La Revolución de los Alimentos y la Proyección Internacional de la Argentina

 

Conferencia del entonces Secretario de Planeamiento Estratégico Dr. Jorge Castro en el Acto de Clausura del Seminario "La Revolución de los Alimentos", en el Hotel Alvear de Buenos Aires, el 25 de marzo de 1998
En los años noventa la Argentina ha transformado sus ventajas comparativas en materia de producción agrícola en ventajas competitivas. Se ha convertido así en protagonista de una de las corrientes de fondo de la economía globalizada de fin de siglo, la industria de los alimentos.

En el marco de la democracia, la Argentina ha creado un sistema de instituciones económicas que garantizan estabilidad y confiabilidad de largo plazo. La moneda ha dejado de ser un instrumento de política fiscal, para constituirse en una institución respetada y confiable. Este logro fundamental ha resultado no sólo de la política económica sino de la confiabilidad y la eficacia del sistema político-institucional del país y de un nuevo sistema de alianzas en el plano internacional y en el marco del relacionamiento con los vecinos, y le ha permitido al país valorizar sus extraordinarias ventajas comparativas en producción primaria de alimentos y transformarlas en ventajas competitivas.

Estas transformaciones, que implican una unidad en materia de instituciones políticas, instituciones económicas e inserción internacional, han permitido al país absorber al mismo tiempo dos revoluciones tecnológicas: la revolución verde, que no pudo realizar en las décadas del 60 y del 70, porque entonces tenia un sistema económico que repelía la innovación y castigaba el cambio, y la revolución de la biotecnología, de los años 80 y 90. Lo que el país no hizo en las dos décadas pasadas lo está haciendo ahora.

Como la tendencia a la exageración parece ser un rasgo de la idiosincrasia nacional, realiza en seis años lo que no pudo hacer en veinte. Ahora se utilizan fertilizantes, y para producirlos comienza a construirse la mayor fábrica del mundo. La siembra directa se ha transformado en un lugar común en el agro argentino, que utiliza la tecnología conocida y disponible porque ahora tiene incentivos económicos para incorporar el cambio tecnológico.

La idea de que la producción primaria del agro está alejada del conocimiento científico, es falsa. La semilla que se utiliza en el agro contiene tanta información y tanto desarrollo científico y tecnológico como lo más avanzado del conocimiento humano. De ahí que este año la Argentina podría tener una producción de granos de 63 a 64 millones de toneladas, que será el nuevo piso estructural de la producción agraria.

Para comprender lo que está en marcha, identificar la tendencia predominante y cabalgar sobre ella a través de proyectos específicos provenientes de la sociedad, del gobierno, del mundo político, conviene precisar algunos conceptos. En la economía globalizada de fin de siglo, comienzan a desplegarse en toda su intensidad las ventajas comparativas. El capitalismo, como lógica de acumulación, despliega en la economía global toda su capacidad de crecimiento. Las ventajas comparativas son de tres tipos: los recursos naturales, la mano de obra abundante y barata y un alto e incesante desarrollo científico e innovación tecnológica.

Pero la característica de la globalización del capitalismo de fin de siglo es la revolución tecnológica, que atraviesa todas las ventajas comparativas: a algunas las exalta y a otras las disminuye. Lo que está ocurriendo en el mundo de fin de siglo es que sobre la base del cambio incesante de tipo tecnológico, que es el sustento de la revolución en materia de procesamiento de la información, hay una revalorización de los recursos naturales y una disminución de la importancia relativa de la ventaja comparativa de la mano de obra abundante y barata. Por eso la Argentina asciende y el sudeste asiático entra en crisis.

El sustento de las ventajas competitivas que surgen del agregado incesante de innovación tecnológica basada en el desarrollo científico, valoriza cada vez más los recursos naturales y disminuye la importancia relativa de la fuerza del trabajo. El paso de las ventajas comparativas a las competitivas es propio de una economía que cambia en forma incesante y a gran velocidad y donde, por definición, la competencia se exacerba, porque la característica de la globalización es la apertura generalizada de los mercados.

