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Cuando el maltrato se viste de principismo humanitario |
Como si el aislamiento internacional en que ha caído el país no fuera suficiente, el matrimonio gobernante le está creando a la Argentina la fama de nación poco hospitalaria, de estado que somete a maltrato no sólo a sus acreedores, sino a sus invitados.
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Los episodios de informalidad y quiebra deliberada de las normas protocolares han sido tantos en el último lustro que sería largo enumerarlos; pero el historial muestra algunos momentos rutilantes. Uno de ellos fue la famosa cumbre de las Américas realizada en Mar del Plata en noviembre de 2005, cuando el gobierno de Néstor Kirchner -en sociedad con el venezolano Hugo Chávez y otros aliados- auspició una contracumbre destinada a atacar al presidente de los Estados Unidos, uno de los huéspedes oficiales.
En su escasa gestión, la señora de Kirchner ya ha cometido dos fuertes descortesías públicas para con mandatarios extranjeros. La primera ocurrió el mismo día de su asunción como titular del Poder Ejecutivo, cuando encaró impropiamente en su discurso al presidente del Uruguay, Tabaré Vásquez, en una situación en que éste no estaba en situación de responder.
La más reciente de las asperezas presidenciales ocurrió el miércoles 13 de febrero en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, cuando la señora de Kirchner increpó con brusquedad, en público y sin aviso previo, al jefe de Estado de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obian Nguema, quien visitó Buenos Aires no en un rapto de espontaneidad, sino a causa de una invitación especialmente tramitada por el gobierno kirchnerista en sus dos fases (Néstor y Cristina), habida cuenta de que las giras de los presidentes demandan fatigosos preparativos y tramitaciones.
Los voceros oficiales quisieron explicar el ex abrupto de la señora de Kirchner como la reacción apasionada de una mujer que terminaba de enterarse de los (cuestionados) antecedentes de su invitado. Se trata de una coartada insostenible. Los cancilleres y los presidentes argentinos son amplia y oportunamente informados por los estamentos profesionales del ministerio de Relaciones Exteriores sobre el perfil de los visitantes con quienes deben encontrarse, los rasgos esenciales del país que ellos representan, los temas de interés mutuo y aquellos objetivos (comerciales, diplomáticos, culturales) de interés para la Argentina que es preciso tratar en la entrevista. Tanto la presidente como su ministro de asuntos externos tenían la información necesaria sobre el señor Obian Nguema y sabían, inclusive, que el área oficial que comanda el ministro Julio De Vido había suscitado la invitación, por su interés en impulsar diversos negocios petroleros con Guinea Ecuatorial, un país rico en hidrocarburos. Sabían también que el presidente guineano viste de civil pero tiene origen militar, gobierna con una discrecionalidad que algunos hechos electorales no alcanzan para maquillar, está en el poder desde 1979 (veinte años después que el régimen de Fidel Castro en Cuba), tiene un pésimo record en materia de derechos humanos y fama de corrupto.
En rigor, la reacción pública de la señora de Kirchner no ocurrió porque ignorara esos datos, sino porque entre el martes y el miércoles muchos medios de comunicación argentinos los difundieron y destacaron con perplejidad que el perfil de Obian Nguema no resultaba demasiado compatible con la retórica sobre derechos humanos del discurso kirchnerista.
Fue el choque entre la imagen deseada y la que le devolvían en espejo los medios lo que llevó a la señora de Kirchner no a suspender su encuentro con el presidente guineano, sino a destratarlo en vivo y en directo, con suficientes testigos a la vista que pudieran dar cuenta de su gesto.
A diferencia de la acción contra Bush del año 2005, que estuvo caracterizada por la organización, el bofetón al guineano tuvo una alta cuota de improvisación. La señora decidió casi sobre el terreno que prefería mostrarse grosera antes que permitir que una mácula hollara sus títulos en materia de democracia y humanitarismo.
Si bien se mira, sin embargo, el gesto rudo ante el guineano revela una contradicción de fondo en la retórica oficial, ya que este es el mismo gobierno que considera agresivas las demandas de las Naciones Unidas para examinar la situación de derechos humanos en Cuba; que se resigna a admitir que el gobierno de la Isla retenga allí por la fuerza (entre muchísimas otras personas, es cierto) a dos ancianas, familiares de ciudadanos argentinos, que quieren viajar a nuestro país para reunirse con su descendencia; que no levanta la voz ante los presos políticos y de opinión que mantiene el régimen de Castro…
El gobierno exhibe, pues, incoherencia en su discurso y también en sus decisiones. El ejemplo de la actitud ante Castro (o la opinión ante la narcoguerrilla colombiana de las FARC) tanto como la invitación al presidente guineano demuestran que no es el principismo humanitarista lo que guía su conducta exterior ( por otra parte, tampoco habría motivos para que se priorizara ese u otros rasgos de ideologismo por sobre la defensa realista del interés nacional). El maltrato al presidente guineano no tiene bases principistas: responde a las erráticas reacciones de un gobierno que agrava su aislamiento internacional y su falta de brújula con chambonadas esperpénticas y desplantes chapuceros.
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Jorge Raventos , 17/02/2008 |
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