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LA DESINTEGRACIÓN DEL PODER K, DIEZ AÑOS DESPUÉS |
(Texto de la exposición de Pascual Albanese en la reunión del centro de reflexión para la acción política Segundo Centenario, realizada el martes 4 de junio en el auditorium de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), calle Paraguay 1457, primer piso. El próximo encuentro será en el mismo lugar el martes 2 de julio, a las 19.00 horas) |
La superficie política argentina tiene las características de una contienda asimétrica. Metafóricamente, es una batalla entre lo sólido y lo líquido. Porque los dos bandos en pugna exhiben una distinta naturaleza. El gobierno, atrincherado, busca corporizar la solidez. La oposición, dispersa, muestra un carácter líquido, sino gaseoso.
Pero esta descripción paisajística demanda un agregado de carácter conceptual, que seguramente merecería un desarrollo más amplio: en el mundo de hoy, signado por la irrupción de la sociedad de la información, la explosión de la conectividad, el desarrollo de las redes sociales y la creciente gravitación de la opinión pública en las decisiones políticas, lo líquido ha reemplazado a lo sólido como el rasgo central de la cultura y de la sociedad. Un pensador de moda, Zygmund Barman, habla de la “modernidad líquida”. Tardíamente, la historia reconoce el acierto de Carlos Marx cuando decía que “todo lo sólido se desvanece en el aire”.
Esta diferencia cualitativa entre ambos contendientes dificulta a veces evaluación de la relación de fuerzas. De allí que el entusiasmo oficial que acompañó el éxito de la movilización del sábado 25 de mayo contraste con la desazón gubernamental por lo sucedido al día siguiente, domingo 26, con las mediciones de la audiencia televisiva, que marcaron la clara preeminencia del programa periodístico de Jorge Lanata por sobre la transmisión del partido de fútbol entre Boca Juniors y Newell ‘s Old Boys de Rosario.
Siete días más tarde este fenómeno singular se repitió con el partido entre River Plate y Argentino Juniors. Lanata alcanzó entonces un nivel de audiencia superior al de los dos mayores clubs de fútbol de la Argentina.
Los expertos en medios de comunicación recalcaron un hecho singular: no existe ningún antecedente, ni en la Argentina ni en el mundo entero, de que un programa periodístico de carácter político haya superado en audiencia a la televisación simultánea de un espectáculo deportivo de primer nivel. El mérito, más que al talento de Lanata, corresponde seguramente a Cristina Kirchner.
En términos del argot político, el oficialismo empieza a percibir que “entran las balas”. Es la consecuencia de un cambio en la opinión pública. Un estudio del sociólogo Carlos Fara revela que el 53% los encuestados cree que las denuncias de corrupción propaladas por Lanata son más bien ciertas. Coincidentemente, Mariel Fornoni, directora de la consultora Management & Fit, señaló que en su última encuesta también el 53% cree que esas denuncias son verdaderas, un 25% que son parcialmente ciertas y sólo un 11% la consideran falsas.
Esto quiere decir que la mayoría de los argentinos cree, por ejemplo, que Néstor Kirchner atesoraba en una bóveda varios millones de euros recaudados mediante actos delictivos. Una encuesta del Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano realizó específicamente esa pregunta y la respuesta positiva fue del 51%.
Fara y Fornoni coinciden en interpretar que el mayor nivel de credibilidad alcanzado por las denuncias sobre corrupción está vinculado con un incremento, no importa aquí si fundado o no, de los índices de pesimismo sobre el futuro económico del país.
Forloni acota un dato sugestivo: la imagen presidencial se encuentra en el mismo nivel que diez días antes de la muerte de Néstor Kirchner, en octubre de 2010, un hecho que le permitió protagonizar un enorme salto que se proyectó hasta las elecciones presidenciales de octubre de 2011. El problema es que esta vez no aparece a la vista loa posibilidad de un fenómeno de similar impacto colectivo. Nadie muere dos veces.
En este contexto, se entra en la fase decisiva del proceso electoral. El gobierno sabe que pierde inexorablemente en la ciudad de Buenos Aires, donde aspira a lograr el segundo puesto para obtener el senador por la minoría, en Santa Fe, donde busca salir segundo detrás del socialismo y antes que la lista encabezada por Miguel del Sel, tercero en Córdoba, luego del peronismo liderado por José Manuel de la Sota y de la Unión Cívica Radical y segundo en Mendoza, tras el radicalismo, que postula una candidatura emblemática para el “kirchnerismo”, como es la de Julio Cobos.
Dicho de otra manera, el oficialismo se sabe derrotado en cuatro de los cinco distritos más importantes de la Argentina y se prepara también para otras derrotas en provincias como San Luis, contra Adolfo y Aklbertop Rodríguez Sáa, Chubut, frente a Mario Das Neves, y Santa Cruz, ante la rebelión del gobernador Daniel Peralta.
