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El relato se vuelve más complicado |
Fue una semana agitada: había empezado con interesantes declaraciones de Hugo Moyano en un canal de cable del Grupo Clarín y terminó con agitación ambientalista y represión en el noroeste y una sonora, aventurada denuncia ante la ONU en la que el gobierno argentino imputó al británico la militarización del diferendo por las islas Malvinas y la introducción de armas atómicas en el Atlántico Sur. |
En este último tema, la Presidente adelantó en público aquella acusación y muchos creyeron que estaba mal asesorada cuando eligió referirse a un submarino nuclear (por su combustible, no por su armamento) cuya presencia (no verificada) en la región se rumoreó en un par de diarios ingleses.
En cualquier caso, el canciller Héctor Timerman formalizó la queja en Nueva York; entretanto, la subsecretaria de Estados Unidos para asuntos latinoamericanos, Roberta Jacobson, aseguraba en Buenos Aires que sus interlocutores del gobierno argentino (el propio canciller, el vicepresidente Boudou) no habían hablado con ella sobre Malvinas (recordó, de paso, que su país no ha cambiado sobre ese tema “la posición que hemos tenido durante años: este es un tema bilateral entre la Argentina y el Reino Unido”). Al hablar de ese modo implícitamente se desmarcaba de la caracterización de “crisis global” que la Presidente argentina adjudicó a la cinchada actual con Londres.
La señora Jacobson le asigna, en cambio, dimensión de amenaza “regional y global” a la perspectiva de que Irán alcance desarrollo atómico (y de eso vino a hablar con el gobierno de la Señora de Kirchner , además de ciertos compromisos incumplidos por Argentina). La funcionaria volvió a Washington tras declarar que la relación de su país con Argentina es “fuerte”. Eso querrá decir que puede resistir momentos como este, cuando Buenos Aires acusa por motivos atómicos a un aliado principal de Washington, justo cuando Estados Unidos quiere centrar la problemática nuclear en las intenciones de Teherán.
La Casa Rosada sigue milimétricamente a través de encuestas la reacción de la opinión pública ante su campaña por Malvinas. Lo que indican esos estudios y los discretos mensajes alarmados de gobiernos amigos fueron la causa de un cambio de planes de la Presidente a principios de la semana. Ella había convocado para el martes 7 (sin demasiada prolijidad y, sobre todo, sin adelantar detalles) a líderes opositores, gremialistas y empresarios a lo que insinuaba ser una noticia impactante sobre Malvinas. Esa noticia estaba relacionada con el aislamiento de las islas por interrupción del vuelo semanal que llega allí desde Punta Arenas, Chile. Ese puente aéreo, además de comunicación facilita a los isleños la provisión de alimentos frescos. Después de tantear infructuosamente en la capital chilena la posibilidad de que el gobierno de Sebastián Piñera tomara una decisión en ese sentido, el embajador argentino en Santiago, Ginés González García (un político lúcido que cumplió las instrucciones recibidas resignado de antemano al fracaso) sinceró ante la prensa argentina, en vísperas de la reunión llamada por la señora de Kirchner, que lo que se venía era una decisión argentina para bloquear a los isleños. El embajador procuró ser diplomático; “no se trata de prohibirles nada, es simplemente decirles que vayan por otro lado que no cruce cielos argentinos”. A buen entendedor: estaba adelantando que se anunciaría la prohibición de paso por el espacio aéreo argentino para ese vuelo.
Sin embargo, la señora de Kirchner no anunció esa medida (ni, en rigor, ninguna otra, más allá del re-anunció de la re-publicación del Informe Rattenbach y de una nueva denuncia ante la ONU). ¿Por qué desistió el gobierno de aquella vía de acción? Primero, por las encuestas: el gobierno consigue que 6 de cada 10 consultados aprueben su tono frente a Londres siempre y cuando no haya riesgos de que la tensión derive en algo más serio. A esa fuerte señal doméstica hay que añadir que la decisión de aislar a los malvinenses habría tenido un alto costo político internacional. ¿Y cuál podría haber sido una continuidad plausible para esa acción? Por más que en su presentación pública la Presidente haya sentado más cerca al ministro de Defensa que al Canciller, la verdad es que el país no tiene a esta altura fuerza alguna fuera de la que puede otorgarle la diplomacia (si actúa con racionalidad y evita el denuncismo superficial) y, sobre todo, su ubicación en una región que crece en presencia internacional y en la que Argentina cuenta con buenos aliados que debe respetar y cuidar.
