"De nada vale ser de este modo soberano: tiene que acompañarme la seguridad de serlo" (William Shakespeare, "Macbeth"). |
El micrófono estaba listo en uno de los balcones externos del Palacio de los Dos Congresos para que Eduardo Duhalde, después de su discurso ante la Asamblea Legislativa, el último viernes, se dirigiera desde allí a la muchedumbre que se congregaría en la llamada Plaza del Sí. Lo que faltó fue la multitud. Al menos, una que por su número justificara la quiebra del protocolo. De modo que Eduardo Duhalde, ya advertido de esa circunstancia, eludió la tentación del micrófono y se introdujo sin dilaciones en su automóvil.
El esfuerzo de movilización llevado a cabo por los intendentes y caudillos del Gran Buenos Aires más vinculados al Presidente apenas fue un rugido de ratón, desproporcionado con el poder que se asigna al aparato del justicialismo bonaerense. Abundaron, sí, los carteles y pasacalles que ostentaban nombres de municipalidades y jefes comunales, pero la gente escaseó por comparación con otros actos peronistas y, especialmente, si se toma en cuenta que en esta ocasión el propio duhaldismo suburbano había encarado el acto como un desafío, como una demostración de poder.
El fracaso de la convocatoria, además de los obvios pases de factura, quizás tenga como consecuencia una revisión del proyecto que venían urdiendo otros círculos oficialistas, tendiente a ofrecer a Duhalde una legitimación menos módica que la que le brindó la Asamblea Legislativa dos meses atrás al convertirlo en presidente designado. Ese plan consiste, escuetamente, en llamar a un plebiscito para determinar en esa votación (no vinculante, ya que el Congreso nunca legisló sobre el tema, pese a la inclusión de la figura en la reforma constitucional de 1994) que Duhalde debe gobernar hasta diciembre del 2003. En suma: se trataría de una Plaza del Sí con modalidad electoral.
El traspié de la convocatoria del viernes fue un llamado de atención severo: el plebiscito podría alcanzar la misma suerte que esa encogida pueblada y convertirse de esa manera en otro bumerán. Por otra parte, resultaría difícil explicar por qué podría organizarse una consulta plebiscitaria y no admitir, en cambio, las elecciones anticipadas que vienen reclamando gobernadores peronistas como Kirchner o De la Sota. En resumen: Duhalde parece condenado a gobernar, el tiempo que sea, sin otra representatividad que la que arrastra desde el origen de su mandato: básicamente la coalición bonaerense justicialista-alfonsinista-frepasista. Esos son los medios con que cuenta y que él considera suficientes para crear "una nueva república" y estabilizar en el país una nueva juridicidad basada en la destrucción de la convertibilidad, la devaluación y la pesificación. Por el momento, lo que se observa es la parte destructiva y sus efectos: al liquidarse la convertibilidad saltó por los aires la clave que durante una década había garantizado el sistema de contratos y relaciones entre el Estado y los particulares y de estos entre sí y así se desató una conflictividad redistributiva que se agudiza con la devaluación y que está a la vista.
En cuanto a la pesificación mental de los argentinos que se propone el Presidente, cabe decir que se trata de un objetivo (un objetivo estratégico, lo definió Duhalde) de gran escala, ya que la sociedad hace por lo menos un cuarto de siglo que ha adoptado al dólar como unidad monetaria de medida y como moneda de ahorro. Esa conducta dolarizadora ha sido, si bien se mira, un comportamiento defensivo racional de los argentinos y, al mismo tiempo, una medida de la desconfianza al Estado y al sistema político como salvaguardas de los frutos del trabajo y los emprendimientos: el repudio a la moneda es un mensaje simbólico inequívoco.
Resulta difícil imaginar que pueda revertirse esa desconfianza por mero voluntarismo o por expresiones de deseo. La subsistencia del corralito, la situación de cesación de pagos, el colapso en que se encuentran el crédito, la producción y el comercio no hacen más que debilitar el poder nacional. Y las estrategias equivocadas agravan esa impotencia. En rigor, el peso (y lo que simboliza) volvió a ser aceptado paulatinamente por la sociedad a partir de 1991, merced a que la ley de convertibilidad lo vinculaba al dólar y a que esa relación monetaria expresaba una política de fuerte conexión con el mundo y de alianza estratégica con la única superpotencia mundial.
Una Argentina que se habituó a la estabilidad y se integró al mundo durante la década del 90 necesita una estrategia que sea capaz de avanzar en aquel camino, antes que una que se esfuerce en erradicar esos logros. El poder crece con la capacidad de encontrar asociaciones virtuosas, que vinculen al país a los flujos de inversión e intercambio que constituyen la corriente central de la época; lo contrario se traduce en aislamiento, decadencia, irrelevancia.
El discurso del Presidente ante la Asamblea Legislativa fue pródigo en definiciones programáticas y vaticinios sobre lo que él aspira que ocurra en el futuro, pero un tanto mezquino en definiciones sobre la acuciante actualidad que, ay!, es la auténtica clave de cualquier pronóstico. Quizás sea cierto que Argentina crezca un 5 por ciento durante 2003 ("¡Cuán largo me lo fiáis!"). Quizás no. Es un problema de índole casi metafísica mensurar lo que no existe. Por el momento, lo que puede medirse indica que aumentan el precio de los bienes, el índice de desempleo y las cifras de pobreza e indigencia. Se reducen, en cambio, la construcción y la producción, el consumo, las exportaciones (12 por ciento en enero) y las importaciones (56 por ciento en promedio), entre ellas las de tecnología y bienes intermedios esenciales para el proceso productivo. Hablar del porvenir es más liviano que vérselas con el presente. Se puede manifestar poder en los discursos, ya que el papel no se resiste. La cuestión es ejercer poder sobre la realidad, una tarea que, más que voluntarismo e ideología, requiere voluntad, realismo, noción precisa de las propias fuerzas y decisión para encarar las alianzas que permitan actuar efectivamente sobre los hechos. |
Jorge Raventos , 04/03/2002 |
|
|