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La Transformación Económica.(Segunda Parte) |
La Argentina padece una monumental crisis de confianza nacional e internacional. Para generar confianza hay que reducir al máximo los actualmente dramáticos niveles de incertidumbre. |
En una era signada por la globalización del sistema productivo mundial y la consiguiente apertura del comercio internacional, la estrategia que guía el crecimiento económico es el aumento incesante de la productividad de los países, las regiones y las empresas. En las condiciones que plantea la revolución tecnológica de nuestro tiempo, la estrella polar de la política económica es la productividad, que exige una continua reducción de costos. Urge reunir a todas las organizaciones empresarias y sindicales en un Segundo Congreso Nacional de la Productividad, de características similares al convocado por Perón en la década del 50.
El aumento incesante de la productividad es la condición indispensable para el incremento sustentable de los niveles de competitividad internacional de la economía argentina. La competitividad internacional de una economía no depende de su tipo de cambio, sino de sus niveles de productividad. Si la competitividad internacional de una economía dependiera de su tipo de cambio, la Argentina de junio de 1989, en plena hiperinflación y constante devaluación monetaria, hubiera sido el país más competitivo del mundo.
En el mundo de hoy, no hay espacio para "inventar" ventajas competitivas que no estén sustentadas en nítidas ventajas comparativas. La prioridad estratégica es el desarrollo de aquellas actividades que sean inmediatamente competitivas a nivel internacional. De allí la necesidad de establecer "políticas activas" orientadas primordialmente hacia los sectores económicos en los que la Argentina cuenta ya con ventajas comparativas susceptibles de ser convertidas rápidamente en ventajas competitivas en el orden internacional.
En ese sentido, adquieren importancia prioritaria las actividades económicas vinculadas con los recursos naturales (en particular, alimentos, energía, industria forestal, minería y turismo). La prioridad fundamental es impulsar una verdadera "Revolución de los Alimentos". El fortalecimiento y la expansión de la cadena agroalimentaria puede convertir rápidamente al país en uno de los protagonistas principales del negocio mundial de los alimentos, un rubro de enorme importancia económica y que tiene una demanda en ascenso a nivel mundial, muy especialmente en los países del Asia Pacífico, en particular China.
No se trata de una "vuelta al campo" ni de una "reprimarización" de la economía argentina. Países como Canadá y Australia son dos ejemplos en ese sentido. El objetivo es siempre propender a la incorporación de mayor valor agregado en cada uno de los eslabones que integran esa cadena productiva. La expansión de los cultivos transgénicos, que incorporan a la producción agrícola los más modernos adelantos de la biogenética, y las posibilidades que abre la producción del biodiesel como combustible alternativo son dos ejemplos contundentes de ese camino.
Por otra parte, el impacto multiplicador directo e indirecto de estas actividades sobre el conjunto del sistema productivo, a través de la amplísima red de industrias vinculadas y servicios conexos, constituye la principal herramienta estratégica para lograr una creciente diversificación industrial y una mayor integración territorial del país.
En este contexto, la constante elevación de la productividad no puede quedar concentrada en el nivel de las grandes empresas nacionales y transnacionales. El rol de las pequeñas y medianas empresas resulta vital para elevar la productividad global de la economía argentina. En el nuevo escenario económico y tecnológico mundial, la verdadera unidad productiva no es ya la empresa aislada, sino las redes de empresas. La formación de redes de pequeñas y medianas empresas industriales, agropecuarias y de servicios con aptitud competitiva constituye la condición insustituible no sólo para su desenvolvimiento y expansión sino hasta para su misma supervivencia.
La experiencia de Italia en materia de "distritos industriales" representa un antecedente válido para afrontar este desafío. El sector público, tanto nacional como provincial y municipal, tiene que cumplir allí un rol preponderante en la tarea impostergable de cerrar esa brecha de productividad que limita severamente las posibilidades de crecimiento económico del país.
La base estructural para el incremento incesante de la productividad reside en la constante incorporación de los adelantos tecnológicos, en particular la absorción de las innovaciones que se registran en el campo de la informática y las telecomunicaciones. La Argentina, entre otras cosas por su nivel educativo relativamente elevado, presenta condiciones muy apropiadas para participar activamente en la industria de la alta tecnología, a través de la creación de polos de desarrollo informático, centros geográficos dotados de una infraestructura y un entorno competitivo adecuados para el desarrollo de este tipo de emprendimientos, vinculados a la producción de software en español, que es el idioma que tiene en la actualidad el mayor ritmo de expansión en Internet.