La mirada generalizada se concentra entonces en la famosa “madre de todas las batallas”: la provincia de Buenos Aires. Y allí las encuestas arrojan hoy un dato significativo: si no se toma en cuenta a Sergio Massa, Francisco de Narvaez supera levemente a Alicia Kirchner y a otro cualquier candidato del Frente para la Victoria. Si la medición incluye a Massa, el intendente de Tigre se impone abrumadoramente sobre cualquier otro candidato.
En otros términos: al día de hoy, en la estratégica provincia de Buenos Aires, el oficialismo está ante la perspectiva de resultar probablemente derrotado frente a De Narvez o inexorablemente derrotado si se concreta el anunciado lanzamiento de Massa.
Vale la pena detenerse un instante en el análisis de lo que podríamos definir como el “efecto dominó”, en que las diferentes especulaciones personales sufrieron el embate de los acontecimientos políticos y obligaron a todos los actores a revisar sus propios planes.
Hasta hace un par de meses, antes de la convergencia entre cuatro acontecimientos, como fueron la elección del papa Francisco, ocurrida el 14 de marzo, de las inundaciones en la ciudad de La Plata, sucedidas el 2 y 3 de abril, de la primera emisión del primer programa de Lanata, que salió al aire el domingo 14 de abril, y de la gigantesca movilización popular del 18 de abril, los sondeos de opinión indicaban que, a pesar de todo, Alicia Kirchner estaba por encima de De Narváez. En ese contexto, la impresión generalizada era entonces que Sergio Massa se abstendría de participar directamente en las elecciones y se reservaría para mejor oportunidad.
Pero entonces las cosas empezaron velozmente a cambiar. Ante los cambios en la opinión pública, Daniel Scioli, aprisionado políticamente por la Casa Rosada, entrevió la posibilidad de negociar un acuerdo subterráneo con De Narvaez que en principio le permitiría eludir los efectos negativos de una derrota electoral del oficialismo en territorio bonaerense y romper el cerco del gobierno nacional. La “Juan Domingo” pasó con armas y bagajes a trabajar con De Narváez, quien ya contaba con la activa colaboración de José “Pepe” Scioli, hermano del gobernador.
En esas condiciones, cambió también la situación de Massa, que pasó de ser un espectador más o menos cómodo de los acontecimientos, a la espera de la disputa por la sucesión de Scioli en el 2015, a la de un posible danmificado de un acuerdo entre Scioli y De Narvez que incluiría la nominación de este último para la gobernación de Buenos Aires.
Pero ese efecto cascada no terminó todavía. Si Massa oficializa su candidatura, el problema principal para a ser de Scioli, que corre el peligro de quedar descolocado por el intendente de Tigre en la carrera presidencial. En esa situación, el gobernador estaría obligado a modificar su clásica estrategia de posicionamiento y asumir, ya sea en un sentido u en otro, un protagonismo personal en la campaña electoral que se avecina.
Fara destaca otro dato muy importante: el piso electoral del oficialismo está muy cerca del techo. Y ese techo es cada vez más bajo.
De allí que el acto multitudinario del 25 de mayo y el gran éxito televisivo de Lanata sean las dos caras de la misma moneda. El oficialismo, sólido, se concentra en una plaza y frente a su líder. La oposición, líquida, se unifica políticamente en torno a un periodista y frente a una pantalla de televisión.
En este contexto, en los próximos días habrá un verdadero alud de acontecimientos. La ya inminente y enteramente previsible definición judicial sobre la inconstitucionalidad de la ley de reforma del Consejo de la Magistratura afectará sensiblemente el escenario electoral.
En ese punto y momento, el gobierno actuará según su naturaleza. Intensificará su ofensiva contra el Poder Judicial, romperá lanzas con la Corte Suprema de Justicia y muy probablemente avanzará en un proyecto de ley para ampliar su actual número de miembros, de modo de asegurarse el control político del tribunal.
Nuevamente, todos los caminos conducen a la Corte, que tendrá que pronunciarse sucesivamente sobre la constitucionalidad de la reforma al Consejo de la Magistratura, de la ley de medios de comunicación audiovisual y del tratado argentino-iraní. En los tres casos, el máximo tribunal estará sometido a fuego cruzado.
Pero este inevitable choque de poderes entre el gobierno nacional y la Suprema Corte tiene como telón de fondo el vuelco experimentado por la situación política, cuya verdadera dimensión cabe en la sola mención del hecho de que en la provincia de Buenos Aires Scioli apoye a la misma lista de candidatos, encabezada por De Narváez, que p0or lo menos hasta hoy respaldan, entre otros, José Manuel De la Sota, Hugo Moyano y Jerónimo Venegas.
