La contradicción principal.

 

La verdadera contradicción principal que enfrenta la Argentina de hoy es entre el aislamiento externo y la reinserción internacional. Nos guste o no, la perspectiva de resolución efectiva de la infinidad de cuestiones pendientes está inscripta en la dilucidación de esa alternativa.
La reciente visita a Buenos Aires del Subsecretario para Asuntos Interamericanos del Departamento de Estado norteamericano Otto Reich, y las declaraciones públicas que la acompañaron, revela elocuentemente hasta que punto, y más allá de las palabras, la verdadera contradicción principal que enfrenta la Argentina de hoy es entre el aislamiento externo y la reinserción internacional. Nos guste o no, la perspectiva de resolución efectiva de la infinidad de cuestiones pendientes está inscripta en la dilucidación de esa alternativa, que no admite ninguna escapatoria.

En términos prácticos, el aislamiento externo no demanda ningún esfuerzo considerable. Es simplemente el mantenimiento del statu quo. No precisa siquiera un programa económico alternativo. En todo caso, requiere contar con las espaldas suficientes como para aguantar las consecuencias sociales de esa opción, que bajo cualquier circunstancia supone la prolongación de la decadencia económica y la profundización del empobrecimiento colectivo.

La reinserción internacional, en cambio, implica tres condiciones básicas: una visión estratégica coherente, un liderazgo sólido y un fuerte poder político. Sin esos tres elementos, esa pretendida reinserción no es más que una expresión de deseos o una mera fantasía electoral.

No estamos ante un menú de múltiples opciones entre las que podemos elegir según las preferencias ideológicas de cada uno. En estas circunstancias históricas, Estados Unidos es el país eje del sistema de poder mundial. El único punto de partida posible para la reinserción internacional de la Argentina es entonces la negociación de un acuerdo político entre el nuevo gobierno constitucional y la administración republicana de Washington.

Pero la viabilidad de un acuerdo estratégico de esta naturaleza no depende solamente de la voluntad política y mucho menos de la buena voluntad. Tiene necesariamente que contemplar los intereses fundamentales de las dos partes.

Desde los atentados del pasado 11 de septiembre, la Casa Blanca fijó inequívocamente como máxima prioridad de su política exterior la guerra contra el terrorismo transnacional. La definición de amigos y enemigos surge, en primer lugar, de la ubicación de cada país en esa contienda global.

En este sentido, cabe decir que la Argentina tiene por delante una extraordinaria oportunidad, probablemente irrepetible. En el actual contexto regional, puede transformarse en el principal aliado estratégico de los Estados Unidos en el Cono Sur de América.

El claro y nítido alineamiento de la Argentina en esta guerra mundial de nuevo tipo contra el terrorismo transnacional constituye la condición necesaria para tornarse en un país políticamente relevante a ojos de Washington. No se trata simplemente de discursos, pronunciamientos diplomáticos y respaldo en los diferentes organismos internacionales. Exige también un apoyo efectivo en materia de inteligencia y en los frentes de combate que vayan presentándose en el curso de esta azarosa contienda, sea en la Triple Frontera, en Colombia o en Irak.

Esta posición cuenta a su favor con la existencia de antecedentes valiosos y muy cercanos, que es conveniente capitalizar ahora. En la década del 90, la decisión de asumir una activa participación en la Guerra del Golfo inició un camino de acercamiento que culminó exitosamente en 1998 con el reconocimiento de la Argentina como el primer, y hasta ahora único, aliado extra OTAN de los Estados Unidos en América Latina.

En el marco de una asociación estratégica con los Estados Unidos, fundada en el esfuerzo común para edificar un nuevo sistema de seguridad global de carácter cooperativo, es ampliamente posible encarar una negociación política y económica que impulse la reinserción internacional del país y ayude a reconstruir rápidamente la confianza internacional en el presente y en el futuro de la Argentina.

Cualquier otra supuesta alternativa es pura retórica. El aislamiento externo no necesita acción. Con la omisión alcanza y sobra. De allí que toda propuesta política que no establezca la prioridad estratégica de un acuerdo entre la Argentina y Estados Unidos significa, en los hechos, agudizar el ostracismo internacional. En última instancia, eso y ninguna otra cosa es lo que habrá de dirimirse en la "interna" justicialista y en las elecciones presidenciales que se avecinan.
Jorge Castro , 15/07/2002

 

 

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