Dos opciones, pero una sola alternativa política.

 

La indispensable reformulación del sistema institucional argentino, reclamada a gritos por la inmensa mayoría de la opinión pública, no puede sino comenzar con la reconstrucción del vértice del poder político, que reside en la Presidencia de la Nación.
El adelantamiento de la elección presidencial indica que los acontecimientos políticos se precipitan vertiginosamente. La profundización de la crisis acorta todos los plazos. En menos de siete meses, Eduardo Duhalde es el tercer presidente constitucional que, desbordado por las circunstancias, resuelve acortar su mandato legal, como antes sucediera, aunque con modalidades distintas, con Fernando De la Rúa y con Adolfo Rodríguez Saá. Si se agrega a esta cuenta la renuncia anticipada de Raúl Alfonsín, cabe concluir que, desde la restauración de la democracia en 1983, el único presidente constitucional que pudo cumplir íntegramente su mandato legal, y en dos oportunidades consecutivas, fue Carlos Menem. Este mero dato estadístico indica que incluso el cronograma anunciado puede todavía resultar modificado por la brutal dinámica de los hechos. No es nada improbable que la propia convocatoria electoral acentúe el ya notorio debilitamiento del actual gobierno de transición.

En ese sentido, la discusión planteada en torno a la caducidad de la totalidad de los mandatos electivos nacionales, provinciales y municipales gira en torno a la irrealidad. En la actual situación de emergencia, corresponde más que nunca distinguir lo principal de lo accesorio. La indispensable reformulación del sistema institucional argentino, reclamada a gritos por la inmensa mayoría de la opinión pública, no puede sino comenzar con la reconstrucción del vértice del poder político, que reside en la Presidencia de la Nación. A partir de la legitimación de la autoridad presidencial, será posible encarar seriamente esa transformación impostergable.

La resolución de las elecciones internas abiertas del Partido Justicialista es ahora el único vector político que permite avanzar hacia una resolución de la crisis. No se trata ya de una simple cuestión partidaria. Es un asunto de máximo interés nacional. Porque, después del estruendoso fracaso del gobierno de De la Rúa, el peronismo quedó erigido, no tanto por sus propias e innegables virtudes como por el fenomenal colapso de la experiencia de la Alianza, en la única fuerza política en condiciones de garantizar la gobernabilidad del país.

La Argentina necesita reconstruir, en las nuevas condiciones históricas del siglo XXI, el liderazgo político de aquella coalición de fuerzas que en su momento posibilitó la realización de las grandes reformas estructurales de la década del 90, una transformación que quedó aproximadamente a mitad de camino. Y, al igual de lo que ocurrió en 1989, el centro de gravedad de esa coalición sólo puede estar situado dentro del peronismo.

Más allá de la danza de nombres, el panorama electoral es diáfanamente claro. Es cierto que en la próxima contienda presidencial participará también otra coalición de fuerzas, vertebrada alrededor de la candidatura de Elisa Carrió. Pero esa coalición, que nuclea a vastos sectores desilusionados por el fracaso de la Alianza, no es más que el intento de recrear, con un nuevo ropaje, el fallido experimento del FREPASO, encarnado no hace tanto tiempo por Graciela Fernández Meijide y Carlos Álvarez.

Puede decirse que en las elecciones que se avecinan, en un escenario de fuerte polarización, competirán entonces dos candidatos, pero habrá una sola opción de gobierno. La ingobernabilidad no es una alternativa.
Pascual Albanese , 05/07/2002

 

 

Inicio Arriba