Irlanda y la India, dos de las naciones de más alto ritmo de crecimiento en los últimos años, fundan una parte significativa de su despegue económico en el hecho de haberse convertido en los principales exportadores mundiales de software en inglés, a partir de la masiva radicación en sus territorios de las empresas transnacionales del sector, que explotaron las ventajas comparativas en ese rubro de ambos países.
Esa estrategia de incorporación de la Argentina a la sociedad del conocimiento no puede reducirse a la búsqueda de las inversiones de las empresas de alta tecnología. Exige, por sobre todas las cosas, aprovechar intensivamente la moderna infraestructura en comunicaciones instalada en el país a partir de la década del 90 para avanzar en el terreno de la "nueva economía", mediante el rápido despliegue de todos los adelantos que se registran en las nuevas tecnologías de la información, en particular del comercio electrónico, a través de la totalidad del sistema productivo.
En un mundo globalizado, la competencia económica tiene un carácter sistémico. No se da únicamente entre empresas, sino también entre países, o sea, entre sistemas integrales de organización y decisión. De allí la obligación indelegable del Estado de promover un constante mejoramiento de la infraestructura y la logística para propender a una continua reducción de costos que contribuya a la mayor rentabilidad de los emprendimientos empresarios, a la atracción de nuevas inversiones y a la consiguiente expansión de las actividades productivas.
En particular, la Argentina necesita desarrollar aquellas obras de infraestructura y logística en materia de transportes y comunicaciones enderezadas a rediseñar su geografía económica, de modo de ensanchar su frontera agropecuaria y posibilitar la extensión de las actividades productivas, a través de una política de colonización que promueva la fundación de nuevos pueblos y ciudades en el interior argentino, integrar al conjunto de las economías regionales y aprovechar al máximo la inmensa dotación de recursos naturales del país.
Junto a la geografía económica tradicional, concentrada básicamente en la Pampa Húmeda, con eje en el puerto de Buenos Aires, orientada hacia el océano Atlántico y con la vista puesta en Europa, es necesario potenciar ahora el surgimiento de una nueva geografía económica, vinculada al desarrollo de nuestra frontera americana, que incluya a la totalidad de las provincias argentinas.
El desarrollo de los corredores bioceánicos, la pavimentación de los pasos cordilleranos para posibilitar la salida de nuestras exportaciones por todos los puertos chilenos sobre el océano Pacífico, las obras hidráulicas tendientes a la extensión del riego, la articulación de una red nacional de autopistas que interconecte el territorio argentino en todas direcciones, la materialización del puente Buenos Aires-Colonia, la concreción de la Hidrovía y la construcción del Ferrocarril Transpatagónico constituyen otros tantos ejes fundamentales de ese rediseño geoeconómico de una Argentina integrada hacia adentro y proyectada hacia afuera.
La sustentabilidad de la economía argentina sólo es viable en el marco de una fuerte apertura internacional, que aliente la inserción del país en las grandes corrientes de comercio y de inversión de la economía mundial, que avanza aceleradamente hacia crecientes niveles de integración. La reformulación del MERCOSUR y la profundización de las negociaciones con los Estados Unidos para la configuración del ALCA son las dos prioridades estratégicas para la reinserción internacional de la Argentina.
En ese marco, y a partir de un acuerdo estratégico con los Estados Unidos que posibilite conseguir la asistencia financiera necesaria del FMI y de los demás organismos multilaterales de crédito, que vaya mucho más allá de un mero asiento contable, es indispensable encarar una renegociación integral de la deuda externa, que implique una quita sustancial de capital, una reducción de intereses y una reprogramación del cronograma de pagos, de manera de concretar la plena reincorporación de la Argentina a la comunidad internacional.
Vale la pena intentar un ejercicio de la memoria recordando la realidad económica de la Argentina en 1989, cuando el peronismo asumió el gobierno:
* En la década de 1980, el Producto Bruto Interno (PBI) per cápita argentino cayó un 24%.
* La inflación en 1989 llegó a un 5000%.
* En la década de 1980, las inversiones extranjeras directas (IED) sólo llegaron a un promedio anual de 700 millones de dólares.
