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Cómo generar una nueva opción política. |
Texto completo de la exposición de Jorge Castro en el seminario organizado en Rosario, el 31 de mayo y el 1 de junio, por la Fundación Libertad - de esa ciudad - y por la Fundación Naumann, del Partido Liberal de Alemania. |
El viernes y sábado pasado tuvo lugar en Rosario un importante seminario, organizado por la Fundación Libertad, de esa ciudad, que preside Gerardo Bongiovanni, y por la Fundación Naumann, del Partido Liberal de Alemania.
En el transcurso de ambas jornadas de trabajo expusieron, entre otros, Ricardo López Murphy, Patricia Bullrich, Rosendo Fraga, Miguel Angel Broda, Vicente Massot, Manuel Mora y Araujo, Roberto Cortés Conde, Adolfo Sturzenegger, Enrique Morad, Marcos Victorica, Roberto Cachanosky, Roberto Starke y el presidente del Instituto de Planeamiento Estratégico, Jorge Castro.
Esta exposición de Jorge Castro se realizó en el panel sobre "Generación de Opciones Políticas Racionales para Argentina".
La confianza es a la política y a la economía, lo que el oxigeno a la Naturaleza. No es un elemento más, es la condición misma para la existencia. La Argentina sufre hoy, ante todo y sobre todo, una formidable crisis de confianza nacional e internacional. Es, por definición, entonces, una crisis eminentemente política. Sin una previa reconstrucción del poder político, toda alternativa, por inteligente y lúcida que aparezca en los papeles, resulta absolutamente ilusoria en la realidad.
Las visiones tecnocráticas tienden a considerar al poder político como una variable fija, subordinada y dependiente. En esa visión, la misión del poder político se reduce a hacer realidad los designios del poder tecno-burocrático. Lo político es concebido así casi exclusivamente como una "restricción", que limita las posibilidades de ejecución de esos designios racionales. Por eso, dicha visión suele circunscribirse hoy a potenciar las imprecaciones generalizadas contra la "clase política", sin formular ningún camino alternativo.
El principal problema político de la Argentina de los últimos años es el notorio contraste existente entre el surgimiento de una nueva estructura económica, social y cultural, altamente compleja, diversificada e integrada al mundo, que constituye el resultado de las reformas estructurales realizadas en la década del 90, y la subsistencia de un sistema de instituciones públicas que en lo fundamental es previo a esa transformación.
Como resultado de esa dicotomía, el actual sistema político resulta entonces cada vez más impotente para guiar, y menos aún controlar, el curso de los acontecimientos económicos y sociales.
La perplejidad exhibida en los últimos meses ante la necesidad acuciante de salir del "corralito financiero" y la imposibilidad fáctica de hacerlo es una demostración palpable de ese fenómeno. Su consecuencia directa es el cuestionamiento generalizado de la opinión pública a la legitimidad del sistema institucional.
El síntoma recurrente con que los sistemas políticos suelen revelar su falta de adecuación a los duros imperativos derivados de la realidad es la irrefrenable propensión al voluntarismo, concebido como la confusión entre las palabras y los hechos. Dicha propensión es producto de la ilusoria creencia de que es posible adoptar decisiones y, a la vez, eludir sus consecuencias. El voluntarismo supone creer que para transformar la realidad es posible ignorarla.
La diferencia fundamental entre el voluntarismo y la voluntad política es, simplemente, la lucidez. Sin una cabal comprensión de las circunstancias propias de cada época, toda pretensión de modificar la realidad resulta políticamente estéril. En la práctica, sólo contribuye a profundizar el descreimiento público en la legitimidad del sistema político. La voluntad política, en cambio, es un decisionismo con sentido histórico.
La experiencia indica que la opinión pública puede inclusive llegar a perdonar a quienes la contradicen en un momento determinado, pero jamás perdona a quienes, sea por ceguera o por debilidad ideológica, la acompañaron complacientemente en el error. En la Argentina hay ejemplos muy recientes de ese fenómeno, que significó el entierro político de la Alianza. En sentido inverso a la suerte corrida por la Alianza en su relación con la opinión pública, tenemos aquí entre nosotros el ejemplo de Ricardo López Murphy.
