Tiempo de descuento.

 

En el actual contexto, no hay alquimia alguna que permita evitar una nueva y brutal reducción del nivel de ingresos del conjunto de la población, en especial de los sectores más postergados, y sus consecuencias en términos de conmoción social. El ajedrez tiene un término específico para definir estas situaciones sin salida: jaque mate.
Thomas Hobbes decía que "las crisis no son un rayo en una noche estrellada. Son el resultado de un mal tiempo persistente". Esas condiciones atmosféricas existen sobradamente en la Argentina de hoy. A partir de esa simple constatación meteorológica, a nadie puede sorprender una súbita aceleración de los acontecimientos políticos. Eso es lo que está en vísperas de acontecer, más allá o más acá del todavía incierto resultado de las negociaciones en curso con el Fondo Monetario Internacional.

La proliferación de innumerables frentes de conflicto en constante agravamiento hace difícil prever cuál será en definitiva el factor detonante. Sin embargo, algo es seguro: el ritmo de la crisis política y social no está subordinado a la evolución de las conversaciones con el FMI. La línea principal de los acontecimientos se mueve más bien al compás del INDEC. Los índices de una inflación en ascenso subsumen cada vez más todos los demás elementos de la situación económica y política.

Si bien las previsiones acerca de la elevación de la temperatura social no son una ciencia exacta, es posible reconocer ciertas reglas básicas para su determinación. La más obvia de todas ellas es que, en condiciones de congelamiento salarial y elevadísimo desempleo, un incremento de precios de la magnitud que se verifica en estas semanas, y se prevé para las siguientes, lleva, en un tiempo imposible de predecir pero inexorablemente corto, con certeza antes de fin de año, a un estado de conflicto social generalizado, que por sus vastas dimensiones habrá de modificar sustancialmente el escenario político.

Los síntomas están a la vista: la reaparición recurrente del fantasma de los saqueos, los conflictos gremiales en el transporte, las dificultades en el abastecimiento de combustibles, el incremento estacional de las tarifas de gas y de electricidad, la intensificación de los disturbios callejeros provinciales y las incipientes exigencias de recomposición salarial del sindicalismo peronista señalan una tendencia fuertemente ascendente, que no tiene miras de amainar.

A esto corresponde agregar dos elementos adicionales. Uno es el próximo incremento de las tarifas de todos los servicios públicos, en particular del transporte y las telecomunicaciones, con su consiguiente impacto en las economías familiares, en los costos empresarios y en la estructura de precios. El segundo, para el caso hipotético de que la presente situación pudiera sobrellevarse hasta agosto, es la aplicación del CER para la actualización de los contratos, cuyos efectos no reconocerán fronteras sociales.

En el actual contexto, no hay alquimia alguna que permita evitar una nueva y brutal reducción del nivel de ingresos del conjunto de la población, en especial de los sectores más postergados, y sus consecuencias en términos de conmoción social. El ajedrez tiene un término específico para definir estas situaciones sin salida: jaque mate.

Cuando ello ocurra, y es una cuestión de meses, sólo quedarán en pie dos opciones: o la conjunción de los reclamos sectoriales de todo tipo fuerza al poder político a un emisionismo monetario, que sería el prólogo de la hiperinflación, o la profundización de la crisis lleva a una recomposición de fuerzas que permita impulsar un drástico cambio de rumbo, a partir de un giro estratégico en la conducción del Estado. Con una aclaración: la primera de esas opciones no haría sino dilatar la adopción de la segunda. Y una precisión necesaria: en términos políticos, la segunda opción, a la postre inevitable, supone casi inexorablemente un adelantamiento de la elección presidencial.

Los plazos políticos se acortan. En términos futbolísticos, entramos ya en tiempo de descuento. No conviene estar desprevenidos. Porque, como solía decir Perón, "en política, quien no tenga cabeza para prever, deberá tener espaldas para aguantar".
Pascual Albanese , 18/04/2002

 

 

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