La Situación del Peronismo.

 

El monumental fracaso de la Alianza puso de manifiesto que el peronismo es la única fuerza política capaz de gobernar la Argentina, pero la experiencia de estos últimos meses revela la absoluta inviabilidad de cualquier alternativa que no asuma el rumbo estratégico y las transformaciones realizadas en la década del 90 como el punto de partida necesario para enfrentar la crisis.
Para el peronismo, el precipitado colapso del gobierno de la Alianza no constituyó en realidad otra cosa que la crónica de una muerte anunciada. No existía absolutamente ninguna posibilidad de que una coalición de fuerzas de semejante naturaleza pudiera gobernar la Argentina.

De allí que para nosotros el objeto de análisis no sea el estrepitoso fracaso de la Alianza y sus consecuencias socialmente funestas para el pueblo argentino, sino el hecho singular de que, tras diez años de gobierno peronista, un candidato como Fernando De la Rúa haya podido ganarle a Eduardo Duhalde las elecciones presidenciales de octubre de 1999. Más aún cuando, en ese mismo año, el peronismo ganó en las elecciones de gobernadores en la gran mayoría de las provincias, incluidas Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe.

Porque lo que verdaderamente explica el triunfo electoral de la Alianza es el hecho de que, en las postrimerías del segundo mandato legal de Menem, el justicialismo no logró articular una propuesta política y una alternativa de poder que fuera tomada como propia por los millones de compatriotas que asumen al peronismo como identidad y que encarnara, a la vez, la continuidad y la superación de la transformación estructural realizada durante esos diez años, que más allá de aciertos y errores constituyó una transformación extraordinaria, aunque su ejecución haya quedado inconclusa, a mitad de camino, muy especialmente en relación a la respuesta pendiente a los nuevos desafíos sociales de la época.

La causa esencial de la ausencia de esa propuesta de actualización política y doctrinaria no radica en las falencias y errores de la gestión de gobierno entre 1989 y 1999. Para encontrar la raíz de ese problema, condición ineludible para poder resolverlo, hay que ir mucho más allá en la historia del peronismo como fuerza revolucionaria.

Desde su origen como movimiento popular, la elaboración, formulación, difusión y conducción de la estrategia que guió al peronismo durante casi treinta años fue una misión que la mayoría del pueblo argentino confió al general Perón, que la cumplió en forma cabal e ininterrumpida entre 1945 y 1974.

En sus últimos años de vida, Perón demandó al justicialismo que se preparara para hacerse cargo de esa misión, mediante el pasaje de la etapa gregaria a la etapa orgánica, para lo cual convocó a la actualización doctrinaria y política, al trasvasamiento generacional y a llevar adelante una pacífica "lucha por la idea".

Sin embargo, ese mandato de Perón quedó incumplido. Entre 1974 y 1976, el peronismo quedó sumido en un impiadoso enfrentamiento interno. Por razones obvias, la etapa del régimen militar tampoco fue propicia para realizar esa tarea. En consecuencia, en 1983 el peronismo se vio obligado a lanzarse al proceso electoral sin haber avanzado en aquella asignatura pendiente desde 1974.

Recién dimos un primer paso significativo para superar esa falencia durante la etapa de la "renovación", que abrió curso a un amplio debate interno que culminó con el reconocimiento de que la libre expresión de la voluntad de los peronistas es el único método para dotar al justicialismo de una conducción legítima.

En ese contexto, se produjeron las elecciones internas de julio de 1988, que otorgaron a Carlos Menem la legitimidad para que se hiciera cargo de la conducción del peronismo y fuera el candidato presidencial en los comicios del 14 de mayo de 1989.

El peronismo logró así darse una conducción cargada de legalidad y legitimidad en momentos en que era preciso reubicarse ante el cambio de época que se produjo a fines de la década del 80 e inicios de las del 90, a partir de la caída del muro de Berlín en 1989 y la desintegración de la Unión Soviética en 1991.

Atendiendo a la ineludible exigencia de adaptarse a la nueva etapa de la evolución histórica y forzado por las circunstancias excepcionales que rodearon su acceso al gobierno, en medio de la emergencia generada por el colapso hiperinflacionario y el caos social que reinaban en la Argentina de julio de 1989, el peronismo se vio obligado a protagonizar una auténtica "revolución desde arriba ", realizada en democracia y con pleno respeto de las libertades públicas y del Estado de Derecho, legitimada y ratificada por el voto popular, pero fundada casi exclusivamente en la visión estratégica y el liderazgo político de Carlos Menem.

Pero las urgencias que imponía tener que cumplir con la misión que el pueblo argentino nos había confiado con su voto no permitieron crear las condiciones más propicias ni el espacio político necesario para que durante esos años se diera un debate interno esclarecedor sobre los contenidos doctrinarios y programáticos de las reformas estructurales que se pusieron en marcha.