En las actuales circunstancias, la prioridad absoluta de la Argentina es la transformación institucional y la reinserción internacional del país. El poder político que hace falta es un poder político cuya naturaleza sea acorde con el cumplimiento de esas exigencias ineludibles. Todo ensayo de recomposición del poder que no se nutra de una constelación de fuerzas capaces de asumir esta tarea impostergable está inexorablemente condenado al fracaso.
Esto lleva a plantear la imperiosa necesidad de una reformulación del actual sistema político, concebido no simplemente como sistema institucional sino entendido en su dimensión de estructura de poder, es decir, como sistema de decisiones. El concepto central aquí no es tanto el de "clase política", sino el de sistema político. El concepto de "clase política" es más propio de la sociología que de la ciencia política.
Cuando decimos sistema político, tampoco nos referimos exclusivamente al sistema institucional. Una confusión muy extendida actualmente en la Argentina y en el exterior acerca de la situación del país es la tendencia a identificar mecánicamente el concepto de poder institucional con el de poder político. Esa equiparación, más adecuada tal vez en épocas de normalidad, prescinde de la constatación de dos hechos absolutamente centrales: la honda crisis de representatividad social que aqueja al sistema político en su conjunto, y debilita consiguientemente al poder institucional, y el notorio estado de aislamiento internacional en que se encuentra la Argentina.
Como consecuencia combinada de ambos fenómenos, el poder institucional está hoy desconectado hacia adentro y hacia afuera. Debilitado en su legitimidad social y aislado internacionalmente, no posee entonces las herramientas necesarias como para influir efectivamente en el rumbo de los acontecimientos. Esa misma debilidad lo torna crecientemente irrelevante en relación a la vida económica y social. Y, a modo de círculo vicioso, esa irrelevancia incrementa a la vez el cuestionamiento a su legitimidad. Más que por corrupto, se lo condena por inservible.
El actual gobierno detentó en su origen un poder institucional muy superior al de la administración de la Alianza. El acuerdo político entre el aparato partidario del peronismo de la provincia de Buenos Aires con el radicalismo bonaerense y los restos del FREPASO le aseguraba, por ejemplo, una sólida mayoría parlamentaria. Por convicción, por necesidad o por disciplina partidaria, contaba también con el acompañamiento de la mayoría de los gobernadores peronistas.
Sin embargo, a pesar de ese enorme respaldo institucional, mucho mayor que el que gozara Fernando De la Rúa durante su efímero mandato constitucional, los hechos indicaron que este gobierno tampoco tenía el poder político suficiente para adoptar las decisiones drásticas, incluso extremas, que exigen las situaciones de crisis.
El mundo de hoy está configurado por un tramado de redes. Y el poder político no es una abstracción histórica. Es parte de este mundo globalizado. Como tal, ha cambiado de naturaleza. En estas nuevas condiciones, el poder político pasa a constituirse en un fenómeno básicamente asociativo. Construir poder político significa articular sistemas de alianzas, tanto internas como externas, que posibiliten ganar capacidad de decisión.
El actual sistema de poder se fundó en un sentido inverso a esta exigencia imperiosa de la época. Su origen residió en el acuerdo entre las dos grandes maquinarias electorales de la provincia de Buenos Aires. Pero esa característica distintiva de su base estructural le impuso una doble e insalvable limitación, interna y externa, que es producto de su naturaleza más que de la voluntad política de sus artífices.
En el orden interno, ese sistema de poder estuvo siempre afectado por el creciente cuestionamiento social a los grandes aparatos político-partidarios. Al mismo tiempo, su condición estrictamente bonaerense le provocó una irremediable distancia político-cultural con el resto del país, tanto con las demás provincias como con la misma ciudad de Buenos Aires. La conjunción de ambos elementos signó una tendencia irreversible hacia el aislamiento interno.
En el orden externo, esa entente bipartidaria tenía común denominador una visión equivocada sobre el fenómeno de la globalización. Esa confusión llevó al país a un estado de absoluto aislamiento internacional.
Desde esta perspectiva, la construcción del poder político suficiente como para afrontar la crisis debe ser concebido como la recreación de un nuevo sistema de alianzas internas y externas, a través de la realización de un doble movimiento estratégico, hacia adentro y hacia afuera.
Hacia adentro, el desafío es una revolución política que instrumente una profunda reforma institucional, orientada hacia la profundización de la democracia. El eje de esa transformación institucional es una refundación del Estado, fundada en una vasta descentralización política, que incentive el protagonismo de la sociedad civil.
