Un test para el balance regional

 


Si se deja el análisis de candidaturas, encuestas, porcentajes y expectativas a las crónicas internas de la política paraguaya, queda disponible una visión de las elecciones de hoy desde una perspectiva externa, una mirada desde la región
América del Sur se encuentra dividida entre dos modelos en pugna, y esta votación encuentra a Paraguay con numerosas luces rojas en su tablero político y social. Casi el 17% de desocupación, predominio de tareas agrícolas extensivas, uno de cada tres pobladores debajo de la línea de pobreza, crecimiento económico muy bajo y país a la cola de la apertura económica e integración comercial: 22º de 29, en América; 99º de 157, en el mundo, según el índice de la Fundación Heritage y The Wall Street Journal .

En América latina, la ola democrática de los 80 puso fin a los gobiernos de facto e inauguró una peligrosa expectativa en los poderes mágicos de la democracia: bastaba su mera instauración para pensar que todo lo demás nos vendría por añadidura y que los problemas de origen estructural desaparecerían, ya que se decía: "Con la democracia se come, se cura y se educa." Hoy, aunque progresamos y debemos mantenerla, para vastos sectores sociales, en cambio, la conclusión ha sido que con la democracia sólo se vota y lo demás queda igual.

En el camino, numerosos partidos tradicionales de la región fracasaron. Para citar sólo algunos, en México terminó la hegemonía del PRI; en Chile, Brasil y Perú, se conformaron complejos sistemas de alianzas partidarias que renovaron completamente los escenarios anteriores; en Uruguay, el bipartidismo tradicional dio paso al triunfo del Frente Amplio; y, entre nosotros, el radicalismo resultó casi barrido a nivel nacional mientras que el peronismo, como partido, perdió su conducción centralizada en beneficio de fragmentaciones territoriales sólo unificadas, trabajosamente, desde el poder presidencial de turno.

En Paraguay, ese fenómeno acabó en 1989 con la dictadura de Alfredo Stroessner; se inauguró entonces incipiente democracia bajo la hegemonía del Partido Colorado, que se esperaba condujese ordenadamente a país -y a sí mismo- hacia los paradigmas de libertades y desarrollo que caracterizaron a las décadas finales del siglo XX.

Tal cosa no ha ocurrido, o no ha ocurrido con suficiente éxito como para impedir la amenaza del inminente final de la supremacía colorada, aunque no en beneficio de sus opositores de la clase política tradicional, sino a favor de un outsider , Fernando Lugo, un líder hasta ahora más identificable con el retropopulismo de Hugo Chávez, Rafael Correa, Daniel Ortega y Evo Morales que con la moderación republicana y progresista de Luiz Inacio Lula da Silva, Michelle Bachelet, Alvaro Uribe o Alan García.

Como tiende a suceder en un mundo que se globaliza sin alternativas, lo que sucede dentro de un país vecino termina afectándonos a todos, de manera que el triunfo o la derrota del ex obispo supondrá una noticia relevante no sólo para los paraguayos sino para el entero equilibrio de nuestra región.

Paraguay como entidad política carece de una masa crítica suficiente como para desequilibrar esencialmente la balanza regional, pero quienes ya se han decidido por revistar en uno u otro modelo no dejan de tomar en cuenta que, como ahora en Paraguay, en 2011 se celebrarán elecciones presidenciales en la más influyente Argentina, un país que, quizá para sorpresa de nadie, desde hace cinco años, oscila sin definirse, como sucede a los navegantes que no conocen su rumbo.
Andrés Cisneros , 05/05/2008

 

 

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