Las ventajas comparativas surgidas de los recursos naturales de la producción primaria existen, y se encuentran cada vez mas valorizadas. Pero, al mismo tiempo, deben enfrentar el desafío del cambio tecnológico incesante y de la competencia generalizada en escala global. Los países productores que disponen de vastos recursos naturales, como es el caso de la Argentina, están obligados a trabajar para mantener sus ventajas comparativas. Al incorporar valor agregado, las ventajas comparativas naturales se vuelven ventajas competitivas; la mejora continuada de la producción primaria se convierte en regla insoslayable para mantener las ventajas comparativas. En el mundo globalizado de fin de siglo, la ventaja comparativa de la mano de obra abundante y barata, que fue el elemento expansivo esencial de la competitividad de los países del sudeste asiático (junto a una altísima tasa de ahorro) pierde importancia relativa. De ahí que ceda el ritmo de crecimiento de estos países.

La Argentina tiene ventajas comparativas excepcionales en la producción primaria de productos agropecuarios. Pero la producción primaria de origen agropecuario, en las condiciones de la globalización del capitalismo de fin de siglo, constituye hoy el primer eslabón del negocio de los alimentos que, a su vez, depende de un altísimo nivel de productividad para permanecer competitivo. El alto nivel de productividad en el negocio de los alimentos sólo se puede mantener mediante una incorporación constante de tecnología y de normas cada vez más exigentes de calidad y salubridad. Esto significa que la producción primaria argentina se puede mantener en el mercado en la medida en que sea una producción especializada.

Pero una especialización competitiva no puede restringirse a la producción primaria. La especialización, que es la regla de la acumulación capitalista para alcanzar superiores niveles de productividad, sólo es posible en la medida en que el país se especialice en la totalidad de la cadena alimentaria. Sólo así puede conseguir una base económica suficiente para sostener, en términos económicos, la alta tecnología necesaria para competir en el mercado de productos de alto valor agregado. Esto incluye los recursos económicos para desarrollar una infraestructura de alto nivel: cadena de frío, depósitos, transportes y comunicaciones, y una educación calificada en todas las instancias, y especialmente la universitaria, para que el desarrollo de la investigación asegure que la producción primaria del país tenga un grado cada vez mayor de estandarización y de diferenciación, con niveles, siempre superiores de calidad y salubridad.

En este fin de siglo, la agricultura moderna es una parte del primer eslabón de la industria agroalimentaria de alta tecnología: lo que comienza en el sembradío incluye la actividad de los laboratorios y el desarrollo de la biotecnología. Es un solo complejo que va desde la producción primaria al más alto conocimiento científico y tecnológico de la época. En este conjunto de la cadena agroalimentaria, la Argentina pone en juego su especialización como gran productor. No se trata de una simple especialización en la producción primaria. La especialización abarca toda la cadena agroalimentaria.

Ahora bien, ¿dónde está situada la Argentina en 1998 en relación con la economía mundial? En realidad, los acontecimientos han superado cualquier visión localista del problema. Lo verdaderamente decisivo es identificar la tendencia mundial y, sobre esa base, una vez que queda clara la línea principal del proceso histórico en marcha, procurar sumarse a través de un esfuerzo nacional de voluntad de orden político. La población mundial se duplicará hacia el 2035. Pasará de los 5.800 millones de habitantes en la actualidad, a unos 12.000 millones de habitantes. En ese mismo lapso, según una estimación de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico - OCDE -, el poder de compra mundial de alimentos se va a incrementar en un porcentaje por lo menos similar al del aumento de la población. Por lo tanto, es razonable pensar - siempre según la OCDE - que la demanda de alimentos se va a triplicar en el mismo período que se duplicará la población.

