La lección política de Venezuela.

 

En todo país en que hubo una incorporación efectiva e irreversible de los sectores populares a las decisiones políticas, la modernización económica y la inserción en el mundo no puede sino ser protagonizada por la misma fuerza política que realizó esa revolución social.
Venezuela acaba de ratificar la validez de una regla de carácter general: en todo país en que hubo una revolución social que implicó la incorporación efectiva e irreversible de los sectores populares al sistema de decisiones políticas, la modernización económica y la inserción en el escenario mundial de la globalización no puede sino ser protagonizada por la misma fuerza política que realizó aquella transformación. Las minorías desplazadas del poder político por esos movimientos revolucionarios carecen de la legitimidad social indispensable para hacerlo.

El ejemplo paradigmático es China. El Partido Comunista Chino fue primero el actor político de la revolución social liderada por Mao Tse Tung y luego de la modernización económica encarnada por Deng Siao Ping. En América Latina, algo similar pasó en México con el Partido Revolucionario Institucional - PRI -, autor de la revolución campesina de principios del siglo XX y de la incorporación al NAFTA en la década del 90. Igualmente en Bolivia, con el Movimiento Nacionalista Revolucionario - MNR - de Víctor Paz Estensoro, que en la década del 50 impulsó la reforma agraria y la nacionalización de los yacimientos mineros y en la década del 80 encaró la apertura internacional de la economía y la privatización de las empresas públicas. Sucedió también en la Argentina con el peronismo, protagonista en etapas sucesivas de la gigantesca transformación social realizada por Perón y de las reformas estructurales que llevó adelante Carlos Menem.

En Venezuela, el meteórico ascenso de Chávez no sólo implicó la virtual desaparición del escenario político de los dos grandes partidos tradicionales, Acción Democrática (socialdemócrata) y COPEI (demócrata cristiano), que durante décadas monopolizaron la vida pública del país, desde el denominado "Pacto de Punto Fijo" de 1958, tras la caída de Marcos Pérez Jiménez.

La irrupción de Chávez representó también la incorporación al sistema de decisiones de una vasta franja de la población venezolana que hasta entonces carecía de un auténtico canal de representación política, como ocurría también, a pesar de las diferencias propias de cada caso, con el campesinado chino antes de Mao y con los trabajadores argentinos antes de Perón.

Los acontecimientos recientes confirman lo que era un secreto a voces: la oposición a Chávez abarca a la casi totalidad de la clase media venezolana, pero no tiene una gravitación significativa en los sectores populares, que confluyeron con la oficialidad joven del Ejército para revertir, en apenas veinticuatro horas, la situación creada por el levantamiento cívico-militar que había llevado al gobierno al empresario Pedro Carmona.

A pesar del notable espejismo creado por los medios de comunicación social de Venezuela, cuya prédica ferozmente opositora acicateó la impresionante movilización callejera de la clase media urbana de la ciudad de Caracas, los hechos revelan que el "anti-chavismo" constituye un fuerte contrapeso político, cuya importancia no conviene subestimar, pero no una verdadera alternativa de poder.

El retorno de Chávez al gobierno no modifica empero los datos estructurales de la realidad venezolana. El país está brutalmente dividido en dos bandos, hasta hoy irreconciliables, cada uno de los cuales incluye a sendos sectores de las Fuerzas Armadas. Ambos bandos exhiben además un altísimo nivel de movilización, hasta el punto de haber sido capaces de protagonizar dos "caracazos" contrapuestos con pocas horas de diferencia. En esas condiciones, la gobernabilidad sigue en tela de juicio y no se ha disipado del horizonte el fantasma de la guerra civil.

Pero es evidente que la situación política empieza a experimentar un giro de proporciones. En su discurso de reasunción del mando, Chávez demostró que había tomado debida nota de ese cambio, cuando formuló un amplio llamado a la reconciliación y la unidad nacional y puso especial énfasis en señalar que estaba dispuesto a "rectificar donde tenga que rectificar".

En consonancia con esas afirmaciones, Chávez ya ensayó una primera rectificación. Aceptó la renuncia presentada por el directorio de la empresa estatal Petróleos de Venezuela, que es la columna vertebral de la economía nacional y de los ingresos fiscales venezolanos. La designación de ese directorio había originado un paro general por tiempo indeterminado del sindicato petrolero y fue considerada precisamente como el detonante de la fracasada revuelta cívico-militar.

En sugestiva coincidencia con la tónica conciliadora del mensaje de Chávez, el Departamento de Estado norteamericano, víctima esta vez del mismo error de percepción cometido por la oposición venezolana, subrayó que el líder venezolano tiene ahora por delante una "segunda oportunidad".

Hasta ahora, lo que no logró Chávez es volver a colocar a Venezuela en la senda del crecimiento económico. Para conseguirlo, está obligado a recomponer sus vínculos con los sectores empresarios y con los Estados Unidos. La Casa Blanca no objeta tanto su errática política económica, que exhibe en su haber una incipiente desregulación en dos áreas estratégicas: el petróleo y las telecomunicaciones. El principal foco de conflicto reside en su acercamiento con Saddam Hussein y con la guerrilla colombiana, dos de los próximos blancos escogidos por Washington en su guerra contra el terrorismo transnacional.
Jorge Castro , 16/04/2002

 

 

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