El dólar, el arca y el diluvio

 


La situación del dólar es un termómetro de los problemas graves que afronta el gobierno
El país ingresa al último mes del primer semestre con una brecha creciente -la última semana superó el 30 por ciento- entre el valor “oficial” del dólar y la cotización paralela. Con una singularidad: a los ahorristas se les hace imposible acceder a los dólares “oficiales”, porque la AFIP –árbitro de las operaciones en el sistema de control de cambios que se practica desde octubre de 2011- rechaza más del 90 por ciento de las operaciones. Ya se ha verificado que la abrumadora mayoría de las compras son de escala menor (un 52 por ciento, inferiores a 10.000 dólares; un 33 por ciento, inferiores a los 5.000), es decir que no son iniciativa de grandes especuladores ni -mucho menos- parte de alguna acción hostil de intención “destituyente”: se trata simplemente de una masa de argentinos con capacidad de ahorro que no tienen confianza en el peso; es decir, en las prácticas económicas vigentes. Se afirma, con alguna razón, que el mercado paralelo –perseguido con distintos instrumentos, desde perros amaestrados a policías y agentes de inteligencia- es pequeño; y de esa dimensión se deduce que tiene escasa significación. Puede ser una conclusión precipitada. En efecto, el mercado “blue” oscila por ahora entre los 200 y los 400 millones mensuales, una cifra que no debería preocupar al gobierno cuando el Banco Central inició el año con 46.000 millones de reservas. Sin embargo, el gobierno subraya la relevancia del mercado paralelo al instrumentar su escalada de controles y medidas represivas. Que, para colmo de males (aunque fuera previsible), no consiguen achicar la brecha y logran en cambio que el incremento del dólar paralelo funcione como motor suplementario de la inflación. Lo que parece ahogarse en un vaso de agua es la conducción del proceso económico que, pese a que el país no ha dejado de contar con precios y demandas excepcionales para su producción agroalimentaria, no consigue poner en caja las consecuencias de la gestión de los últimos años: multiplicación de subsidios, aumento descontrolado del gasto público, incentivación desequilibrada de la demanda, desaliento de la inversión, desborde de la inflación y pérdida de la ventaja cambiaria competitiva heredada de la socialmente costosa devaluación del gobierno de Eduardo Duhalde. La inseguridad jurídica que disparan medidas como las regulaciones comerciales “de facto” de Guillermo Moreno o la confiscación de las acciones de Repsol no mejora el cuadro, como es obvio. El proteccionismo que practica el secretario de Comercio –una praxis que la Presidente ensalzó el 25 de mayo desde Bariloche- tiene la característica de que no protege a la industria, sino que la perjudica. Las cifras –las del INDEC, que el propio Moreno vigila – indican que la producción industrial cayó en abril 0,4 por ciento; y esto es un promedio; algunos sectores tuvieron un resbalón muy notable (la industria automotriz tuvo un bajón de 23,1 por ciento con respecto a abril de 2011 y casi un 20 por ciento con respecto a marzo, la cementera cayó un 12,9, la producción de aluminio se contrajo un 12,2 por ciento). La Unión Industrial Argentina, que lógicamente no abjura de la protección, se queja de esta que practica Moreno por sus consecuencias sobre la producción nacional. La industria automotriz apela al Sindicato de Mecánicos para que medie ante el gobierno de modo que puedan importarse algunos elementos prohibidos. Basta con frenar unos pocos –en rigor, alcanza con uno, como fue el caso de las lunetas la última semana- para que se paralice todo el proceso productivo. Lo que Moreno protege no es la producción nacional sino la caja del Estado central. La caída de la producción, a primera vista, es funcional al objetivo de Moreno de ahorrar dólares: cuanto menos se produce, menos se importa. Esto seguramente es contradictorio con otros deseos (aumentar los recursos fiscales a través de una mayor recaudación, no afectar el empleo), pero “es lo que hay”. Moreno es un hombre activo aunque sea unidimensional. Los conceptos que guían la acción oficial tienen una coloración anacrónica, que no se adapta a las realidades de este mundo: Moreno hace gestos escénicos (como el festivo viaje a Angola) teóricamente destinados a buscar mercados y aumentar exportaciones. Piensa inclusive en nuevos destinos para su Arca: Azerbaiján, Argelia. En verdad, el viaje a Angola no concretó ninguna exportación notable, capaz de mover el amperímetro del comercio exterior argentino. Es posible que algo semejante ocurra en los otros casos. Sucede que –lo dicen las cifras del comercio mundial- las dos terceras partes del intercambio que ocurre en el globo sucede en el entretejido de las empresas transnacionales, sus afiliadas, asociadas y proveedoras. Ese intercambio participa de la red de la economía mundial integrada de la cual los nodos fundamentales son, justamente las transnacionales. Por fuera de esa red se compite por conseguir una cuota del tercio restante del intercambio mundial. El camino más rápido y consistente no es aislarse de ese proceso global (no lo hacen los países en desarrollo que más crecen y mayor protagonismo internacional alcanzan: China, India, Brasil para citar a los mayores), sino participar de él activamente y sin complejos. A esta altura, hablar de transnacionales no equivale a hacerlo de empresas de los países capitalistas centrales; las grandes naciones en desarrollo impulsan sus propias transnacionales. Y miran el mundo con la misma óptica que aquéllos: desconfían de los que desafían las reglas de juego comunes. Y mucho más de quienes se envanecen ideológicamente de hacerlo. Con libros antiguos y una brújula desmagnetizada, el gobierno afronta el desorden económico, la brecha cambiaria, la inflación creciente. Se pelea con sus antiguos aliados y, en su estrategia de preservar la estructura y la caja centrales a costa de quien sea, tensa la cuerda con gremios, con provincias, con industriales, con productores rurales y con las clases medias. En esos sectores se cuentan muchos que en octubre contribuyeron al 54 por ciento que cosechó electoralmente la señora de Kirchner. Ese número queda lejos ya. La última encuesta de la consultora Management & Fit muestra a la Presidente con una imagen positiva (muy buena + buena) del 41 por ciento, por debajo de Daniel Scioli (muy buena+buena) con 51,5 por ciento. Los economistas imaginan un segundo semestre más riguroso que el primero. Quizás porque intuye el diluvio posible, aunque acompaña el Arca de Moreno, la señora tomó distancia (al menos en el discurso) de quienes la quieren eterna y reelegida en 2015 y dijo: “Hay que pasar la posta”.
Jorge Raventos , 26/05/2012

 

 

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