La estimación de la OCDE se basa en lo que ha ocurrido en el sudeste asiático a partir de 1970. Se trata de un grupo de países que tienen una población de 2.000 millones de habitantes sobre un total mundial de 5.800 millones y han duplicado el ingreso real per capita de su población. Lo que ha ocurrido en los últimos 27 ó 28 años en el sudeste asiático se repetirá en manera acelerada hacia el 2010. Lo que prevé la OCDE es lo que ya ha ocurrido con la República Popular China, un país de 1.250 millones de habitantes que ha logrado duplicar el ingreso real per capita de su población en los últimos 10 años. La duplicación del ingreso real per capita de la República Popular China se alcanzará nuevamente hacia el 2010. Esto significa que los 1.250 millones de habitantes de este país van a lograr un ingreso real per capita similar al que tiene Taiwan en la actualidad, pero con una gran diferencia: Taiwan tiene 21 millones de habitantes y la República Popular China tendrá entonces 1.300 millones de habitantes.

A su vez, pareciera que el mercado mundial va a tender a ser cada vez más abierto. Lo que sucedió con las negociaciones agrícolas de la Ronda Uruguay del GATT es altamente probable que se complete en los próximos diez años con las tratativas que ya han comenzado en el marco de la Organización Mundial del Comercio - OMC. Después de la Ronda Uruguay del GATT, lo que está en el horizonte es el surgimiento de la Ronda del Milenio, que significa, sobre todo y ante todo, la apertura del mercado mundial de alimentos.

¿Cuál es la característica central, esencial, estratégica de la Argentina en este contexto? La Argentina es uno de los pocos países del mundo que va a tener en los próximos años un fuerte crecimiento de su producción agroalimentaria con una disponibilidad cada vez mayor de excedentes exportables. Hay otros países que tienen una producción superior a la de la Argentina. Pero hay pocos países - la Argentina entre ellos - que al mismo tiempo que aumentan su producción agroalimentaria incrementan su capacidad de exportar excedentes. Las tres zonas más feraces del mundo son el medio oeste norteamericano (Iowa, Illinois), la pampa húmeda argentina y las tierras negras de Rusia y Ucrania. La diferencia a favor de la Argentina es que dispone de una de las tres zonas más feraces del mundo y al mismo tiempo tiene un sistema económico acorde con la época y poca población. Desde el punto de vista agrícola la característica de la pampa húmeda argentina es la rapidez con que crece la intensidad del capital utilizado en el sector.

En la Argentina, el agro cuenta con una estructura profundamente capitalista e intensamente moderna, que responde y absorbe con extraordinaria rapidez las señales económicas y tecnológicas que le envía el mercado en la exacta medida en que esas señales le revelan al productor cuál es el camino del crecimiento y de la innovación. Es probable, por lo tanto, que la cosecha de 64 millones de toneladas de granos y oleaginosas de este año constituya el nuevo piso productivo del país. Hay que prever también que en los próximos años se va a mantener un alto ritmo de acumulación en el agro argentino, con un aumento consecuente de la productividad del sector.

En las condiciones de globalización de fin de siglo, con economías definitivamente abiertas y una competencia única global, la única fuente de crecimiento sostenido es el aumento de la productividad. En el agro argentino, este superior nivel de acumulación, en una estructura intensamente moderna y profundamente capitalista, asegura un aumento incesante de la productividad. Esta es la base estructural que convierte a la Argentina en uno de los protagonistas del negocio mundial de alimentos.

Ahora bien, el más grande mercado para la producción alimentaria mundial se encuentra en el Asia-Pacífico. En esta región, unos 2.000 millones de personas se han incorporado a la producción y al consumo en la década del 90; dos de cada cinco habitantes del planeta han comenzado a participar de sociedades que duplican el ingreso real per capita de su población cada 10 años.

