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25 AÑOS DE JUAN PABLO II . |
El pensamiento del Papa en un artículo de Jorge Castro publicado en la revista del Arzobispado de La Habana. |
Artículo publicado en la revista "Espacios", Arzobispado de La Habana, Cuba, II Trimestre de 2000
El núcleo del pensamiento y la obra de Juan Pablo II es un esfuerzo sistemático de diálogo con el mundo.
El contexto de esta búsqueda es la crisis de la modernidad y el surgimiento de una nueva era histórica. Esta se caracteriza, a la vez, por una extraordinaria revolución tecnológica y por una crisis de valores en gran escala que se despliega de manera aplastante con un nihilismo sin fin.
El mensaje de Juan Pablo II es un mensaje de esperanza, de anticipación, de espera y de búsqueda de la promesa. Romano Guardini ya advirtió que no había esperanza sin cruz, esto es sin crisis y sin conciencia de la crisis, sin una honda y profunda transformación. Por eso es que la esperanza como categoría fundamental casi nada tiene que ver con el optimismo.
La anticipación de la promesa emerge de la conciencia de crisis de la modernidad caracterizada por el extraordinario paroxismo tecnológico y su páramo espiritual. Existe una estrecha relación entre la esperanza, la tribulación, esto es el dolor, y la promesa. La tribulación es la vigilia de la esperanza.
Una de las dimensiones de la esperanza es que escapa a todo control; otra dimensión de la esperanza es que no admite constatación. Es una esperanza que no debe verse, porque si se la ve deja de ser esperanza. Pero, al mismo tiempo, si no se da esta anticipación del futuro, si no hay una espera del futuro, no hay creatividad en el presente y en consecuencia no hay vida.
El mundo de hoy asiste a esta extraordinaria paradoja que le gustaría a Chesterton: unos logros extraordinarios, excepcionales, en los planos económicos y tecnológicos del dominio de la naturaleza y, al mismo tiempo, una sensación de incertidumbre, de angustia, y de vacío sobre el sentido de la vida y de las cosas, como nunca se ha visto antes en toda la historia del planeta.
El diálogo de Juan Pablo II con este mundo es un diálogo crítico. Quizá se podría decir que es una empresa - en términos del Cardenal Joseph Ratzinger lo contrario de conservador no es progresista, sino misionero - donde la relación con el mundo moderno no surge del vuelco hacia un pasado que no existe más, sino que, al contrario, es el esfuerzo por escuchar, comprender y convertir la realidad del presente con vista al futuro.
Para Juan Pablo II la esperanza como anticipación se encarna y se realiza en el presente aunque nunca se agota en él. La esperanza se revela en la historia. Esta revelación de la historia, se manifiesta para él en la vida de los pueblos.
A Juan Pablo II le gustaría la observación que hace Dostowiesky en "Los Hermanos Karamazov": "Quien no cree en Dios, tampoco cree en el pueblo de Dios; en cambio, quién no duda del pueblo de Dios, verá también la santidad del alma del pueblo aún cuando hasta este momento no hubiera creído en ella. Solo el pueblo y su fuerza espiritual es capaz de convertir a los ateos desarraigados de su propia tierra".
Los conceptos fundamentales del pensamiento de Juan Pablo II son: pueblo, cultura, religiosidad popular. El núcleo del pensamiento de Juan Pablo II es formulado por uno de sus más fieles discípulos: Lucio Gera (alguien que honra a la Argentina y su cultura) cuando dice: "El pueblo ante todo es una perspectiva histórico-cultural, es el sujeto de la historia, es una memoria, es una conciencia, es un proyecto histórico y al mismo tiempo es una cultura común".
El sentido de pueblo se acerca al de la Nación que se entiende no desde un territorio o desde el Estado, sino a partir de una determinada cultura, esto es de una cierta identidad. Por eso es que la cultura entendida como un núcleo de valores compartidos se manifiesta no en términos abstractos o académicos, sino como estilo de vida en común, porque hay una particular relación con el mundo, con los otros hombres y con el misterio trascendente, y esa particular relación se expresa en instituciones, en estructuras de vida, en convivencia, en historia y en memoria.
Pero en esta totalidad orgánica, que es el pueblo, la dimensión más profunda es la religiosidad, porque es donde aquella dimensión de esta totalidad orgánica que es la vida, responde a la pregunta sobre el sentido de la vida y de la muerte. En este contexto, es que aparece un segundo aspecto del pensamiento de Juan Pablo II que es la referencia de la cultura como identidad cultural.
Dicho de otra manera, no hay culturas indistintas, todas son intransferibles. Cuando se habla de una cultura se habla de una identidad de un pueblo, lo que significa que es al mismo tiempo profundamente nacional y hondamente diferenciada, porque una de sus dimensiones, la más importante, es la dimensión religiosa: la que responde a la pregunta sobre el sentido de la vida y de la muerte.
Aquí está planteada la relación que existe entre esta realidad viva, que son los pueblos, que son las formas que revelan la esperanza, que a su vez es la anticipación de un futuro que todavía es imposible de constatar pero que es lo único que le otorga creatividad al presente.
