Con un sistema financiero al borde de su desaparición, la única alternativa viable es impulsar un "shock" de confianza. Y esta tarea es la misión de un poder político que es necesario reconstruir, para evitar la eclosión de otro 20 de diciembre. |
Si la crisis argentina es una crisis básicamente política, originada en una extraordinaria crisis de confianza nacional e internacional, puede decirse que la estrepitosa caída del gobierno de la Alianza, ocurrida el 20 de diciembre, tuvo su antecedente inmediato en la corrida bancaria de los últimos días de noviembre, que obligó a implantar el "corralito" para evitar el colapso definitivo del sistema financiero argentino. El "cacerolazo" porteño y los saqueos en el conurbano bonaerense, que confluyeron para provocar la renuncia de Fernando De la Rúa, más allá de su intencionalidad política, se dieron por añadidura.
El conflicto suscitado entre el Ministerio de Economía y el Banco Central adquiere entonces un significado que va mucho más allá de la voluntad de sus protagonistas. Refleja que estamos hoy frente a un nuevo punto de inflexión de esa crisis política, que se expresa nuevamente en la desesperada situación planteada en un sistema financiero puesto al borde de su desaparición.
No se trata de un hecho sorprendente. La expresión paradigmática de esa formidable crisis de confianza interna y externa que sufre la Argentina tuvo precisamente su expresión más cabal en la persistente corrida bancaria iniciada en marzo del año pasado. Este fenómeno lleva ya catorce meses de duración ininterrumpida. Es la corrida bancaria más prolongada de la historia del capitalismo. Supera en su longitud temporal a la experimentada por Estados Unidos luego de la crisis de 1929.
La extensión en el tiempo de dicha corrida es directamente proporcional a sus colosales dimensiones. Hace apenas catorce meses, en marzo del año pasado, la totalidad de los depósitos en el sistema financiero argentino ascendía a 85.000 millones de dólares. En la actualidad, fuga y devaluación mediante, y a pesar del "corralito" financiero impuesto en diciembre pasado y de su posterior ampliación a través del "corralón" implantado en enero, sólo queda la décima parte, aproximadamente 8.500 millones de dólares, una cifra que encima viene descendiendo día tras día. No hay antecedentes en el mundo de una caída semejante.
El drenaje de depósitos, símbolo inequívoco de una crisis de confianza en incesante aumento, fue siguiendo la evolución de curva ascendente de la tasa riesgo país. Comenzó con la renuncia de Ricardo López Murphy al Ministerio de Economía y alcanzó sendos nuevos picos a partir de dos episodios sucesivos. El primero fue la iniciativa de modificar la ley de convertibilidad para incorporar la llamada "canasta de monedas", que fue tomada como señal de una inminente devaluación. El segundo episodio fue el desplazamiento de Pedro Pou de la presidencia del Banco Central, una decisión política miope y desafortunada, que puso fin a la rígida disciplina monetaria establecida en la década del 90.
A partir de entonces, la fuga de depósitos alcanzó características propias de una escalada y, por último, adquirió los ribetes de un monumental estallido que terminó por ocurrir el fatídico viernes 30 de noviembre, con una magnitud tal que, en el caso de que no hubiera mediado la desesperada instauración del "corralito", es altamente probable que en la primera semana de diciembre ya no hubiera quedado virtualmente ningún dinero colocado dentro del sistema financiero argentino.
Lamentablemente, la devaluación monetaria y la consecuente estrategia de "pesificación asimétrica" de la economía argentina, ambas justificadas ideológicamente en la necesidad de terminar con la supuesta alianza entre el poder político y el poder financiero, para sustituirla por un presunto acuerdo con los sectores productivos, no hicieron sino poner el broche de oro a este colapso bancario.
En estos cuatro meses, la vertiginosa caída de la actividad económica reveló la imposibilidad absoluta de cualquier ensayo de reactivación productiva sin la existencia de un sistema financiero capaz de sustentarla. Ahora empieza la fase final de esta debacle financiera: La caída de los bancos. Frente a esta perspectiva inexorable, el gobierno se ve obligado a optar entre la desaparición lisa y llana de una gran cantidad de entidades financieras y una brutal ampliación de las cifras del redescuento otorgado por el Banco Central, a través de un brusco incremento de la emisión monetaria que llevaría muy rápidamente a la hiperinflación.
Las invocaciones a la existencia de posibles caminos intermedios entre estas dos opciones en que se debate el actual elenco gobernante se asemejan a la búsqueda de la cuadratura del círculo. La única alternativa viable es impulsar un "shock" de confianza. Y esa tarea no está al alcance ni del Ministerio de Economía ni del Banco Central. Es la misión intransferible e indelegable de un poder político que es imperiosamente necesario reconstruir, para evitar la eclosión de otro 20 de diciembre. |
Jorge Castro , 20/05/2002 |
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