Es lo mismo que ocurrió con Gran Bretaña durante la revolución industrial, que también logró duplicar el ingreso real per capita de su población. La diferencia es que Gran Bretaña tardó 60 años y en el sudeste asiático hay 2.000 millones de personas que han entrado en un círculo en el que se duplica el ingreso real per capita cada 10 años. De ahí que el Asia-Pacífico se haya convertido en el principal mercado agroalimentario del mundo. Coinciden en esto su extraordinario dinamismo, su creciente ingreso real per capita y sus limitaciones económicas. La región tiene una notoria limitación de recursos naturales para satisfacer la demanda alimentaria de poblaciones que han ingresado en una etapa de rápido aumento de sus salarios e ingresos reales. Las limitaciones ecológicas del Asia-Pacífico para satisfacer la creciente demanda alimentaria ofrecen una oportunidad única para la Argentina. Representa la oportunidad más importante que ha tenido el país desde las ultimas dos décadas del siglo pasado, entre 1880 y 1900.

Ese fue el período en que la Argentina duplicó su población y multiplicó por 3 y luego por 4 el ingreso real per capita de su población. Por consiguiente, no hay que temer a la especialización productiva de la Argentina en el negocio de los alimentos. Al contrario, hay que apostar deliberada y lúcidamente a la especialización argentina en el negocio de los alimentos, que se deberá acentuar y profundizar, porque en una economía globalizada, el camino de la especialización productiva en la cadena agroalimentaria es la base para alcanzar superiores niveles de productividad, que van a permitir alcanzar superiores niveles de expansión económica y atraer todavía más inversión, nacional y extranjera. Esta es la base y la vía para la diversificación industrial del país.

En una economía mundial globalizada, irreversiblemente abierta, es imposible desarrollar redes de industrias que no sean inmediatamente competitivas. En una economía globalizada abierta, sólo lo inmediatamente competitivo en el plano internacional puede crecer y desarrollarse. No hay posibilidad alguna de desarrollar industrias que sean competitivas sobre la base de los recursos del Estado o de créditos diferenciados.

Sólo se pueden crear ventajas competitivas mediante la absorción constante de la innovación tecnológica, sobre la base de ventajas comparativas. Esta es una regla fundamental del capitalismo globalizado de fin de siglo. En realidad de las tres ventajas comparativas - recursos naturales, mano de obra abundante y barata y capacidad constante de innovación tecnológica - sólo quedan dos en juego: los recursos naturales y la continua e incesante innovación tecnológica. Para conservar las ventajas comparativas se necesita absorber en forma permanente el potencial que surge de la revolución cinetífico-tecnológica.

La segunda regla de la globalización es que sólo se pueden lograr ventajas competitivas si las ventajas comparativas se especializan. En las condiciones de la economía mundial, sólo se puede sostener la especialización si ésta atrae una masa de inversiones capaz de diversificar la economía e impulsar la industria. En el caso de la Argentina, esto significa que la especialización y la diversificación de su economía tienen lugar alrededor de la industria alimentaria; luego, rápidamente, la sobrepasan. Por eso, lo que sucede en el agro argentino es parte de la corriente central de la época, que lleva a la revalorización de los recursos naturales.

En una economía global, el primer escalón productivo - la producción primaria - es tan importante como el último, dado que está unido a cadenas de alto nivel de productividad en una escala mundial. Por eso, los países con ventajas comparativas en la producción primaria, como es el caso de la Argentina, tienen hoy la posibilidad de diversificarse industrialmente a través de un racimo de industrias competitivas en el plano mundial, y a través de un esfuerzo sistemático de especialización productiva, que en el caso de la Argentina abarca la totalidad de la cadena agroalimentaria.

Así es posible pasar de la especialización a la diversificación industrial, porque ahora existe una economía mundial globalizada. Para eso se trata de pensar, de formular, de proponer, de ejecutar políticas activas, que no sean activas en los términos tradicionales. En el pasado muy lejano de la Argentina de antes de 1989, con otro régimen de acumulación y otra inserción internacional, las políticas activas tendían a desarrollar aquello que era imposible desplegar en condiciones de competencia, nacional e internacional. Para eso, se utilizaban créditos subsidiados, exención de impuestos, restricciones de mercado, el proteccionismo y las regulaciones de todo tipo.

