El conflicto entre el gobierno y el sector agropecuario no puede visualizarse como una contienda entre dos adversarios equivalentes, sino como una parte fundamental de un fenómeno aún más significativo, que es la creciente licuación del poder político. Ese proceso reconoce básicamente tres etapas. |
La primera, anterior a la asunción de Cristina Fernández de Kirchner, fue la derrota del oficialismo en octubre pasado en todos los grandes centros urbanos de la Argentina, empezando por la ciudad de Buenos Aires. Esto implicó que la mandataria electa ya inició su gestión enfrentada con clase media urbana, núcleo básico de la opinión pública argentina.
La segunda fase del debilitamiento fue la movilización el sector agropecuario, transformada rápidamente en una rebeldía generalizada de la Argentina interior, inclusive en los lugares en que la actual presidente había ganado las elecciones por una amplísima diferencia. Esta situación tuvo rápidas expresiones políticas, incluso en el Partido Justicialista de las tres provincias de la Región Centro (Córdoba, Santa Fé y Entre Ríos). A su vez, la clase media urbana encontró en el conflicto entre el gobierno y el agro una oportunidad para salir a la calle a manifestar su disconformidad con su método de acción más efectivo: los “cacerolazos”.
La tercera etapa, que se exhibe ahora en las encuestas que indican que el abrupto descenso de la imagen presidencial empieza a alcanzar también al Gran Buenos Aires, es el impacto de la inflación en el conurbano bonaerense. Ese descenso de imagen no puede sino repercutir negativamente en la estructura partidaria del peronismo bonaerense, último bastión del poder territorial del oficialismo. La suma de estos tres factores, que en definitiva confluyen y se potencian entre sí para provocar el erosionamiento del poder político, trasuntan una crisis de confianza, reflejada en hechos como el retiro de depósitos bancarios, la fuga de capitales al exterior y el descenso de la cotización de los bonos argentinos, sin que exista ninguna razón de carácter macroeconómico que explique esa conducta por parte de los ahorristas.
Una vez más, la realidad pone de manifiesto el hecho de que, en la Argentina, las crisis económicas tienen una raíz eminentemente política.
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Jorge Castro , 05/06/2008 |
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