Al gobierno, Winnie Pooh le impide ver el bosque

 


En el mismo día, la Presidente Kirchner había declarado: "Alguien creyó que con ositos Winnie Pooh podíamos recuperar las islas”
Ya de regreso la Argentina a la vida democrática, alguien propuso irradiar en el espacio aéreo de Malvinas la totalidad de la programación del entonces « Canal 7» y de los informativos de la actualidad nacional, como una manera de «argentinizar» a los isleños. La maniobra se complementaría con el envío de ejemplares del Martín Fierro en inglés. Tarde como novedad: para antes de la guerra, el intercambio económico, personal y cultural entre las islas y el continente había llegado a tal magnitud que nuestro poema nacional era casi tan conocido en Malvinas como en la Patagonia.

En cuanto al uso del éter, Guido Di Tella prefirió aconsejar que no se impidiera a los isleños recibir sin interferencias las transmisiones de la BBC y el sistema mediático británico, sobre la base de que ellos no se sienten argentinos sino británicos, y las islas son indiscutiblemente nuestras, pero ellos conservan la libertad de vivir de acuerdo a su cultura. Pocos años después, ese pensamiento se consagró en la reforma constitucional, oportunamente firmada por la constituyente Cristina de Kirchner. En la misma línea, se omitió bombardearlos con imágenes o muñecos de representación nacional argentina, como el caso de Gardel o Patoruzú, prefiriéndose, en cambio, imaginarios de paz mundialmente compartidos como el Principito de Saint Exupéry y, para los niños isleños nacidos después de la guerra, el osito Winnie Pooh, inmensamente popular en esas tierras, que para la cultura británica, esto es, para ellos, simbolizaba un gesto de simpatía que no podía provenir de quien les desease el mal o la desgracia.

Pudo ser un acierto. O pudo ser un error. Muchos piensan que no debió hacerse. ¿Qué problema hay en reconocerlo? Pero, se lo comparta o no, su envío no causó daño a nadie y no se trataba de un hecho aislado: se vinculaba con una actitud respaldada por muchísimos argentinos que ya entonces creían que nuestra única chance de recuperar la soberanía provendría de abandonar la retórica de hostilidad y trabajar cooperativamente durante varias generaciones para que, finalmente, ambas partes lleguen a un acuerdo que satisfaga el honor y los intereses de todos los involucrados.

Presentar ahora a esa estrategia como de recuperar las islas simplemente enviando ositos apenas encubre la voluntad de utilizar el tema de Malvinas para meramente descalificar a un enemigo político interno, lo que inevitablemente impide construir un frente común y hace el juego a los intereses de la potencia usurpadora. Un costoso derivado más de la cultura de figuración o muerte: quedémonos con la razón aunque los ingleses se queden con las islas.

Se trata de la misma actitud aplicada a nuestros exitosos esfuerzos para solucionar los centenarios diferendos limítrofes con Chile, los que no se hubieran podido resolver si triunfaban la retórica chauvinista y el intento de utilizar el conflicto para obtener ventajas en la política interna, que registró militantes, ampliamente derrotados, dentro y fuera del peronismo. Como se sigue haciendo hoy, por ejemplo en el caso de las pasteras del río Uruguay.

Alguna vez los argentinos tendríamos que reiniciar, lenta pero seguramente, un doble movimiento de pinzas. Hacia adentro, generando un acuerdo básico que sustraiga el tema de la especulación partidaria, divisionista, donde el que no piensa como yo es despreciable. Y hacia fuera, fortaleciendo a la Argentina en el mundo para que su actual inopia y creciente aislamiento dejen de perjudicar nuestros derechos en las Malvinas, en las pasteras, o en cualquier otra causa donde el interés nacional se encuentre en juego. Pero, para eso, deberemos esperar a encontrarnos gobernados por estadistas, no por meros políticos. Del partido que sean. En Malvinas, los ingleses son sólo la mitad del problema: la otra mitad somos nosotros.
Andrés Cisneros , 16/04/2008

 

 

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