Rumbo y sistema de poder.

 

En términos históricos, puede afirmarse que, puesto de cara al abismo, el peronismo logró resolver, en lo fundamental, el debate interno que tenía pendiente acerca del sentido de los cambios estructurales realizados en la década del 90.
Si la crisis argentina tiene una raíz eminentemente política, la respuesta a esta situación de emergencia no puede pasar solamente por la formulación de un diagnóstico acertado y por la definición de un rumbo estratégico acorde con la exigencia de las circunstancias. Ambas condiciones son necesarias pero no suficientes. Hace falta cumplimentar una tercera: la construcción de un sistema de poder capaz de otorgarle a esa estrategia una sólida base de sustentación política.

La importancia política de los catorce puntos acordados entre el presidente Duhalde y los gobernadores peronistas, que tomaron como base para el acuerdo la propuesta presentada por el gobernador de Salta Juan Carlos Romero, no reside sólo en la definición de un rumbo estratégico orientado hacia la reinserción internacional de la Argentina, que descarta por absolutamente inviable la opción aislacionista barajada por el Poder Ejecutivo.

Más importante todavía es que ese rumbo estratégico haya sido asumido como propio por el conjunto del peronismo, a través del compromiso suscripto por sus principales jefes territoriales. Porque la significación de este nuevo consenso surgido dentro del peronismo, convertido hoy por el colapso del gobierno de la Alianza en la única fuerza política capaz de garantizar la gobernabilidad del país, va más allá de los acontecimientos de los próximos noventa días y de la suerte inmediata de esta etapa de transición. Abre las puertas para una nueva instancia política en la Argentina.

En términos históricos, puede afirmarse que, puesto de cara al abismo, el peronismo logró resolver, en lo fundamental, el debate interno que tenía pendiente acerca del sentido de los cambios estructurales realizados en la década del 90, una transformación de fondo pero que había quedado a mitad de camino. Lejos quedó la condena ideológica de esos logros, tan en boga en los últimos meses. Muy por el contrario, el rumbo elegido constituye, en los hechos, una reivindicación de aquellas reformas, concebidas no como una empresa acabada sino como un piso indispensable para encarar el presente y el futuro de la Argentina.

Lo que viene ahora es la construcción de un nuevo sistema de poder que permita transformar ese rumbo estratégico en una política que no sólo sea efectiva en el corto plazo, sino también sustentable en el tiempo. Resulta obvio que, por su naturaleza, la alianza parlamentaria que dio origen a la actual administración, con la activa participación del radicalismo y de los restos del Frepaso, no está en condiciones de protagonizar semejante viraje político.

El peronismo tendrá entonces que prepararse para hacerse cargo, y pronto, del camino elegido. Para recrear un clima de confianza nacional e internacional, en sus posibilidades de conseguirlo está obligado a nominar, a la brevedad, la fórmula presidencial que asumirá la responsabilidad de encarnarlo desde el gobierno.

La profunda crisis de legitimidad que afecta al conjunto del sistema político argentino hace extremadamente difícil que esa fórmula presidencial pueda ser ungida por un acuerdo de dirigentes. Tendrá que surgir de un llamado a elecciones internas abiertas. Porque esa elección interna es la única alternativa que garantiza la unidad del peronismo, imprescindible para triunfar en la contienda electoral.

No estamos únicamente frente a una cuestión de tipo partidario. Existe, además, una segunda razón, aún más poderosa, porque trasciende al propio peronismo, para impulsar rápidamente esa convocatoria. En la elección que se avecina, el país no sólo elegirá a un nuevo presidente. Tendrá que plebiscitar el rumbo y el programa necesarios para la Argentina de los próximos años. Sólo a través de la fortaleza que emana de la legitimidad democrática, podrá construirse el poder político que hace falta para salir de la crisis.
Jorge Castro , 29/04/2002

 

 

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