El fantasma de diciembre el 2001

 


Tanto Néstor como Cristina Kirchner gobernaron la Argentina durante estos casi cinco años con el obsesivo propósito de evitar aquello que les ocurrió precisamente el martes 25 de marzo, cuando un cacerolazo masivo en la ciudad de Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Mar del Plata y otros centros urbanos de la Argentina revivió en el imaginario colectivo el recuerdo de diciembre del 2001.Kirchner fue uno de los dirigentes políticos que mejor interpretó la significación de diciembre del 2001. Entendió que la Argentina ingresaba a la categoría de naciones sudamericanas cuyos presidentes suelen terminar derrocados por revueltas callejeras realizadas en las grandes ciudades.
Toda la estrategia del “kirchnerismo” tuvo dos prioridades: la búsqueda del respaldo de la clase media de las grandes ciudades, que en la Argentina constituye el núcleo de la opinión pública y el control de la calle, como reconocimiento del axioma de que, en estas condiciones de fragilidad institucional, quien controla la calle controla el poder. La adhesión de la opinión pública y el control de las movilizaciones callejeras, garantizado por las organizaciones piqueteras, permitía también la domesticación del aparato partidario y gremial del peronismo.

Esa estrategia dio resultado durante los primeros tres años de gobierno y empezó a agrietarse cuando la clase media urbana comenzó a alejarse del oficialismo, como lo fueron reflejando, a lo largo del 2007, los resultados de las elecciones locales en Misiones, Santa Fe, Córdoba y la ciudad de Buenos Aires. En las elecciones presidenciales, Cristina Fernández de Kirchner, fue derrotada en las ciudades de Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Mar del Plata y La Plata. Esa victoria obedeció al respaldo del aparato partidario y gremial del peronismo, convertido en “Partido del Estado” en virtud del empleo de los recursos derivados de las retenciones a las exportaciones.

Este gobierno surgió entonces con el estigma de una doble debilidad: el rechazo de la clase media urbana y el volátil apoyo de una coalición integrada por un aparato partidario y sindical conocido por su comprobada propensión a la mutación de sus lealtades políticos y por algunos sectores de izquierda y grupos piqueteros.

Ahora el oficialismo empezó a perder el control callejero, que luego de la deserción de la clase media urbana constituía el último resorte de su poder. Primero cedió el control de las rutas, a manos de los piquetes rurales, pero también perdió el control de las calles en las grandes ciudades, a manos de esa clase media que comenzó a transformar su rechazo en acción directa.

De allí que Luis D` Elía se haya constituido en un pilar de la base de sustentación gubernamental. Porque el aparato peronista tiende a resquebrajarse, el sistema político entra en crisis y el fantasma de diciembre de 2001 vuelve a instalarse en el horizonte.
Pascual Albanese , 16/04/2007

 

 

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