La Argentina no tiene salida reforzando el aislamiento, sino encarando las reformas profundas que permitan restablecer la confianza interna y externa, recuperando inversión. No se ingresa al porvenir retrocediendo. |
"En pro del honor y devoción de nuestros monarcas, creo yo que, no habiendo logrado lo que querían, simularon querer sólo lo que pudieron."
Miguel de Montaigne
Jorge Remes Lenicov debió postergar su viaje a Washington para asistir a la reunión de primavera del Fondo Monetario Internacional: pensaba volar el miércoles 17 pero terminó abordando el avión un día después. Aunque la noche en Ezeiza lucía diáfana con una luna en cuarto creciente, la atmósfera personal que rodeaba al titular del Palacio de Hacienda parecía más bien tormentosa y menguante. En esa semana Remes había debido asimilar la negativa de Eduardo Duhalde al decreto de necesidad y urgencia con el que Economía aspiraba a clausurar el goteo de fondos del corralito estimulado por los amparos judiciales. Se trataba, es cierto, de una medida que no soportaba una mirada jurídica, pero Remes obedecía a una urgencia: ese goteo estaba colmando la capacidad de muchos bancos, ya desbordada por el conjunto de la situación. Mario Blejer, desde el Banco Central, advertía sobre la probable caída de algunas instituciones si el derrame no era detenido.
La negativa de Duhalde fue más amarga para Remes por cuanto éste había anunciado públicamente a principios de la semana que el decreto era un hecho. El miércoles, cuando el representante del FMI Anoop Singh partió hacia Washington a rendir su informe sobre Argentina, se llevó esa última postal de la desautorización presidencial al ministro.
Todavía Remes sufriría otros malos tragos antes de abordar su propio vuelo a Estados Unidos. Después de haber urdido un reemplazo para el frustrado decreto -el "Plan Bonus", es decir, el canje compulsivo de depósitos por bonos de un Estado en cesación de pagos, una medida a la que el jefe del Ejecutivo se había negado en enero -, Duhalde opinó ante los medios que no estaba "convencido" aún de que esa fuera una buena solución y se tomaría unos días para evaluarla. Agregó a esos dichos algunas opiniones sobre medidas que propicia el FMI que revelaron que también en ese aspecto su convicción flaquea. Remes recibió la instrucción de rechazar varias de las condicionalidades que el organismo establece para facilitar alguna ayuda financiera al gobierno argentino.
En suma, Remes encaró su traslado a Washington con un espacio de maniobra estrechado por las desautorizaciones y las restricciones impuestas por el Presidente. Ya en Estados Unidos, se enteró por el periodismo de que los problemas del Scotia Bank habían abreviado la pausa de meditación presidencial y de que se había dictado un feriado bancario por un lapso indeterminado, hasta que se aprobara en el Congreso la ley de bonificación de los depósitos.
En Washington, entretanto, volvió a tragar amargo: debió admitir que la ilusión de firmar un acuerdo "a mediados de mayo" se desvanecía. "No hay condiciones todavía", le informaron. "Será a fines de mayo", forzó Remes su optimismo ante la prensa, aunque sus colaboradores confiesan que la postergación no tiene plazos, sino objetivos, varios de ellos impugnados por las instrucciones presidenciales.
No es extraño que, en el curso de una semana maldita para el ministro, hayan comenzado a circular versiones sobre su reemplazo. Tanto en el duhaldismo puro y duro como en las patas radical y frepasista de la alianza gobernante y en varios sectores de su rama sindical trina la impaciencia. En esos círculos no se atribuyen las diversas plagas que soporta la sociedad al antimodelo impuesto desde enero (liquidación de la convertibilidad, devaluación, pesificación compulsiva, progresivo intervencionismo estatal, etc.), sino a las vacilaciones en imponerlo a fondo y ampliamente, y en la excesiva atención dedicada a la negociación con el FMI. En esa pintura, Remes aparece como la encarnación de tales vacilaciones.
Así como en los últimos meses de la presidencia de Carlos Menem comenzó a delinearse una coalición opositora transversal, que luego adoptaría el sedicente título de grupo productivo y llegaría al poder tras las presidencias de Fernando De la Rúa y Adolfo Rodríguez Saa, ahora parece insinuarse una profundización de ese proceso cuyo programa (o utopía) de máxima parecería ser la quimera restauradora: deshacer las transformaciones de la década del 90 (rota ya la convertibilidad, revisar las privatizaciones y avanzar sobre los bancos), desentenderse del acuerdo con el FMI, "vivir con lo nuestro" y adoptar una política monetaria flexible "de acuerdo a las necesidades del sector productivo" (es decir, sin restricciones para la emisión). Semejante línea - cuya expresión más audaz y vocinglera encarna el camionero Moyano, pero en la que también militan otros más discretos o moderados - pretende ocupar los espacios vacíos que dejan los zigzagueos desconcertantes del oficialismo y la centrifugación de la sociedad. No pretende desplazar a Duhalde, sino ofrecerle una respuesta funcional a su desesperante impotencia ante la situación. Por cierto, tomar por esa bifurcación no haría más que acelerar una crisis que ya tiene suficiente velocidad por sí misma. La Argentina no tiene salida reforzando el aislamiento, sino encarando las reformas profundas que permitan volver a poner en funcionamiento su economía y perfeccionar su integración en el mundo, restableciendo la confianza interna y externa, recuperando inversión. Sólo sobre esa plataforma pueden resolverse con éxito y consistencia los graves problemas que afectan a su sociedad. No se ingresa al porvenir retrocediendo. |
Jorge Raventos , 22/04/2002 |
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