Los tiempos políticos se aceleran. Hasta ahora podía asegurarse que una derrota del gobierno en las elecciones de octubre abría la posibilidad de una crisis política para antes de fin de año. Hoy, cabe la hipótesis de que si esa derrota del oficialismo se adelanta a las elecciones primarias del 11 de agosto, esa crisis comience antes y las elecciones de octubre signifiquen no sólo el ocaso de una década sino el punto de partida de una nueva etapa política.
Este simple hecho explica la reprimenda de Cristina Kirchner a Scioli. No es simplemente un estado de ánimo. En todo caso, se trata de un estado de ánimo con una sólida fundamentación política. Ella interpreta, y con bastante razón, que en la decisiva contienda bonaerense Scioli está aliado a sus peores enemigos.
Un detalle aparentemente menor pero de carácter emblemático. En toda caída hay episodios menores que aparecen como síntomas y símbolos de un fin de época. El hecho de que un albañil empleado por Lázaro Baez para vaciar las bóvedas de su residencia y trasladar su contenido a otra estancia de su propiedad mientras cumplía sus tareas haya tomado decenas de fotografías que terminaron en poder de Elisa Carrió, de “Clarín” y de la justicia es un episodio característico de esos momentos de crisis.
Confrontación abierta con Scioli, conflicto de jurisdicciones con el Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, choque de poderes con la Corte Suprema de Justicia, descenso en la opinión pública, malas perspectivas para las elecciones legislativas del 27 octubre y, aún antes, del 11 agosto. Habría que incorporar a esta enumeración lo que cabría denominar el “efecto Bergoglio”. A esto llamamos la desintegración del poder K, diez años después, título de nuestra reunión de hoy.
GOBIERNO Y MEDIOS
Esta creciente proliferación de denuncias y revelaciones más o menos escandalosas sobre actos de corrupción que comprometen a empresarios cercanos al gobierno y también a altos funcionarios y hasta a la propia familia presidencial, a cinco meses de las elecciones legislativas, obliga a una reflexión acerca de la estrategia del gobierno en relación a los medios de comunicación social.
Como sentenció Perón, “la única verdad es la realidad”. Y la realidad indica que el gobierno nacional ha empezado a sentir con mayor fuerza que nunca el impacto de los golpes derivados de su confrontación abierta con el grupo “Clarín”.
El programa televisivo de Lanata se ha convertido en la nave insignia de una oposición política que encuentra en sus denuncias una eficaz herramienta de penetración en la opinión pública.
Paradójicamente, aún en este cuadro de notoria adversidad mediática, la evolución de la situación política confirma el análisis que en 2008 compartieron Néstor y Cristina Kirchner, en pleno conflicto con el sector agropecuario, cuando el grupo Clarín se convirtió en el principal propagador e impulsor de los cortes de ruta de los ruralistas y de las manifestaciones de apoyo de las clase media en los grandes centros urbanos.
Quedó entonces patentizado que el desgaste del gobierno no podía ser capitalizado por la oposición política, salvo que una muy fuerte presión de los grandes medios de comunicación social generase las condiciones para la configuración de una alternativa electoral que pudiera canalizar el descontento.
2009, 2011 y 2013
Eso fue lo que efectivamente ocurrió en los prolegómenos de las elecciones legislativas de junio de 2009, cuyo saldo político, negativo para el gobierno, se definió, como casi siempre ocurre, en la provincia de Buenos Aires.
Está todavía fresca en la memoria colectiva la abierta promoción de la figura de Francisco De Narváez exitosamente realizada desde la pantalla de Canal 13 por el programa de Marcelo Tinelli.
En esa oportunidad, un escenario electoral que en principio permitía inferir un triunfo del Frente para la Victoria, que llevaba como primer candidato nada menos que a Néstor Kirchner, a partir de la división de la oposición en dos fuerzas relativamente parejas, una de centro-derecha, liderada por De Narváez, con el apoyo del peronismo opositor y el PRO y la otra de centro-izquierda, encabezada por Margarita Stolbizer, acompañada por Ricardo Alfonsín, con el respaldo, entre otras fuerzas, del radicalismo y la Coalición Cívica, fue modificado por una creciente polarización que le permitió al empresario concentrar la gran mayoría del voto opositor ganar las elecciones, a pesar de las candidaturas testimoniales de Daniel Scioli y de Sergio Massa.
Tanto fue así que Gabriela Micetti, en aquel entonces, como ahora, candidata del PRO en la ciudad de Buenos Aires, quien acompañaba a De Narváez en algunas visitas en el disputado territorio bonaerense, comentaba asombrada que muchos asistentes a los actos de campaña le pedían a De Narváez que imitase en el escenario al actor que representaba su papel en el programa de Tinelli.
