Duhalde, después de ensayar danzas y contradanzas, llega a junio desprovisto de los apoyos institucionales de los que nació su presidencia, obligado a respirar el oxígeno que le administran y condicionan los gobernadores y forzado a abandonar el programa "anti-modelo" que predicó desde 1997. |
Después de su último viaje a Europa, donde descubrió la intensidad del proceso de globalización, Eduardo Duhalde parece haber iniciado su camino de Canosa. El discurso aislacionista de los primeros meses, las ilusiones proteccionistas que predicaba el hoy desvanecido Ignacio De Mendiguren, los coqueteos con los economistas del llamado Polo Social, han cedido su lugar a un esfuerzo denodado por cumplir las precondiciones del Fondo Monetario Internacional. La alianza bonaerense con radicales y frepasistas da señales claras de fisura y el Presidente debe recostarse sobre las advertencias - abiertas o discretas - que le proponen los gobernadores justicialistas.
La reunión desarrollada una semana atrás en Santa Rosa, La Pampa, testimonia ese giro. Los gobernadores se mostraron dispuestos a ayudar al Presidente a encarrilar las negociaciones con el Fondo, le aconsejaron una atención mayor a los problemas de seguridad, lo instaron a encarar la resolución del corralito y le señalaron que, una vez encauzadas esas cuestiones, sería hora de anticipar los comicios. El viernes, tanto Felipe Solá como José Manuel De la Sota decidieron decir en voz alta lo que se había asordinado en La Pampa: "Lo lógico sería que luego de un acuerdo con el FMI haya elecciones presidenciales; indudablemente hay un gobierno débil y lo mejor es votar", resumió el gobernador de Córdoba.
En rigor, lo que los líderes provinciales peronistas saben es que habrá elecciones anticipadas tanto si sale el acuerdo con el Fondo como - con más precipitación aun- si éste no se concreta.
El último jueves el gobierno movió todas sus fichas para aprobar en el Senado la derogación de la ley de Subversión Económica. El mensaje oficialista a todos quienes podían incidir en la suerte de la derogación tuvo tintes dramáticos: "Si no se aprueba, cae el Presidente", apuraron a los senadores justicialistas díscolos, a los radicales y hasta al partido Liberal de Corrientes, al que pertenece el senador Lázaro Chiappe, que - habiendo declarado que ésta no era la oportunidad adecuada para derogar la Ley - no llegó, sin embargo, a tiempo al Aeropuerto para abordar el vuelo de línea que le permitiría votar en consecuencia en la Cámara Alta. El gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, resolvió ese inconveniente poniendo a disposición de Chiappe un avión de su provincia. El correntino viajó, no más, a Buenos Aires.
Si Chiappe se hubiera quedado en Corrientes le habría facilitado las cosas a la UCR (y a los hombres del gobierno que se resisten a dar por terminada la alianza con el radicalismo). Quizás por eso el senador liberal recibió en su provincia un interesante llamado telefónico del jefe del bloque de la UCR en la cámara alta, Carlos Maestro. ¿Fue para pedirle que se escabullera de la oferta de Kirchner? En cualquier caso, a Chiappe ya le resultaba imposible faltar a la sesión.
El radicalismo, conmovido por tensiones internas que cuestionan al eje bonaerense Alfonsín-Moreau, se encontraba encerrado por un discurso que lo forzaba a votar contra la derogación, pero era conciente de que esa actitud conducía a un quiebre de la alianza con el duhaldismo y al consiguiente riesgo de perder las posiciones de poder que esa política le ha deparado. Esa necesidad de mantener la alianza vergonzantemente es, quizás, lo que permitió que la senadora radical rionegrina desertara de la votación permitiendo así un empate en primera instancia en 34 votos que se resolvió con el sufragio, por la derogación, del presidente provisional del cuerpo, Juan Carlos Maqueda. En conjunto, el episodio retrató el esfuerzo desmedido que le requiere al gobierno sancionar sus propuestas, la atmósfera de fragilidad extrema que se respira en los círculos oficiales y el deterioro de la base original de poder en que se asentó la presidencia de Duhalde, "un acuerdo entre el radicalismo y el peronismo bonaerense - recordó el viernes José Manuel De la Sota - ... ya que los gobernadores no participamos de su elección".
Duhalde, después de ensayar danzas y contradanzas, llega a junio (el que será su sexto mes de gestión) desprovisto de los apoyos institucionales de los que nació su presidencia, obligado a respirar el oxígeno que le administran y condicionan los gobernadores y forzado a abandonar el programa "anti-modelo" que predicó desde 1997. Resulta obvio que esos jirones no constituyen una fuente de fortaleza, sino una revelación de la precariedad de su poder. La evidencia es tan clamorosa que conspira contra la recuperación de la confianza interna y externa y acaso influya asimismo sobre los negociadores del Fondo, en quienes ahora se depositan tantas esperanzas del gobierno. ¿No pensarán ellos que es preferible invertir cualquier ayuda recién cuando haya un presidente que tenga por debajo la fuerza que emerge de las urnas? |
Jorge Raventos , 03/06/2002 |
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