El giro que practicó la Presidente el martes fue un signo de lucidez aunque hubo muchos decepcionados en la propia coalición oficialista, Las osadas denuncias posteriores fueron, quizás, un intento de resarcir a esos sectores por el desengaño que sufrieron el martes 7.
Al relato compensador le va resultando cada vez más difícil dar cuenta de hechos que lo interpelan por su mera existencia. Al gobierno le resulta cada vez más difícil estar en lugares opuestos simultáneamente. La preocupación ambiental, motorizada ahora por la minería a cielo abierto, es una de esas encrucijadas. Tanto las encuestas como el pensamiento políticamente correcto impulsarían al gobierno, en primera instancia, a compartir los reparos de buena parte de la opinión pública. Pero la necesidad tiene cara de hereje y el gobierno nacional se encuentra ya, en cambio, en el bando opuesto. Demostración patética: el sketch antiambientalista en el que la Presidente, voluntaria o involuntariamente, participó el viernes, en un diálogo televisado con un dirigente político de su sector, parado junto al vicepresidente Boudou y disfrazado de obrero con casco amarillo, a quien ella describió diciendo: “vos no sos ningún dirigente político, sos un trabajador que defiende su fuente de trabajo” y elogió sosteniendo que expresaba “la lógica implacable del pueblo” después de que el presunto uomo cualunque lanzara un discurso recio y articulado a favor de las empresas mineras y contra las protestas ambientalistas.
En tal contexto condiciones,era más que lógico que el gobierno nacional no dijera esta boca es mía cuando manifestaciones contra la minería a cielo abierto fueron duramente reprimidas en Catamarca y Tucumán.
Tampoco hubo reacciones oficiales a raíz del venteo de información que involucra al vicepresidente y a varias personas de su amistad con un extraño negocio por el cual un caballero declaradamente insolvente compra una formidable empresa fabricante de papel moneda y documentos personales, consigue un trato excepcional de la AFIP para levantar una quiebra y casi de inmediato obtiene del Estado un negoción (y la perspectiva de otros). Que la mayoría de los involucrados provengan de una misma ciudad (Mar del Plata) agrega al caso un singular interés. Que no bastó sin embargo para suscitar comentarios del gobierno.
En esta alborotada semana Hugo Moyano marcó nuevamente su voluntad de autonomía en relación con el gobierno. Lo hizo con palabras ( criticó a los que practican la “obsecuencia debida”, insistió en el reclamo de aumentos de acuerdo a “la inflación de las góndolas”, reclamó una vez más el dinero de las obras sociales que el gobierno retiene y la necesidad de quitar la carga impositiva a los salarios). Y también lo hizo con el oficio mudo: haber concurrido al programa de Joaquín Morales Solá en TN es toda una definición. Tanto como haberle dado al periodista (y también a Nelson Castro) el crédito por el inicio de las denuncias sobre la llamada “ley Banelco” en tiempos de Fernando De la Rúa.
En fin: esta semana (como las anteriores) reiteró muestras ostensibles de imprevisión y gestión desastrosa, en este caso en el manejo de la tarjeta electrónica con la que se administrarán los aumentos en el transporte. La secretaría respectiva forzó a centenares de miles de personas a hacer colas interminables bajo el sol feroz de este verano para agenciarse la famosa tarjeta. Más allá del destrato humano, esa desorganización tiene un costo: son millones de horas no trabajadas, producción no realizada, salarios no percibidos.
La sociedad tiene un juicio sobre esa gestión: para anoticiarse no hacen falta encuestadores, bastaba caminar por esas filas serpenteantes con oído receptivo. Como diría la Presidente: vox populi, vox De |
Jorge Raventos , 11/02/2012 |
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