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La devaluación sellará el destino del gobierno. ( Segunda Parte ) |
El poder político no es el resultado de una suma aritmética de diputados y senadores. Es la capacidad efectiva para adoptar las decisiones drásticas, incluso extremas, que exigen las situaciones de crisis.( segunda parte )
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En la práctica, la devaluación implica la profundización del actual dualismo social, mediante la institucionalización de un dualismo monetario: el dólar es la moneda de refugio para las franjas más pudientes de la población, mientras que el peso es la moneda obligada de los trabajadores y de los sectores sociales más desprotegidos.
No estamos entonces ante una simple decisión de política cambiaria. Puede decirse que la devaluación constituye el signo indeleble del actual gobierno. Para bien o para mal, es la decisión estratégica que sellará su destino.
En la década del 90, frente a una crisis verdaderamente dramática, que también parecía tener características terminales, Menem acertó en el rumbo estratégico. Podría decirse, quizás exagerando un poco, que todo lo demás se dio casi por añadidura. Sin duda que hubo errores, y hasta horrores, durante esos diez años de una transformación estructural que, sin lugar a dudas, quedó incompleta, aproximadamente a mitad de camino. Pero lo fundamental fue la existencia de ese rumbo estratégico que estaba en sintonía con la nueva hora mundial.
Con el actual gobierno pasa exactamente lo contrario. Su rumbo estratégico es un rumbo de colisión. Por eso, sus aciertos parciales tienden a diluirse en el marco de una visión estratégica que no se compadece con lo que sucede en el mundo de hoy.
Esa visión estratégica equivocada está sustentada en una concepción del poder político que tampoco se compadece con las circunstancias. Dicha concepción está basada en la tendencia a identificar mecánicamente poder político con poder institucional, como si fueran sinónimos.
Esta equiparación prescinde de la constatación de dos hechos absolutamente centrales. El primero es la honda crisis de representatividad social que afecta al conjunto del sistema político argentino. El segundo es el notorio estado de aislamiento internacional que padece hoy la Argentina.
No hace falta ningún ensayo sociológico para entender que, sacudido por piquetes y cacerolazos, el actual sistema político argentino sufre un cuestionamiento generalizado, incluso violento, por parte de la sociedad.
Como consecuencia de la convergencia entre estos dos fenómenos, el cuestionamiento a su legitimidad y su notorio aislamiento externo, el poder institucional de la Argentina de hoy está desconectado hacia adentro y hacia afuera. No posee entonces las herramientas necesarias para influir seriamente en el rumbo de los acontecimientos.
No cabe ninguna duda que el actual gobierno detenta por supuesto un poder institucional muy superior al del gobierno de la Alianza. Sin embargo, a pesar de ese enorme respaldo institucional, muy superior al que gozara De la Rúa durante su efímero mandato constitucional, las circunstancias indican que el gobierno carece del poder político suficiente como para enfrentar la crisis que tiene por delante.
El poder político no es el resultado de una suma aritmética de diputados y senadores. Es la capacidad efectiva para adoptar las decisiones drásticas, incluso extremas, que exigen las situaciones de crisis.
El síntoma recurrente con que los sistemas políticos suelen revelar su falta de adecuación a los duros imperativos de la realidad de esta nueva estructura económica globalizada es la irrefrenable propensión al voluntarismo, acompañado por la confusión entre las palabras y los hechos.
Esta propensión es producto de la ilusoria creencia de que es posible adoptar decisiones y, a la vez, eludir sus consecuencias. Esto es exactamente lo que sucede hoy con los efectos inevitables de la devaluación monetaria. Perón decía que "la única verdad es la realidad". El voluntarismo implica suponer exactamente lo contrario. Es la creencia en que para transformar la realidad es posible ignorarla.
La verdadera alternativa al voluntarismo no es la resignación. La alternativa al voluntarismo es la voluntad política. La diferencia fundamental entre el voluntarismo y la voluntad política es simplemente la lucidez. Sin una cabal comprensión de las circunstancias propias de cada época, toda pretensión de modificar la realidad resulta políticamente estéril. La voluntad política, en cambio, puede definirse como un decisionismo con sentido histórico. Demanda un previo reconocimiento de la realidad, un diagnóstico correcto de la situación que sea el punto de partida para una estrategia acertada y una política exitosa. Recuerda el axioma de que "se trata de poner la vela por donde sopla el viento y no de pretender que sople el viento donde uno pone la vela".
El mundo de hoy está configurado por redes. Es un infinito tramado de redes que se entrecruzan. Manuel Castells define a este fenómeno como la aparición de una "sociedad-red". Y el poder político no es una abstracción ahistórica. Como tal, ha cambiado de naturaleza. En estas nuevas condiciones creadas por la revolución tecnológica de nuestra época, el poder político pasa a convertirse en un fenómeno básicamente asociativo. Construir poder político significa articular un sistema de alianzas, tanto internas, como externas, que posibiliten ganar capacidad de decisión.
