La regionalización de la crisis.

 

Lo que ocurre en Brasil no es consecuencia directa de lo que sucede en la Argentina. Tiene causas propias. Sin embargo, existe un importante común denominador, que no es de naturaleza económica sino de carácter estrictamente político.
Una de las características centrales de la globalización es que tiende a diluir la antigua diferencia entre lo exógeno y lo endógeno en materia económica. El "afuera" y el "adentro" constituyen dos categorías en vías de desaparición, a medida que se acelera el ritmo de la integración económica mundial. De allí que el concepto de "contagio" tampoco sea el más apropiado para definir la naturaleza de la constante y creciente interacción entre los distintos sistemas económicos nacionales, convertidos hoy en "subsistemas" que actúan dentro del torrente mundial de la economía globalizada. Más que contagio, hay una continua interinfluencia.

En este nuevo escenario internacional de la globalización, el problema principal de todos los países emergentes es, siempre y en todos los casos, la capacidad del poder político de realizar a tiempo las reformas estructurales necesarias para la constante adecuación de sus sistemas económicos a las brutales pero ineludibles exigencias de incremento permanente de sus niveles de productividad, que surgen de la dinámica de una economía mundial cada vez más integrada y ferozmente competitiva.

Lo que ocurre en Brasil no es entonces consecuencia directa de lo que sucede en la Argentina. Tiene causas propias. Sin embargo, existe un importante común denominador, que no es de naturaleza económica sino de carácter estrictamente político. En la Argentina, la crisis económica es el resultado de una crisis política, originada en el paulatino debilitamiento del sistema de poder que sustentó las reformas estructurales de la década del 90. Dicho debilitamiento afectó progresivamente la confianza interna y externa. En un lapso asombrosamente corto, se tradujo primero en interrupción del flujo de capitales y después en fuga de capitales, que provocó una brutal reducción de las reservas monetarias y desencadenó el colapso del sistema financiero. El punto de partida de ese abrupto declive político fue la asunción del gobierno de la Alianza, en diciembre de 1999. El pico culminante del estallido fue la caída de Fernando De la Rúa, la cesación de pagos y la salida de la convertibilidad, en enero de este año.

En Brasil, asistimos a una situación que presenta ciertos rasgos semejantes a los que signaron la primera fase de aquel proceso de desintegración del poder político en la Argentina. La quiebra de la coalición oficialista, producida en febrero del año pasado por la ruptura entre el presidente Fernando Henrique Cardoso y su principal aliado político, Antonio Carlos Magalhaes, ex-gobernador de Bahía y líder histórico del Partido del Frente Liberal (PFL), implicó la erosión del sistema de poder que garantizó la gobernabilidad de Brasil desde la estabilización de su economía, obtenida mediante la implementación del "Plan Real". El ascenso de la candidatura de Lula y su probable victoria en las elecciones presidenciales de octubre próximo no son la causa sino la consiguiente y fatal consecuencia de la disgregación de la coalición gobernante. La brusca irrupción de una tendencia hacia la desintegración del poder político determina la aparición de una crisis de confianza, tanto nacional como internacional, que se expresa en estos días en el debilitamiento del real y en el espectacular aumento de la tasa riesgo país.

En ambos casos, la respuesta estratégica a la cuestión planteada no puede sino ser acorde con su naturaleza. Ninguna alquimia económica ni ninguna negociación internacional pueden abrir paso a la superación de una crisis eminentemente política. Brasil y la Argentina, en vísperas de sendas elecciones presidenciales, afrontan el desafío de recrear políticamente, en las nuevas condiciones del siglo XXI, las coaliciones de fuerzas que en la década del 90 les permitieron a ambos países construir el MERCOSUR y avanzar en el camino de su inserción internacional.
Jorge Castro , 24/06/2002

 

 

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