La política activa de la era de la globalización es de naturaleza distinta. Tiende a acelerar y a incentivar lo que es posible desarrollar en términos competitivos para el mercado mundial. La política es el arte de conducir lo inevitable, dijo el Gral. Charles De Gaulle. En las condiciones de globalización del capitalismo, el esfuerzo de voluntad - noción esencial que hace a la sustancia del Estado - consiste ante todo en desburocratizar, incentivar, explicar, persuadir, advertir, mostrar y establecer una inteligencia estratégica sobre el marco de lo posible.

No se trata de desarrollar ningún tipo de visión prospectiva. Se trata de analizar, pensar, imaginar lo posible a partir de lo actual, y de comprender lo actual como resultado de un proceso y de un esfuerzo político. Las políticas activas de la era de la globalización exigen un compromiso todavía mayor del Estado. Son experiencias de innovación y de conocimiento que, en lo esencial, no descansan en la gestión tecnoburocrática sino en la sociedad, en la cultura, en la imaginación, en el pensamiento, en la voluntad, esto es, en la política. Son empresas esencialmente políticas y no burocráticas.

Lo que sucederá en la Argentina de los próximos años ha sido señalado recientemente por la OCDE, que dedicó el año pasado un libro a estudiar la Argentina como caso. La hipótesis teórica que desarrolla esta investigación es que el hecho de que la Argentina haya crecido el 8% en 1997 y que su producto haya crecido el 50% desde 1990 hasta 1997, pese a la caída de 4,4% de 1995, no tiene nada de sorprendente. Es lo que estaba previsto y anunciado. Este es el mismo país que en 1913 era el séptimo en el rango mundial en términos de ingreso real per capita de su población. El mismo que atrajo cuatro inmigrantes por cada argentino originario; que tenía 1.800.000 habitantes en 1869, de los cuales el 80% no sabía leer ni escribir, no tenía oficio ni profesión conocida. Es el mismo que por ese entonces sólo tenía una ciudad de más de 150.000 habitantes y ninguna otra de más de 20.000. El que luego llegó a tener una ciudad de 1.500.000 habitantes en 1895, que atrajo la proporción de inmigrantes por población originaria más alta del mundo, superior a la de los Estados Unidos; que, en un sentido estricto, creó una nueva sociedad con la inmigración.

La OCDE dice que aquello que era un anuncio hoy es una realidad y que lo verdaderamente interesante para estudiar desde el punto de vista científico no es el crecimiento de la década del 90, sino cómo hizo la Argentina para autodestruirse al punto de salir durante 50 años de la escena internacional. Precisamente por esto, la Argentina que viene, al igual que aquella primera Argentina de la globalización de 1870 a 1913, tiene dos instrumentos fundamentales para jugar el juego de la competencia mundial: un agro de altísimo nivel de productividad y la educación de su pueblo.

Lo que se trata de saber, sobre la base de este camino, es cómo la especialización productiva en la cadena agroalimentaria - que abarca desde la producción primaria hasta lo mas avanzado de la biotecnología - es apropiado por la Argentina, desde la producción al conocimiento más avanzado, y cómo el país logra no sólo rápidos aumentos en el rendimiento de la producción granaria, sino alcanzar un nuevo Premio Nobel, esta vez en biotecnología, como tuvo antes en materia de bioquímica.

Es en estos términos que la Secretaría de Planeamiento Estratégico afirma, al igual que el Gobierno Nacional, que la prioridad estratégica de la Argentina está en la producción de los alimentos, como instrumento de inserción del país en lo más avanzado de la economía mundial. Se trata de saber cómo, de qué manera y en qué condiciones, los logros extraordinarios de estos años en materia agroalimentaria se transforman en la fuente y la base de una diversificación industrial que abarque los sectores de más alta tecnología del país y, en primer lugar, de las provincias argentinas.

Jorge Castro , 25/03/1998

 

 

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