Aquí es donde aparece también la política como una dimensión de la vida del pueblo, hondamente diferenciada, y que aparece en el momento de la unidad y de la síntesis orientada al futuro a través de un proyecto común.
Entonces surge una discusión de fondo que quizás sea una de las principales discusiones políticas del siglo XX y probablemente una de las principales del siglo XXI, y que, recientemente, Juan Pablo II planteara en el terreno de la práctica en su reciente viaje a Cuba.
Es la discusión entre esta concepción popular que entiende a la religiosidad y a la religión como la dimensión más profunda de la vida de los pueblos que se enfrenta con la otra concepción, que también comprende el significado de lo político como manifestación de la cultura, pero que cree que la cultura es un fenómeno ajeno o externo al desarrollo de los pueblos.
La primera no sólo respeta sino que aprende de la religiosidad popular. Quiere, en la búsqueda de esta libre espontaneidad de la vida de los pueblos que se revela en la historia como manifestación de una identidad intransferible, la fuerza fundamental de un orden político.
En cambio la siguiente, que tiene una enorme fuerza tanto en Europa como en los Estados Unidos o en la Argentina, y que podríamos formular como la concepción gramsciana de raíz iluminista-jacobina, no respeta la religiosidad popular y no advierte que la dimensión más profunda de esta vida en movimiento, que son los pueblos, definidos como identidad, es la dimensión religiosa.
Es precisamente por eso que tiene una actitud que en el fondo no es popular sino elitista, porque cree que la cultura sólo puede surgir a través de los intelectuales, y no advierte que los intelectuales solo valen en la medida que han logrado combatir su arrogancia y por lo tanto han aprendido a escuchar a los pueblos en su libre y rica espontaneidad.
Este fue el acontecimiento mayor del viaje de Juan Pablo II a Cuba, donde tuvo la ocasión de confrontar su concepción de la política como cultura y la cultura como expresión de la libre espontaneidad de los pueblos - cuya raíz es lo religioso - con la otra concepción que también comprende la cultura como fuente de la política, pero que tiene una concepción iluminista-jacobina que actúa desde afuera y que rechaza la raíz misma de esto intransferible que es la vida de los pueblos, que es lo que sucede con el régimen cubano.
Por eso Juan Pablo II dice al pueblo de Cuba apenas llega: "Quiera Dios que esta visita que hoy comienza sirva para animarlos a todos en el empeño de poner su propio esfuerzo para alcanzar estas expectativas con el concurso de cada cubano y la ayuda del Espíritu Santo. Ustedes son, el pueblo de Cuba, los protagonistas de su propia historia personal y nacional intransferible". Y agrega: "Vengo con este viaje en nombre del Señor a confirmarlos en la fe".
Luego animándolos en la esperanza les dijo: "Sepan gozar de la grandeza de su destino, que es único, sepan al mismo tiempo, que las puertas del destino del pueblo cubano están en la reconciliación nacional, y que no solo en los presentes o los que están adentro sino en los que están afuera".
Identidad, cultura, tradición, son de carácter intransferible. Por ello el mensaje de Juan Pablo II se contrapone a la visión iluminista-jacobina que no comprende lo esencial de la relación que existe entre la política y la cultura. Estamos en un mundo en que la técnica predomina y, al mismo tiempo, emerge a gran escala una sociedad mundial que despliega su poderío como nunca antes en la historia del hombre. Nuestra civilización se constituye en un verdadero páramo espiritual.
El rasgo de la civilización fundada en la técnica es el más profundo desarraigo. Por eso es que los pueblos y los hombres despliegan ante todo, en esta etapa histórica de transición cargada de una gigantesca incertidumbre, una voluntad de arraigo, de pertenencia, de raíces, de identidad, que no es otra cosa que la búsqueda de compromiso con la propia identidad que es una identidad nacional, cultural y religiosa.
Los hombres buscan ante todo puntos de apoyo, lo que significa de esperanza; buscan algo que sea el anticipo de lo que todavía no existe pero que sea una promesa de que va a existir, para de esa manera redescubrir el valor de la creatividad, que es la capacidad para modificar las circunstancias en esta extraordinaria circunstancia histórica en la que hay un paroxismo de la modernidad y, precisamente por eso, la más honda de sus crisis.
Es en este contexto que aparece el pensamiento de Juan Pablo II, como pensamiento y acción en términos culturales y políticos. Es un pensamiento forjado en la conciencia de la crisis manifestada como crisis de valores, o de la ausencia de ellos. Pero a través de la crisis aparece la esperanza como mensaje de anticipación; y en este largo camino de transición histórica entre un mundo que ha terminado y otro que todavía no existe, la esperanza se encarna en la vida de los pueblos como fuente de voluntad, de identidad y voluntad de arraigo.
Por eso el mensaje de Juan Pablo II abre el camino para que en el siglo XXI - en el que ya hemos entrado - se marque el camino del redescubrimiento del sentido de la política y de la cultura. |
Jorge Castro , 18/02/2002 |
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