Política exterior o Truman Show

 


Cualquiera sea la política exterior de un país, no puede evitar una definición de su distancia o cercanía con los EE.UU. Es un dato, no una opción. Pero Washington no lo puede todo y necesita coincidencias en numerosos segmentos del escenario internacional. En algunos estaremos dispuestos a acompañar; en otros, no: eso definirá el perfil central de un estado en el mundo actual.
Por Andrés Cisneros

Para LA NACION-Edición impresa

Miércoles 23 de enero de 2008

Cualquiera sea la política exterior de un país, no puede evitar una definición de su distancia o cercanía con los EE.UU. Es un dato, no una opción. Pero Washington no lo puede todo y necesita coincidencias en numerosos segmentos del escenario internacional. En algunos estaremos dispuestos a acompañar; en otros, no: eso definirá el perfil central de un estado en el mundo actual.

Las políticas exteriores resultantes pueden ser relativamente malas o buenas, según atiendan a posturas ideológicas que nos gusten o no. Pero son no ya relativa, sino absolutamente malas, sean de izquierda o de derecha, si lo que producen es un mayor aislamiento del país que las adopta.

Eso lo saben bien vecinos como Chile, Uruguay y Brasil, presididos por políticos mucho más de izquierda que el tándem Kirchner-Kirchner y que, sin embargo, están muy lejos de practicar una retórica antiimperialista militante.

Brasil ya ha sido señalado como el interlocutor norteamericano de confianza en la región y eso tiene un origen: ya para 1910, el Barón de Río Branco, numen de la estrategia exterior brasileña, sentó la doctrina que no ha cambiado desde entonces: "El Brasil, desde los primeros días de la revolución que la separó de la madre patria, puso particular empeño en aproximarse políticamente a los EE.UU., adhirió luego a la doctrina Monroe y procuró así concluir, sobre la base de esa doctrina, una alianza ofensiva y defensiva con la Gran Nación del Norte y que es deber de la generación actual cultivar con el mismo empeño y ardor con que la cultivaran nuestros mayores."

En el período de las así llamadas relaciones carnales, Argentina profundizó sus vínculos con Washington, pero, al mismo tiempo, y con igual intensidad, con Brasilia. Por ejemplo, resistimos juntos la firma del ALCA, principal objetivo norteamericano para la región. Balanceábamos, así, nuestro provechoso acercamiento a dos socios más poderosos. En nuestra actual política exterior ¿con quién balanceamos nuestra carnalidad con Chávez? ¿Qué beneficios más ventajosos nos ingresan de nuestro creciente distanciamiento de EE.UU. y de nuestros vecinos?

Al observar nuestra conducta internacional de los últimos años, sólo un análisis superficial se detendría en su cortoplacismo esencial, plagado de zarzuelas y golpes de efecto, con anuncios espectaculares que luego no se concretan. Único gobierno del mundo, cuyos funcionarios organizaron, al mismo tiempo, dos cumbres y sus dos paralelas contracumbres de Presidentes y entre cuyos referentes internos se cuentan D'Elía, Taiana, Alicia Castro, Bonafini o Bonasso, no puede, sino distanciarnos de Washington, Santiago, Montevideo y Brasilia, tener como aliados externos a Castro y a Chávez, y pegarnos a Ahmadinejad, Lukashenko y Kim Jong IL. Hay coherencia en todo eso.

Washington nunca va a ser un estrecho amigo de la Argentina. No ocupamos un espacio estratégico, no tenemos nada que deseen ni temen nada que podamos hacerles. Esto ha sido evidente a lo largo de más de cien años. Tratemos, por lo menos, de que no nos sea hostil. Y si fuera posible, ni siquiera indiferente: los países chicos terminan pagando los errores propios y, también, los errores del más grande.

Se dice que la presidenta Kirchner procura una política exterior distinta de la de su marido, pero una política externa depende esencialmente de la interna, y si ésta no cambia, aquella tampoco podrá. Cabe, entonces, preguntarse, si la sucesión de exabruptos que van desde la Cumbre de Mar del Plata hasta la asombrosa condena del Congreso Nacional a los EE.UU. como país, corresponden a una mera cuestión de carácter personal o a una concepción estructural de cómo cada uno entiende a la política: la indignación oficialista en el caso Antonini apenas encubre la íntima incredulidad en que en alguna parte funcione un poder judicial independiente.

La Argentina es una sociedad históricamente muy antinorteamericana y el núcleo duro del respaldo electoral del kirchnerismo abreva en un sentimiento que, justificado o no, ha venido rindiendo a buena parte de la clase política los jugosos dividendos que produce el tener siempre a mano a alguien a quien responsabilizar de todos nuestros fracasos, incluso y especialmente aquellos por culpa exclusivamente propia.

En ese marco, a la hora de definir distancias y cercanías con Washington, las políticas externas de los Kirchner y de Chávez, con sus matices, difícilmente puedan no confluir: ambas expresan procesos internos en que el proyecto político aparece difuso, mientras crecen el personalismo y la hegemonía presidencial. Chávez representa bastante más que la tinellización de nuestra política exterior. Eludamos la ingenuidad de atribuir esos exabruptos a meras cuestiones de temperamento. Las causas son estructurales: el bonapartismo, en lo interno, y el chavismo, en lo externo, son la misma cosa, sedicentes progresías que, en nombre de la revolución, nos condenan al atraso.

El autor fue Secretario General y de Estado de Relaciones Exteriores.
Andrés Cisneros , 02/02/2008

 

 

Inicio Arriba