Lo que mata es el fracaso.

 

El destino del actual gobierno, y el eventual acortamiento de su mandato legal, nada tiene que ver con lo que suceda en los cuarteles: está en relación directa con la capacidad que exhiba para enfrentar la crisis, salir del colapso económico y evitar que la desobediencia civil provoque un estallido social.
La tendencia hacia la desintegración del poder y el notorio estado de deslegitimación que padece el sistema político han facilitado la diseminación de variadas interpretaciones conspirativas vinculadas con el riesgo de un golpe militar prohijado por sectores del "establishment".

A falta de todo posible sustento en hechos reales, los autores y propaladores de dichas interpretaciones intentan compensar su nula base informativa con un simple ejercicio analógico, tendiente a encontrar similitudes con situaciones presuntamente semejantes de la historia institucional argentina de los últimos setenta años.

La ventaja que presenta esa suerte de ejercicio intelectual, de carácter simplemente deductivo, es que implica un "ahorro de pensamiento". El inconveniente es que sus resultados casi nunca coinciden con el curso posterior de los acontecimientos. La experiencia histórica es una fuente inagotable de conocimiento. Pero revela también una regla de oro: ante lo nuevo, hay que pensar de nuevo. Y hay mucho de nuevo en lo que sucede actualmente en la Argentina.

La inteligencia política no consiste en la aplicación de supuestas leyes generales a la apreciación de una situación determinada. Muy por el contrario, reside en la capacidad de enfocar cada situación a partir de la precisa identificación de sus características propias e intransferibles. Por eso mismo, en el caso específico de la Argentina de hoy, el análisis de las opciones que abre la profunda crisis del actual sistema político tiene entonces que tomar en cuenta un elemento básico: la inexistencia de cualquier posibilidad de golpe militar.

Esa ausencia de una alternativa militar, que constituye un dato relativamente novedoso en la historia política de la Argentina moderna, responde a la confluencia de tres causas de orden estructural, estrechamente vinculadas entre sí:


- El carácter históricamente irreversible del restablecimiento de la democracia materializado en la Argentina a partir de 1983.

- La total inexistencia de una voluntad política de esas características en el seno de las Fuerzas Armadas.

- El contexto internacional inaugurado con el fin de la guerra fría y la desaparición de la Unión Soviética.

El hecho de que las hipótesis sobre un golpe militar se parezcan mucho más al argumento de una novela de ciencia-ficción que a un análisis del presente político argentino no significa que su divulgación carezca de significación política.

Ya durante la presidencia de Raúl Alfonsín, esas mismas interpretaciones conspirativas llevaron a la denuncia de un imaginario complot militar, que en aquella oportunidad justificó la declaración del estado de sitio y el encarcelamiento de sus presuntos promotores, luego liberados sin que jamás nadie aportara ninguna prueba que acreditara siquiera mínimamente las acusaciones formuladas.

El gobierno radical impulsó entonces una fuerte campaña orientada a instalar en la opinión pública la opción "democracia o dictadura". Sin embargo, su salida anticipada del poder no fue el resultado de la acción de un movimiento militar triunfante, sino de su absoluta incapacidad para controlar el rumbo de los acontecimientos, en medio de una gravísima crisis de gobernabilidad, expresada dramáticamente en la estampida hiperinflacionaria y los saqueos a los supermercados, similares a los que acompañaron doce años después la caída del gobierno de la Alianza.

En los últimos días, algunos medios periodísticos mencionaron la posibilidad de una movilización en defensa de la democracia en la Plaza de Mayo, que podría tener lugar el 24 de marzo próximo, aniversario del golpe de Estado de 1976, evento que contaría con la participación conjunta del presidente Duhalde y del propio Alfonsín.

Constituiría un grave error político suponer que es en este terreno en que se juega la suerte del actual gobierno. Su destino, y el eventual acortamiento de su mandato legal, nada tiene que ver con lo que suceda en los cuarteles. Está en relación directa con la capacidad que exhiba para enfrentar la crisis, salir del colapso económico y evitar que la generalización de la desobediencia civil genere las condiciones para un nuevo estallido social.

La recomposición del poder político, absolutamente necesaria para salir de la crisis, y el cambio institucional que demanda la sociedad argentina tendrán que darse en el marco de la democracia. No solo porque es mejor que así sea, sino porque no existe hoy ninguna otra alternativa.
Pascual Albanese , 01/03/2002

 

 

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