* Las reservas monetarias cayeron hasta casi extinguirse a fines del decenio.
Cuando Menem dejó el gobierno, en diciembre de 1999, la situación económica, presentaba los siguientes indicadores:
* El PBI creció a razón de un promedio del 4% anual.
* La inflación pasó a ser una de las más bajas del mundo.
* Las inversiones extranjeras directas llegaron a un promedio anual de casi 13.000 millones.
* Se triplicó el monto de las exportaciones.
* Las reservas en el Banco Central sumaban 33.000 millones de dólares.
Aunque estos indicadores resulten innegables, se suele atribuir al gobierno justicialista haber causado un aumento del nivel de desempleo. Los hechos reales dan cuenta de que en 1989 la tasa de desempleo ascendía aproximadamente a un 8%, siendo llamativo que en una década de resultados económicos tan tremendamente negativos, un indicador tan revelador de los desajustes de la economía no se hubiera movido significativamente.
Lo que sucede es que, si se lo hubiera medido debidamente, el nivel de desempleo en 1989 hubiera dado registros superiores al 20% ( Juan José Llach, que fue ministro de Educación en el gobierno de De la Rúa, afirma que ha de haber sido del 23%). Lo que posibilitó anclar la tasa de desempleo durante los años 80 fue que había 500.000 empleos públicos improductivos, 300.000 puestos de servicio doméstico y 1.200.000 cuentapropistas. Estos datos proporcionan una nueva dimensión al hecho que en 1999, al producirse el relevo gubernamental, la tasa de desempleo ascendiera al 14,5%, consecuencia inevitable del notable aumento de la productividad laboral que hubo en la década de 1990.
Como fuera, quienes culpaban políticamente al "modelo" por haber generado un 14,5% de desempleo, son precisamente los mismos que lograron llevar la tasa de desempleo al 24%, la más alta de toda la historia económica argentina.
En el ranking de países por desarrollo humano elaborado anualmente por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo - PNUD - , que constituye la medición internacionalmente más confiable en esta materia, la Argentina en 1990 ocupaba el lugar número 99 y en 1999 el lugar número 37.
También debe recordarse que, a pesar del inevitable efecto recesivo que generaron en la economía argentina las sucesivas crisis financieras internacionales ( provocadas por la devaluación mexicana en diciembre de 1994, la crisis del sudeste asiático iniciada en junio de 1997, la moratoria unilateral rusa de agosto de 1998 y la devaluación del real de enero de 1999 ), en el último trimestre de 1999 ya había producido un rebote en los indicadores de actividad económica, que daban cuenta de la posibilidad cierta de una pronta salida de la recesión.
Esa perspectiva alentadora se frustró ya desde enero de 2000, a partir de la decisión primigenia del gobierno aliancista de incrementar los impuestos, que fue mal vista por los mercados financieros y fue la primera señal de una sucesión ininterrumpida de desaciertos que condujeron a un incremento incesante de la tasa de riesgo - país, que refleja la credibilidad de una economía nacional en el mundo y la consecuente profundización de la recesión primero y la depresión luego.
La crisis de confianza puede percibirse en la evolución de la tasa riesgo país. En diciembre de 1999, la tasa de riesgo - país estaba en unos 600 puntos básicos. Cuando José Luis Machinea fue relevado del ministro de Economía superó los 900 puntos básicos. Cuando cayó De la Rúa, hacía meses que oscilaba entre los 4000 y los 5000 puntos. Cada cien puntos básicos de tasa riesgo país equivale a un 1 % adicional en la tasa de interés por encima de la tasa de interés internacional. Esto significa que en diciembre del 99 en la Argentina el costo del crédito era un 6 % superior a la tasa de interés internacional, en marzo de 2.001 era un 9 % superior y en la actualidad, si hubiera crédito, su costo sería entre un 40 % y un 50 % superior a la tasa de interés internacional.
Pero esa crisis de confianza no sólo era externa. Era, y es, una crisis de confianza interna. Vale tener en cuenta un indicador elocuente del estado de ánimo popular, que es el Índice de Confianza del Consumidor (ICC). En diciembre de 1999, era del 42 %. Hoy ha caído a un 4 %, lo que significa que la confianza ha desaparecido en la Argentina.
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Agenda Estratégica , 13/05/2002 |
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