Dentro de esta perspectiva, la construcción del poder político suficiente como para enfrentar y resolver la crisis argentina, concebida como la recreación de un nuevo sistema de alianzas internas y externas, requiere realizar un doble movimiento estratégico, hacia adentro y hacia afuera.
Hacia adentro, el desafío es una revolución política que instrumente una profunda reforma institucional, orientada hacia la profundización de la democracia. El eje de esa transformación institucional es una refundación del Estado, fundada en una vasta descentralización política.
Hacia afuera, el camino es impulsar un nuevo salto adelante en la reinserción internacional de la Argentina iniciada en la década del 90, a partir de una lúcida comprensión del escenario mundial del siglo XXI.
La reforma institucional y la reinserción internacional del país constituyen las dos claves principales para encarar la indispensable reconstrucción del poder político. Son también las bases estructurales para la creación de una Argentina integrada hacia adentro y proyectada hacia afuera, única alternativa viable para realizar su destino como Nación.
En lo inmediato, la tendencia hacia la desintegración del poder y el notorio estado de deslegitimación del sistema político han facilitado la diseminación de variadas interpretaciones conspirativas francamente disparatadas, vinculadas con el supuesto riesgo de un golpe militar prohijado por sectores del "establishment" económico.
Ante la falta de todo posible sustento en hechos reales, los autores y propaladores de dichas interpretaciones intentan compensar su nula base informativa con un simple ejercicio analógico, tendiente a encontrar similitudes con situaciones presuntamente semejantes planteadas en la historia institucional argentina de los últimos setenta años.
La ventaja que presenta esa suerte de ejercicio intelectual, de carácter estrictamente deductivo, es que implica un "ahorro de pensamiento", porque evita pensar. El inconveniente que tiene es que sus resultados casi nunca coinciden con el curso posterior de los acontecimientos. La experiencia histórica es por cierto una fuente inagotable de conocimiento. Sin conciencia histórica, no hay cultura política. Pero esa misma experiencia histórica revela una regla de oro: ante lo nuevo, es conveniente pensar de nuevo. Y hay mucho de nuevo en lo que sucede actualmente en la Argentina.
En el caso especifico de la Argentina de hoy, el análisis de las opciones que abre la profunda crisis del actual sistema político tiene entonces que tomar en cuenta un elemento básico: la inexistencia de cualquier posibilidad de una alternativa militar.
Sin embargo, el hecho de que las hipótesis sobre un golpe militar se parezcan mucho más al argumento de una novela de ciencia ficción que a un análisis del presente argentino no implica que su divulgación carezca de significación política.
Ya durante la presidencia de Raúl Alfonsín, el empleo de esas mismas interpretaciones conspirativas llevó a la denuncia de un imaginario complot militar, que en aquella oportunidad sirvió para justificar la declaración del estado de sitio y el encarcelamiento de una docena de sus presuntos promotores, entre ellos Rosendo Fraga, luego liberados sin que jamás nadie aportara ningún elemento probatorio sobre las acusaciones formuladas.
El gobierno radical impulsó entonces una fuerte campaña orientada a instalar en la opinión pública una imaginaria opción entre "democracia o dictadura". No obstante, su salida anticipada del poder no fue el resultado de un movimiento militar triunfante, sino de su absoluta incapacidad para controlar el rumbo de los acontecimientos, en medio de una gravísima crisis de gobernabilidad, expresada dramáticamente en el estallido hiperinflacionario y los saqueos a los supermercados, similares a los que acompañaron doce años después la estrepitosa caída del gobierno de la Alianza.
Sugestivamente, en los últimos días, algunos medios periodísticos mencionaron la posibilidad de una movilización en defensa de la democracia en la Plaza de Mayo, que podría tener lugar el 24 de marzo próximo, aniversario del golpe militar de 1976, un evento que contaría con la participación conjunta de Duhalde y del propio Alfonsín.
Constituiría un grave error político suponer que es en ese terreno en que se juega la suerte del actual gobierno. Su destino, y el eventual acortamiento de su mandato legal, nada tiene que ver con lo que suceda en los cuarteles. Está en relación directa con la capacidad que exhiba para enfrentar la crisis, salir del colapso económico y evitar que la generalización de la desobediencia civil genere las condiciones para un nuevo estallido social.
La recomposición del poder político, absolutamente necesaria para salir de la crisis, y el cambio institucional que demanda la sociedad argentina tendrán que darse en el marco de la democracia. No sólo porque es mejor que así sea, sino porque no existe ninguna otra alternativa. Construir esa opción de poder es el actual desafío para todos nosotros. |
Pascual Albanese , 12/03/2002 |
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