Esa descentralización política requiere impulsar una continua transferencia de responsabilidades y de recursos desde el Estado Nacional hacia las regiones, hacia las provincias, hacia los municipios y, fundamentalmente, hacia las propias organizaciones sociales.
El principio básico de esta reformulación integral del sistema de instituciones públicas argentinas es llevar siempre lo más cerca posible de la base el poder de decisión sobre los asuntos concernientes a cada actor social y a cada comunidad local. Sólo así podrá lograrse una auténtica relegitimación del sistema político.
Hacia afuera, el camino insoslayable es retomar y profundizar el camino tendiente hacia la reinserción internacional de la Argentina, iniciado en la década del 90, a partir de una lúcida comprensión del nuevo escenario mundial del siglo XXI.
La reinserción internacional del país y la reforma político-institucional constituyen, entonces, las dos claves para encarar la indispensable reconstrucción del poder político. Son también las bases estructurales para la creación de una Argentina integrada hacia adentro y proyectada hacia afuera, única alternativa viable para realizar su destino como Nación.
En las actuales condiciones, esa reformulación estratégica exige construir una nueva coalición política y social, que en estas circunstancias sólo puede basarse en la convergencia de tres elementos fundamentales.
El primero de esos elementos es la canalización de las demandas fundamentales de la opinión pública, que hoy están principalmente centradas en el reclamo acerca de una inmediata y justa salida al "corralito financiero", lo que en la práctica implica una virtual exigencia de dolarización, y la búsqueda de una reformulación del actual sistema de instituciones públicas, cuya respuesta requiere básicamente avanzar en la reforma política, la descentralización del poder, el federalismo fiscal y la regionalización del país.
Con una aclaración de enorme importancia: la característica más constante de la opinión pública es que cambia. Varía permanentemente en función de la evolución de las circunstancias. Por eso, no resulta difícil prever desde ya que en poco tiempo más, que puede calcularse en término de meses o tal vez en semanas, el alza incesante en los precios de los productos de primera necesidad y la propagación de las diferentes expresiones de violencia social hagan que la estabilidad monetaria y el orden público pasen a constituirse en las dos exigencias prioritarias, casi excluyentes, para la mayoría de la opinión pública argentina.
El segundo de estos tres elementos para la construcción de esta nueva coalición de fuerzas es la búsqueda del respaldo activo de los factores de poder nacionales y trasnacionales vinculados con la inserción internacional de la Argentina, hoy carentes de representación en el sistema político, a pesar de que, en razón de su envergadura, son mucho más importantes y significativos para el país que el sistema de intereses corporativos asociados al atraso tecnológico y al aislamiento internacional.
El tercer elemento, aunque por orden de importancia tal vez habría que decir el primero de todos, es el surgimiento de un nuevo y gran eje político transversal, que sea capaz de expresar institucionalmente a esta nueva coalición de poder y convertirla en una auténtica alternativa de gobierno.
Ante el fenomenal fracaso del gobierno de la Alianza, y en función de la aceleración del ritmo de los acontecimientos, el centro de gravedad de ese nuevo y gran eje político transversal sólo puede situarse hoy desde el peronismo, erigido no tanto por sus propias virtudes, sino más bien por imperio de las circunstancias, en el único actor político de relevancia nacional en aptitud para vertebrar esa coalición de fuerzas necesarias para enfrentar y resolver la crisis.
Desde ese punto de vista, la "interna" peronista es una cuestión que excede el marco partidario del justicialismo. Adquiere una dimensión y una trascendencia de carácter nacional. En este sentido, y más allá de su significación inmediata y coyuntural, el acuerdo de catorce puntos suscripto recientemente entre el Poder Ejecutivo Nacional y la mayoría de los gobernadores peronistas, orientado básicamente hacia la reinserción internacional del país, constituye una importante definición estratégica. Esa definición estratégica requiere ahora la aparición de un sólido liderazgo político.
La necesidad de poner en marcha esta iniciativa de construcción política salta a la vista. Las fuerzas sociales para emprenderlas están políticamente disponibles. Hacen falta la lucidez, el coraje y la voluntad política necesarios para asumir este desafío. |
Jorge Castro , 03/06/2002 |
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