|
Consenso demócrata-republicano en América del Sur |
Un triunfo de Obama no implica la modificación de la política estadounidense con la Argentina de Kirchner. Hay un consenso prácticamente completo en los Estados Unidos en materia de política exterior. Tanto John McCain como Barack Obama sostienen que el poder estadounidense debe ser sinónimo de trabajo estrecho con otras naciones y debe ejercerse dentro de las instituciones internacionales.
McCain y Obama disputan sobre cual de los dos trabajará mejor con los países aliados; y quién de ellos está más capacitado para recuperar el prestigio global del país, hoy profundamente debilitado.
|
Señaló McCain en Foreign Affaires: “Debemos estar dispuestos a escuchar a nuestros aliados democráticos; y el hecho de que seamos una gran potencia no significa que podamos hacer cualquier cosas. Tampoco podemos asumir que somos los poseedores de toda la sabiduría, el conocimiento y los recursos necesarios para triunfar (…) Para ser un buen líder, EE.UU debe ser primero un buen aliado”.
Robert Kagan, principal asesor exterior de McCain, y reconocido intelectual neoconservador, señaló esta semana: “Los estadounidenses –y no solo las elites liberales– están profundamente insatisfechos con la mala reputación de EE.UU en el mundo. Nos preocupa lo que otros países piensan de nosotros; y actuamos en consecuencia”.
El consenso demócrata-republicano no es solo consecuencia de esta campaña electoral. George W. Bush realizó un giro de 180 grados en su política exterior después de la derrota que experimentó en las elecciones de noviembre de 2006.
Allí giró de la estrategia unilateral, con énfasis en la acción militar, que llevó a la intervención en Afganistán e Irak, a una afirmación multilateral, con eje en lo diplomático. Ante todo en Corea del Norte, donde adoptó, junto con Condoleezza Rice, la propuesta del demócrata John Kerry en 2004: Negociaciones multilaterales, sin amenaza militar, para lograr que Pyongyang entregara sus armas nucleares, lo que se logró este año.
Bush también autorizó la incorporación de EE.UU a las discusiones multilaterales con Irán; y afirmó su voluntad de reabrir la representación diplomática en Teherán.
El Secretario de Defensa, Robert M. Gates, afirmó que la política exterior norteamericana ha estado “excesivamente militarizada” después de 2001.
El consenso también llegó a Irak; allí la discusión entre Obama y McCain, tras la resolución del conflicto lograda por el General David Petraeus, es cuando y en qué condiciones se retirarán las fuerzas estadounidenses del territorio iraquí; no si deben retirarse.
El consenso se afirma sobre todo en América Latina, y en especial, en América del Sur. Hay un reconocimiento de que EE.UU se replegó del continente después del 11/9, y dejó un vacío de poder. Ese vacío lo ocupa hoy Brasil; y con él se vincula primordialmente, en forma de relación privilegiada, EE.UU.
La segunda dimensión de la política estadounidense en América del Sur es la que mantiene con países gobernados por fuerzas de izquierda volcadas a la globalización (Brasil y el PT; Uruguay con Tabaré Vázquez y el Frente Amplio; Chile con Michelle Bachellet y el Partido Socialista/Concertación Democrática; y Perú con Alan García y el APRA).
Colombia es todavía terreno de disputa entre demócratas y republicanos, pero por motivos de orden interno estadounidense. Por eso, el tratado de Libre Comercio lo firmó Bush, pero el Congreso postergó su discusión hasta el 2009.
Lo probable es que un gobierno Obama le pida al Congreso que apruebe el Tratado de Libre Comercio firmado con Colombia este año.
EE.UU, por último, tiene una política de contención –y no de antagonismo– con los países “antinorteamericanos” de la región: Venezuela, Bolivia y Ecuador. A esa política la caracteriza como de “paciencia estratégica”: o lo que es igual, de irrelevancia en el largo plazo.
La Argentina no integra ninguno de los dos grupos de países en los que está dividida la región. EE.UU ha advertido cual es la principal característica del “fenómeno Kirchner” como sistema de poder: la subordinación completa de las decisiones de política exterior a las necesidades de la política doméstica. Por eso no hay conflicto ni tampoco alianza; y se contenta con un modesto status quo, sin agenda positiva ni política ni económica. Los demócratas participan de este diagnóstico sobre la Argentina.
Si el próximo presidente de EE.UU es Obama, puede haber un énfasis proteccionista en su política exterior; esa es su principal diferencia con McCain.
Las campañas demócratas tienen usualmente un fuerte sesgo proteccionista, por el papel operativo que cumplen las organizaciones sindicales (AFL-CIO). La situación cambia cuando llegan al poder, sobre todo si los estados en que triunfan son los más vinculados a la globalización, como California, Washington, Oregón y Nueva York, entre otros.
En ese caso, el presidente demócrata se puede convertir en el más ambicioso impulsor de los acuerdos de libre comercio. El que logró imponer el NAFTA en 1993, contra viento y marea y la AFL-CIO, fue Bill Clinton.
Publicado en el DIARIO PERFIL el 16/11/08
|
Jorge Castro , 17/11/2008 |
|
|