Lula y la gobernabilidad de Brasil.

 

Las vastas implicancias internacionales que abre el posible triunfo del candidato del Partido de los Trabajadores no parecen fundarse tanto en los aspectos ideológicos sino en las mismas características del sistema político brasileño.
Las indudables chances de Lula de acceder, esta vez sí, a la presidencia de Brasil agregan una cuota adicional de incertidumbre al turbulento panorama político sudamericano, ya suficientemente agitado por los acontecimientos de Venezuela y la Argentina. Los tres países más relevantes del Cono Sur atraviesan hoy situaciones políticamente muy delicadas, mientras que Colombia, también en vísperas de una elección presidencial, ingresa en una nueva fase de creciente conflictividad, que muy pronto habrá de demandar la atención regional.

En las tres últimas elecciones presidenciales, Lula fue candidato y perdió. En todas esas oportunidades, largó primero en las encuestas y luego fue derrotado. La primera vez ante Fernando Collor de Melo, las dos siguientes frente a Fernando Henrique Cardoso. En los tres casos, el trámite político de los meses previos a las campañas presidenciales brasileñas constituyó en los hechos una virtual "interna" de la coalición oficialista, de la que surgía nominada una candidatura unificada capaz de batir al líder y fundador del Partido de los Trabajadores - PT.

La situación varió radicalmente a partir de la violenta fractura impulsada por el veterano caudillo del Partido Frente Liberal - PFL -, el ex-gobernador de Bahía Antonio Carlos Magalhaes, quien en febrero del año pasado rompió lanzas con el gobierno y acusó a Cardoso y su Partido Social Demócrata Brasileño - PSDB - de haber alentado su desplazamiento de la presidencia del Senado.

Muy poco después, el líder nordestino tuvo que abandonar su banca senatorial ante una imputación por irregularidades en el ejercicio de sus funciones, lanzada conjuntamente por sus antiguos aliados y los legisladores del PT. A partir de entonces, el enfrentamiento entre los dos socios principales de la coalición oficialista hizo imposible el acuerdo alrededor de una candidatura común para las elecciones de octubre próximo.

En ese contexto, el PSDB de Cardoso jugó todas sus cartas en favor del actual Ministro de Salud, José Serra. El PFL lanzó a la palestra la figura de Rosana Sarney, gobernadora del pequeño estado de Maranhao e hija del ex-presidente José Sarney, quien fue forzada a desistir de su postulación a raíz de un escándalo público originado en denuncias sobre presuntos actos de corrupción, cuya amplia divulgación periodística fue adjudicada por sus partidarios a los amigos de Serra.

A partir de entonces, y salvo una fugaz y frustrada tentativa de promover la nominación de Silvio Santos, una popular figura de la televisión brasileña, el PFL resolvió abstenerse de participar en la elección presidencial, pero descartó cualquier posibilidad de apoyo al candidato oficialista. Esa deserción del PFL pavimentó el camino para el avance de Lula.

El sistema político brasileño presentó siempre rasgos eminentemente elitistas. No hay verdaderamente partidos políticos de carácter nacional. En ese sentido, puede afirmarse que el Partido de los Trabajadores constituye una excepción. Es la única fuerza política forjada a partir de una base de sustentación eminentemente ideológica y dotada por ello de una estructura de cuadros con implantación en todo el país.

La distribución del poder en Brasil surge tradicionalmente del acuerdo entre las diferentes elites políticas regionales. De allí que el régimen constitucional brasileño tenga un carácter semipresidencialista y semiparlamentario. El presidente es tradicionalmente el resultado de un acuerdo político interregional y el Congreso es el ámbito natural de negociación política entre esas influyentes elites de base local.

Durante el período de la denominada "república vieja", que imperó desde la abolición de la monarquía en 1889 hasta 1930, rigió el llamado "pacto del café con leche", que estipulaba la rotación en la presidencia entre una figura de San Pablo, centro de la poderosa industria del café, y otra de Minas Geraes, principal estado ganadero del país. La ruptura de ese acuerdo originó la revolución del 30, que significó la irrupción del liderazgo político de Getulio Vargas, que se prolongó hasta su muerte en 1954, y la incorporación de Rio Grande do Sul al sistema de decisiones políticas.

Con las variaciones propias de la redistribución del poder regional, y la interrupción que supuso el régimen militar implantado entre 1964 y 1979, esta tendencia hacia el acuerdo entre las poderosas elites políticas locales permaneció básicamente vigente hasta 1985. La coalición oficialista ahora desarticulada tenía como eje a dos fuerzas con un fuerte acento regional: el PSDB, principal expresión de la pujante burguesía paulista, y el PFL, representación política del tradicional nordeste brasileño.

Salvo un entendimiento de último momento entre las fuerzas de esa coalición, que en términos de Jorge Luis Borges no estaría fundado en el amor sino en el espanto, Lula tiene serias posibilidades de ganar. Las prevenciones que todavía suscita esa alternativa no parecen fundarse tanto en el aspecto ideológico o programático. El PT abandonó hace rato su pasado izquierdista y realizó un pronunciado giro ideológico hacia la socialdemocracia. Tanto es así que el candidato a vicepresidente de Lula es José Alencar, un importante empresario textil brasileño, quien encabeza el pequeño Partido Liberal.

Lo que sucede es que Lula, aún ganando, estaría muy lejos de obtener mayoría en el Congreso. Quedaría entonces obligado a gobernar mediante compromisos parlamentarios constantemente renovables con las distintas fracciones de las elites políticas regionales, que son las que predominan en el cuerpo legislativo. Algo similar sucedió ya en 1961, cuando la renuncia del paulista Janio Quadros llevó a la presidencia al riograndense Joao Goulart, quien para poder gobernar tuvo que acordar con el parlamento la designación de un primer ministro, antes de ser derrocado por el golpe militar de 1964. En esas condiciones de fragilidad política, la cuestión tiene que analizarse no desde un punto de vista ideológico, sino desde las vastas implicancias internacionales que tiene la perspectiva de la gobernabilidad de Brasil.
Jorge Castro , 13/05/2002

 

 

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