La meseta pantanosa.

 

Estabilidad, producción y crecimiento son los caminos de salida de la crisis. Pero no se consiguen aislando a la Argentina, sino procurando su integración en la economía mundial.


"¡Oh, Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura,
huyó lo que era firme, y solamente
lo fugitivo permanece y dura."


Francisco de Quevedo y Villegas, "A Roma sepultada en sus ruinas".


Durante una semana, merced a la muñeca operativa del presidente del Banco Central, Mario Blejer, el gobierno obtuvo, después de atravesar picos de 4 pesos, el módico alivio de un amesetamiento de los valores del dólar. Se trata de un respiro dudoso: la meseta es alta (el doble de la cotización establecida para pesificar los depósitos bancarios y un 75 por ciento más elevada que el valor "ideal" al que el Presidente dictaminó oportunamente que debía llegar la divisa americana) y su piso no es firme, sino pantanoso, lábil, imprevisible.

La administración de Eduardo Duhalde luce desorientada ante las consecuencias de la política que él mismo inauguró con la devaluación y el abandono de la convertibilidad, dedicada a emparchar situaciones críticas con medidas que, como en la imagen de la frazada corta, para tapar un vacío dejan al descubierto otros flancos y, sobre todo, generan con sus danzas, contradanzas y movimientos abruptos una atmósfera de imprevisibilidad que agrava la delicada situación e inhibe las decisiones económicas de los particulares. La inversión puede lidiar con el riesgo (al fin de cuentas, dentro de ciertos límites, el riesgo tiene un costo y un precio); con lo que no puede actuar es con la incertidumbre.

En rigor, la preocupación por el valor del dólar es un epifenómeno de la situación creada con la quiebra de los contratos que trajo aparejada la ruptura de la convertibilidad. A partir de ese momento se dispararon procesos de centrifugación social que ya estaban en marcha bajo el desastroso gobierno de la Alianza y que se habían acrecentado con la declaración del default de la deuda pública. Sobre el hundido piso de depresión económica legado por la administración aliancista, las medidas adoptadas por sus sucesores cavaron nuevas zanjas que profundizaron el aislamiento argentino de los flujos mundiales de crédito, inversión y tecnología, al tiempo que - a despecho de las intenciones proclamadas - desalentaron la producción (y, por ende, el empleo) y agravaron el ya endeble estado del sistema financiero. Paralelamente, la devaluación puso en marcha un movimiento inflacionario que, más allá de la óptica del Instituto de Estadísticas, carcome porciones sustanciales y crecientes de salarios y jubilaciones e incide brutalmente sobre los sectores de ingresos más deprimidos, que deben dedicar la casi totalidad de su dinero a la canasta básica alimentaria (pan, harinas, yerba, aceite, carne), aquella que más ha sentido el incremento de precios. Así, la cuestión social se ha tornado más dramática.

Es plausible que el gobierno, inquieto por ese estado de cosas, se empeñe ahora en la concreción de un plan de inclusión social dirigido en principio a los jefes de familia desocupados. Lo que parece obvio es que, más allá de la velocidad y eficiencia con que se materialice ese procedimiento, el verdadero problema es la consistencia en el tiempo de ese programa. Sin poner en marcha la producción y sin garantizar la estabilidad de los precios, la demanda de ayuda será creciente, los recursos disponibles se irán encogiendo y la inflación transformará el subsidio (5 pesos o 1,80 dólares diarios) en polvo, en humo, en nada.

Estabilidad, producción, crecimiento son los caminos de salida de la crisis. Pero no se consiguen aislando a la Argentina, sino procurando su integración en la economía mundial, reedificando los derrumbes provocados en los últimos meses, particularmente la revitalización del sistema bancario, y encarando las reformas de fondo que quedaron inconclusas o irrealizadas en la década del 90.

Algunas de esas tareas están incluidas en el listado de condiciones que los técnicos del Fondo Monetario Internacional monitorean estos días en el país. Más que el cumplimiento minucioso de requisitos tecnocráticos, lo que la crisis demanda es un rumbo decidido en el sentido correcto. Y esta es la asignatura política pendiente. Los tironeos internos que se visualizan en el seno de la administración gobernante y la coalición política que le da sustento son la resultante de esa falta de rumbo, algo que no se suplanta suman do y promediando la aplicación de algunos consejos del FMI con medidas dirigistas, reticencia ante las reformas y arrestos distribucionistas.

Las expectativas puestas en una ayuda financiera a corto plazo del Fondo Monetario Internacional no serán más que una ilusión si no se encaran las reformas que el país necesita. No hace falta más que atender a las advertencias que llegan desde el sistema de decisiones de Estados Unidos o de los propios voceros del Fondo. El viernes, por ejemplo, una fuente del FMI le reiteró a la agencia Reuters: "Lo que ellos (los argentinos) necesitan son reformas, no financiamiento. Lo que tienen que hacer lo pueden hacer solos". No se trata pues de "mostrarnos capitalistas" para que "nos comprendan", como les sugirió el ministro Jorge Remes Lenicov a los legisladores justicialistas en Olivos esta semana, sino, más bien, de ser lo que se muestra. No se trata de aparentar una política, sino de practicarla con convicción. En rigor: se trata de tener una política adecuada para emerger de la crisis, algo que está más allá de las responsabilidades de Remes. Sin ella, "sólo lo fugitivo permanece".
Jorge Raventos , 08/04/2002

 

 

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