La mayoría de los analistas especializados que se esmeraban día tras día en analizar detalladamente el grado de favoritismo o de ridiculización al que eran sometidos por Tinelli las distintos personalidades políticas que eran diariamente teatralizados en su programa, no reparó en un hecho fundamental: Stolbizer no era parte del elenco de un espectáculo televisivo que se había transformado en el principal teatro de campaña. Por lo tanto, era como si no existiese. A De Narváez le alcanzó con capitalizar esa inexistencia para polarizar contra Kirchner.
No resulta caprichoso entonces que el proyecto de Ley de Medios de Comunicación Audiovisual recibiera el fuerte impulso que le otorgó el gobierno durante la segunda mitad de 2009, inmediatamente luego de ese revés electoral. Lo que en 2008 se había insinuado con el conflicto en la Mesa de Enlace en 2009 se había materializado con De Narvaez.
La experiencia de las elecciones de 2011 reveló también que ese tremendo poder mediático tenía empero un límite. Influía en la opinión pública lo suficiente como para persuadirla de la conveniencia de una alternativa de rechazo pero no lo suficiente como edificar una alternativa de gobierno.
UNA COMPARACIÓN INQUIETANTE
El problema para el gobierno es que las elecciones de 2013 se parecen más a las de 2009 que a las de 2011. En primer lugar, por su carácter legislativo: no se elige un nuevo gobierno. En segundo termino, la imagen positiva del gobierno nacional, aunque superior a la que exhibía en 2009, es inferior a la de 2011. En tercer lugar, en el distrito bonaerense, de no mediar una todavía pendiente definición el peronismo opositor, sea con De Narváez o más nítidamente con la postulación de Massa, vuelve a posicionarse como principal alternativa opositora, por encima de Stolbilzer, otra vez en dupla con Alfonsín, quienes reiteran su condición de tercera fuerza, y la cabeza de la lista del Frente para la Victoria volvería en principio a estar ocupada otra vez por un Kirchner, que en este caso no sería Néstor sino su hermana Alicia, aunque ahora, frente a la posibilidad de una derrota que requeriría afrontarse con un mariscal de otro apellido, se mencione también al Ministro del Interior, Florencio Randazzo.
Son entonces demasiadas las coincidencias entre estas dos elecciones como para que el gobierno pueda desestimar sin más la hipótesis fatídica de una derrota.
Se equivocan de medio a medio aquéllos que suponen que Cristina Kirchner está mirando otra película. Desde principios de de año, el gobierno alentó, entre varias otras, dos operaciones que revelan una cierta conciencia de la situación que tiene por delante. El problema reside, en todo caso, en que los resultados alcanzados no se compadecieron con los objetivos perseguidos.
La primera de esas operaciones fue la adquisición del emporio mediático de Daniel Hadad por el empresario Cristóbal López, para restarle al poder de fuego opositor, y especialmente a Scioli, la inestimable contribución de Radio 10 y de la pantalla de C5N.
La segunda, de carácter preventivo, fueron las conversaciones mantenidas con Marcelo Tinelli para conseguir que el popular animador abandonara Canal 13 y se sumara a la programación de Canal América o de Telefe, de modo de quitarle al grupo Clarín la posibilidad de utilizar a su principal estrella para reproducir este año el operativo de 2009.
Pero los resultados no fueron empero los apetecidos. La compra de Radio 10 hizo bajar la audiencia de la emisora, que después de una década abandonó el primer puesto a manos precisamente de Radio Mitre. El pase de Marcelo Longobardi a Radio Mitre fue emblemático. Y la combinación matutina entre Longobardi y Lanata se transformó en una mezcla explosiva.
Por otro lado, la neutralización de Tinelli, inmovilizado por las presiones contrapuestas ejercidas desde el oficialismo y el grupo Clarín, provocó otra consecuencia inesperada, ya que generó un vacío fue facilitó la transmutación de la emisión semanal de Lanata de programa periodístico convencional, con un tope de audiencia limitado a la condición de show político televisivo con alta dosis de humor, una suerte de versión corrosiva, pero igualmente eficaz, de lo que durante décadas fue el programa dominical de Tato Bores.
El resultado es el fortalecimiento de Canal 13 y de Radio Mitre y la proyección nacional de la figura de Lanata, erigido en un actor de primer nivel en la instalación de una agenda pública que está inequívocamente orientada a erosionar la imagen del gobierno, de acuerdo con la necesidad de supervivencia del grupo Clarín.
La réplica oficial implementada mediante el cambio de horario en la transmisión de los partidos de fútbol de los dos clubs más populares de la Argentina para bajar el rating del programa de Lanata constituyó un fracaso que revela la imposibilidad gubernamental de detener a sangría en materia de opinión pública.
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, 08/06/2013 |
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