La estabilidad monetaria como reivindicación social.

 

En un país fuertemente exportador de alimentos como la Argentina, dólar barato quiere decir comida barata. Y dólar caro significa mayores privaciones alimentarias para los sectores de menores recursos.
Ya en 1973, Perón decía que "con la inflación, los salarios suben por la escalera y los precios por el ascensor". En aquella época, los aumentos salariales todavía funcionaban, aunque fuera tarde y mal, como elementos compensatorios de la suba de precios. Hoy, en medio de la recesión más brutal de la historia económica argentina y con una tasa de desempleo también inédita, que ya supera el 22 %, el ascensor sube pero la escalera no funciona. O, lo que es peor, cuando lo hace es en sentido descendente.

En este contexto particular, el salario y los haberes previsionales constituyen las dos principales variables de ajuste de la economía argentina. Porque son los únicos factores que permanecen irreductiblemente ajenos a la fuerte tendencia hacia la indexación general de la economía desatada a partir de la devaluación. El incremento de los precios pasa a ser, entonces, sinónimo de la reducción de los salarios reales y de la remuneración de los jubilados.

Es cierto que las cifras conocidas hasta ahora en materia de precios al consumidor señalan la existencia de una inflación relativamente "moderada", medida en relación a la magnitud de la devaluación experimentada por el peso. Los aumentos de precios tropiezan con el escollo de la recesión. De allí que en menos de tres meses hayan cerrado sus puertas más de 50.000 locales comerciales, atenazados entre el fuerte incremento experimentado por los precios mayoristas y sus costos operativos y la virtual imposibilidad de trasladarlos al nivel de precios.

Pero esa relativa "moderación" encuentra una seria contrapartida: A diferencia de otras etapas de la historia argentina, cada punto de inflación representa hoy una pérdida neta en el ya altamente deteriorado nivel de vida de los sectores de ingresos fijos, que tanto incidió en la ola de saqueos a los supermercados del Gran Buenos Aires que en diciembre pasado aceleró la estrepitosa caída del gobierno de la Alianza.

Por otra parte, la experiencia indica que, con el tiempo, la brecha entre los precios mayoristas y los minoristas tiende a achicarse. En ese sentido, la inflación "moderada" es también inflación reprimida.

Con un agravante: La canasta básica familiar, que mide el verdadero nivel de consumo de los sectores socialmente más desprotegidos, viene aumentando muy por encima del índice general de precios.

Esto implica que la inflación de hoy es particularmente regresiva en términos sociales. Golpea con más fuerza a la franja de menores ingresos de la población, hasta el punto que cualquier política social, limitada encima por la notoria insuficiencia de recursos fiscales, corre el peligro de convertirse en lo que Perón llamaba "tirar un frasco de tinta en el océano".

Esta situación no puede ser motivo de sorpresa. En un país fuertemente exportador de alimentos como la Argentina, dólar barato quiere decir comida barata. Y dólar caro significa mayores privaciones alimentarias para los sectores de menos recursos.

Esa relación económica está cargada de consecuencias políticas. Está largamente demostrado que uno de los secretos del éxito político de Menem en su primera presidencia fue el hecho de que la estabilización de la economía argentina, luego del colapso hiperinflacionario de 1989, redundó en un inmediato mejoramiento del nivel de vida de los sectores de menores ingresos.

Tanto fue así, que una parte considerable del apoyo recibido por Menem para su reelección en 1995 estuvo determinada por el temor de una amplia franja de la opinión pública ante una posible devaluación monetaria. Todavía cuatro años más tarde, la consigna de "un peso, un dólar" constituyó un factor decisivo en la victoria obtenida por Fernando De la Rúa en las elecciones presidenciales de octubre de 1999.

No estamos ante una rareza ni una particularidad exclusiva de la Argentina. Algo similar sucedió también en Brasil. Fernando Henrique Cardoso ganó la presidencia por el éxito del "plan real", que había puesto en marcha como Ministro de Economía durante el gobierno de Itamar Franco, cuyo resultado fue también una rápida elevación de la capacidad de consumo de los sectores populares. Y la reelección de Cardoso, como la de Menem, estuvo vinculada con aquel logro originario.

No resulta difícil predecir entonces que, en pocos meses más, la estabilidad monetaria habrá de convertirse nuevamente, y con razón, en la más urgente y sentida de las reivindicaciones sociales, con serias implicancias de orden político, que habrán de impactar en primer lugar en el propio peronismo, que se verá obligado a dar una respuesta eficaz a ese desafío.
Pascual Albanese , 21/03/2002

 

 

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