaoping a las provincias chinas del sur en 1992, que consolidó irreversiblemente el modelo de reformas, tras la oleada conservadora nacida de la represión de Tiananmen (1989). Representa, sobre todo, la consolidación del liderazgo reformista de Jiang Zemin, actual presidente chino y del primer ministro Zhu Rongji. Lo que hace China con este acuerdo es aceptar el imperio de las reglas y la ley internacional, que es la lógica deliberadamente espontánea del sistema globalizado.

El acuerdo allana el camino para que todos los países puedan introducir sus servicios y mercancías en un mercado de más de 1.200 millones de habitantes, no sólo el mayor del mundo sino también el de mayor y más rápido crecimiento económico. China ha crecido en las dos últimas dos décadas a una tasa de alrededor del 10% anual. Su producto bruto se cuadruplicó en 20 años. Su ingreso real per capita se duplicó en 10 años. Hizo lo que Gran Bretaña durante la Revolución Industrial, sólo que el Reino Unido tardó 60 años y China lo hizo en diez.

Sin embargo, la producción de alimentos no siguió el mismo ritmo, aunque sí acompañó la tendencia general de crecimiento de la población. En 1980 se producían 300 millones de toneladas de granos, mientras que en 1998 se alcanzaron 500 millones de toneladas.

China, con el 7% de la superficie agrícola del planeta, tiene que alimentar al 22% de la población. Además, sigue perdiendo tierras por la creciente e imparable urbanización e industrialización. Todos los años, el avance de la urbanización determina la pérdida de cerca de un millón de hectáreas, incluidas las que se destinan a nuevas carreteras y otras obras de infraestructura.

En el 2030, la población china llegaría a su apogeo con 1.600 millones de habitantes, es decir que habría 400 millones de bocas más para alimentar. El acuerdo con los Estados Unidos forma parte de una política que tuvo su primer resultado en septiembre de este año, cuando M Xiaobe, vicedirector general de la Comisión Estatal para la Planificación del Desarrollo, admitía el alto costo del abastecimiento alimentario y proponía bajar del 98,5% de autoabastecimiento actual a un 95% en los próximos diez años y a un 90% hacia el 2030. Hoy, esta incipiente apertura del mercado agrícola chino adquiere un carácter generalizado.

Ese acuerdo con los Estados Unidos implica un aumento sustancial de las exportaciones agrícolas en un plazo históricamente breve. Sin embargo, el mayor potencial de crecimiento, tanto de la producción como de las exportaciones, está en la Argentina y en el MERCOSUR.

A partir de la revolución tecnológica de la última década, la Argentina está alcanzando el nivel más alto del mundo en disponibilidad de granos per per. Con 36 millones de habitantes y cosechas de maíz y trigo de 30 millones de toneladas, está en casi una tonelada de cereales por habitante y por año. El promedio mundial es de 300 kilos. En el caso de la soja, la diferencia es impresionante: la producción es de 18 millones de toneladas, lo que da un per cápita de 500 kilos. El promedio mundial es de 26 kilos, con un crecimiento vertiginoso desde 1970.

La soja hoy es el principal motor del MERCOSUR. Es el tercer producto de exportación de Brasil y el primero de la Argentina. La soja cubre ya ocho millones de hectáreas de la Argentina y casi 13 millones en el Brasil. El MERCOSUR es la única región del planeta con tierras inmediatamente disponibles para la producción agroalimentaria. Estados Unidos, que este año sembró 30 millones de hectáreas, manteniendo el liderazgo mundial, sólo puede expandir el área sojera a expensas de otros cultivos.

El boom sojero se explica por la demanda creciente de sus dos grandes derivados: el aceite y la harina proteica. Esta es insustituible para la producción de alimentos balanceados para todo tipo de animales.

La incorporación de tecnología a la producción agrícola produjo en la Argentina una verdadera revolución en el sector. En la década del 90 se produjo una sucesión de cosechas récord, hasta alcanzar los 66 millones de toneladas en 1998. Por estos cambios tecnológicos, aumentó la productividad del sector y subió el precio de la tierra.

El potencial de crecimiento del sector agroalimentario en la Argentina y en el MERCOSUR sitúan a nuestro país y a la región en inmejorables condiciones para ser proveedores de alimentos de primera línea del gigante asiático. Esto fue comprobado por la Secretaría de Planeamiento Estratégico en el viaje realizado a China a principios de este año, por invitación del gobierno de la República Popular en las conversaciones mantenidas en esa oportunidad con altos funcionarios del gobierno chino.

Este enorme mercado asiático se presenta como un gran desafío y una excepcional oportunidad para el agro argentino. Constituye el mercado en expansión más importante, con un crecimiento extraordinario, cuya potencial demanda será la base para la expansión en gran escala de las exportaciones argentinas.

La estructura de proteccionismo agrícola en Europa es parte de una sociedad hondamente subsidiada. La alternativa estratégica para la Argentina consiste en ampliar su libertad de acción a partir de la apertura de nuevos mercados. Estos se centran principalmente en el sudeste asiático y, en particular, en la República Popular China.

Por ello, el aumento sostenido de la productividad del agro, junto con esa búsqueda incesante de nuevos mercados, especialmente el de China, eje de la demanda alimentaria mundial en las próximas décadas, constituyen la clave estratégica para el crecimiento sostenido del sector, principal instrumento de inserción de la Argentina en la economía mundial globalizada en el siglo XXI.

Jorge Castro , 20/11/1999

 

 

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