De esa "revolución desde arriba" realizada por el peronismo en la década del 90, podría decirse lo que Perón señaló en su discurso de 1950 ante la Confederación General de Intelectuales: "Hemos realizado todo lo que el pueblo quería que se realizase y que hacía tiempo que no se ejecutaba. Ahora, como los auditores de Alejandro, tienen que venir los que expliquen por qué hemos hecho eso".

Esa misión de explicación política y doctrinaria no fue cumplida. Uno de los efectos de esa falencia fue que no se llegara a construir en esos años una fuerza política organizada que asumiera la responsabilidad de explicar y defender esa política, en tanto expresión del pensamiento de Perón actualizada a la actual etapa de la evolución histórica, en todos los ámbitos sociales y territoriales, de gravitar seriamente en la opinión pública y de fortalecer y recrear los vínculos entre el peronismo y el conjunto de la sociedad argentina.

De allí que, en vísperas de la expiración del segundo mandato constitucional de Menem, el peronismo no haya tampoco sabido enfrentar y resolver satisfactoriamente la sucesión presidencial, mediante unas elecciones internas que dotaran de la legitimidad necesaria al candidato y a su programa de gobierno.

Después, la derrota electoral del 24 de octubre de 1999 generó un estado de aguda horizontalización política que por sus características impidió esa discusión largamente postergada. El resultado es que, a pesar de su abrumadora victoria en las elecciones legislativas de octubre de 2001, el abrupto final del gobierno de la Alianza tampoco encontró al peronismo en las condiciones internas más adecuadas para reasumir el poder político.

La situación de hoy refleja la actualidad de estas falencias políticas. Con una diferencia, en este caso favorable. Aquel debate pendiente se está resolviendo aceleradamente en la práctica, no tanto a través de la palabra sino mediante la cruda y brutal elocuencia de los hechos. Una vez más, se impone el axioma de que "la única verdad es la realidad".

Porque así como el monumental fracaso del gobierno de la Alianza puso de manifiesto que el peronismo es la única fuerza política capaz de gobernar la Argentina, la experiencia de estos últimos meses revela la absoluta inviabilidad de cualquier alternativa política que no asuma el rumbo estratégico y las transformaciones realizadas en la década del 90 como el punto de partida necesario para enfrentar la crisis.

El peronismo afronta nuevamente la responsabilidad de superarse a sí mismo. Está obligado a recrear su unidad de concepción alrededor de una clara visión estratégica y de una propuesta política sobre el presente y el futuro de la Argentina. Así como en 1989 no nos quedamos aferrados nostálgicamente a lo que planteamos e hicimos a partir de 1945, hoy tampoco podemos quedarnos en la simple reivindicación de las realizaciones de la década del 90. El mundo y la Argentina han vuelto a cambiar. Nuevamente tenemos que, como decía Perón, "fabricar la montura propia para cabalgar la evolución".

Sólo así el peronismo podrá revitalizar su mística revolucionaria y movilizar a su inmenso caudal de militancia política y social, hoy desorganizado y disperso, pero implantado territorialmente en todos los rincones del país. Esa formidable red de cuadros, cuando funciona organizadamente, es la herramienta que nos posibilita alcanzar un nivel de inserción social de una profundidad tal que nos convierte en una fuerza políticamente invencible.

A partir de esa indispensable recuperación de la unidad de concepción, resulta posible encarar la tarea de reorganización política del peronismo, cuya realización exige la participación y la movilización de toda su militancia, reconoce en las actuales circunstancias tres grandes ejes territoriales diferenciados:


1°) La articulación del peronismo del interior, que permita una integración política, más allá de feudalismos locales, de modo de integrar armónicamente a todos los liderazgos provinciales y regionales en un proyecto común, de raíz auténticamente federal.

2°) La renovación del peronismo de la provincia de Buenos Aires, que termine con la hegemonía política de un aparato partidario burocratizado y anquilosado, cada vez más divorciado de su base social, erigido, además, en un "partido bonaerense" aislado del resto del país.

3°) La refundación del peronismo de la ciudad de Buenos Aires, que posibilite su reinserción en la sociedad porteña, que fue la cuna de la Alianza y todavía es el principal bastión político del antiperonismo en la Argentina.

El peronismo no es un "club privado", ni una confederación de partidos provinciales. Es un gran movimiento nacional. Ningún acuerdo de dirigentes puede sustituir la voluntad soberana del pueblo peronista. Por eso, es absolutamente imprescindible la convocatoria a elecciones internas para nominar a una nueva conducción del Partido Justicialista y a la futura fórmula presidencial. De ese modo, el peronismo legitimará su rumbo estratégico y dará el ejemplo en la respuesta necesaria a la profunda crisis de legitimidad que padece el sistema político argentino.
Agenda Estratégica , 13/05/2002

 

 

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