La reconciliación de los ex

 


La readmisión de Roberto Lavagna en la nomenklatura kirchnerista, consumada el 1 de febrero en la Olivos (y consagrada el domingo 3 en la tapa de Clarín), le reportó al oficialismo una semana de relativo alivio en la prensa. La buena nueva de la reconciliación política de ambos ex (el ex presidente y el ex ministro y ex opositor), convenientemente motorizada desde las usinas de propaganda del gobierno, se mantuvo en primera plana y ocupó abundantes titulares de los informativos de radio y TV.
El reencuentro y el culebrón de los autos diplomáticos consiguieron eclipsar parcialmente (o desplazar) en los diarios otros asuntos que disgustan al gobierno: el affaire de la valija con petrodólares, la inseguridad galopante y la (genuina) inflación, por citar algunos.

La jugada de Néstor Kirchner de cooptar a Lavagna en su dibujo de reestructuración del PJ va, sin embargo, más allá de una maniobra diversionista: procura resolver simultáneamente varios problemas que se le presentaron al oficialismo al iniciarse su segundo período de gobierno.

Una de esas cuestiones –aunque no sea la principal- reside en la necesidad de encontrarle a Kirchner un espacio que no se superponga con el de su esposa, que es formalmente la titular del gobierno. Desde diciembre, cuando ella inició su administración, los gestos y decisiones de él parecieron tener más peso y consecuencias políticas que la todavía pálida gestión de su cónyuge. La proclamada intención de transformarse en jefe del partido le otorga a Kirchner Néstor un rol y una coartada para sus conversaciones con ministros, gobernadores y congresistas: forman parte de una acción desde el llano, acometida por el líder de un partido que ostenta la primera minoría electoral, que gobierna, que tiene amplia ventaja numérica en ambas cámaras legislativas nacionales. Ha habido países en los que el cargo de jefe partidario tenía más peso político real que el de jefe de gobierno: la Unión Soviética, por ejemplo.

Ahora bien: aunque nadie duda del poder político informal que se le atribuye, Néstor Kirchner ya no es autoridad de la Nación y no es por el momento autoridad del justicialismo (en verdad. por influencia de él, el PJ estuvo inmovilizado durante un lustro y se encuentra aún intervenido judicialmente); el hecho de que su reconciliación con Lavagna se diera a conocer públicamente en la residencia de los presidentes, en Olivos, es contradictorio con la intención de dejarle el campo libre a su esposa. La foto en el contexto de la quinta y la trascendencia mediática que el oficialismo le insufló a la recontratación de Lavagna evocó una vez más la idea de que es Néstor quien toma las decisiones importantes en ese matrimonio. Subraya, asimismo, la consecuencia de Kirchner en una idea: el armado político (llámese PJ, sistema de alianzas electorales, Frente para la Victoria o lo que sea) es indisociable del manejo de los recursos del Estado: la caja central, los aviones y helicópteros oficiales… o la residencia presidencial. La diferenciación entre partido (o "armado político") y Estado es un punto ausente de la preceptiva de Néstor Kirchner (algo que, por ahora y a pesar de las invocaciones al "mejoramiento institucional", su esposa le consiente).

Muchos comentarios sobre la reconciliación de los ex –la mayoría- destacaron el recelo provocado en la opinión pública por la llamada "borocotización" de Lavagna y la presunta audacia de la maniobra del ex presidente. Un comentario desmiente al otro: el recuerdo de la veloz cooptación del doctor Borocotó por el oficialismo a días de que aquél hubiera conquistado una banca como opositor tiende a probar una reincidencia táctica, más que una innovación intrépida de Kirchner: el ex presidente emplea sus recursos para debilitar toda oposición y para introducir retazos más o menos importantes de esas fuerzas en la esfera que él controla: lo ha hecho con el ARI, con los socialistas y muy destacadamente con la Unión Cívica Radical.

Lo que no se ha subrayado suficientemente, en cambio, es que los últimos movimientos de Kirchner son, si bien se mira, el producto de un fracaso. En esta página ya se señaló en octubre, tras la elección presidencial, que "el kirchnerismo, desde el inicio de su gestión, procuró transformarse en expresión de algo nuevo (primero bautizado transversalidad, más tarde concertación), diferenciado del peronismo. Tanto el presidente como su esposa tomaron distancia de las tradiciones y la simbología peronista, y dedicaron a muchos de sus dirigentes palabras y señales de cuestionamiento y desprecio, resumidas en aquellas alusiones a Don Corleone que la primera dama dedicaba dos años atrás a su antiguo benefactor, Eduardo Duhalde, y al denigrado aparato bonaerense (…) montado en el primer período de su administración sobre un fuerte apoyo de la opinión pública (cuyo núcleo decisivo son las clases medias y altas de las grandes ciudades), el kirchnerismo intentaba reconstruir desde arriba una suerte de neo-Alianza mientras, merced a ese respaldo y al manejo discrecional de una caja cuantiosamente nutrida por los ingresos de las exportaciones agrarias, mantenía disciplinado y anestesiado al movimiento justicialista".

Pero los comicios de octubre mostraron que la opinión pública de las grandes ciudades le daba la espalda al gobierno y que era el tradicional voto justicialista, el de los sectores más humildes y expuestos, el que, impulsado por los gobiernos y organizaciones locales –lo que el kirchnerismo solía despreciar como "aparato"- , garantizaba la victoria de la señora de Kirchner sobre la dividida oposición. La ingeniería transversal ser había derrumbado.

"En este segundo período –registraba esta página en noviembre de 2007- el gobierno tendrá que vérselas con un peronismo que quiere revivir ( y si lo hace le pondrá límites) y con una opinión pública que se ha divorciado del oficialismo, se resigna apenas a admitir la legalidad de su victoria electoral y no termina de digerir su legitimidad y sus procedimientos poco republicanos."

Néstor Kirchner, que inmovilizó al justicialismo durante su gobierno, necesita ahora organizarlo personalmente para poder controlarlo. Pero el operativo lo desliza desde la situación de soberano absoluto a la de primus inter pares (aunque la paridad necesite del paso de algún tiempo para manifestarse en plenitud). Colocado en la situación de normalizador del partido que él mismo condenó antes a la hibernación, esa operación deberá mostrar rasgos, si no verídicos al menos verosímiles, de legalidad, transparencia y participación compatibles con el escrutinio de la opinión pública, de los peronistas y la mirada del exterior.

La sociedad, la intelligentzias, los medios y los mismos partidos no siempre ponen su atención sobre las instituciones con igual intensidad. En el período 2002/2003, por caso, fueron muchos los que observaron con indiferencia que -para sacar de juego a un candidato- el gobierno de entonces transgredía no sólo las normas partidarias del justicialismo sino la ley de reforma política vigente que prescribía internas abiertas obligatorias. Sin embargo, a partir de un momento que quizás pueda fijarse en el plebiscito misionero de octubre de 2006, en que el kirchnerismo local pretendía instaurar la reelección perpetua, el tema de la transparencia institucional y el reclamo republicano crecieron en el interés público. Ahora, pues, una maniobra burdamente manipuladora o excluyente en la llamada normalización del PJ se podría transformar en un bumerán para el oficialismo, en una señal de debilidad política y en una expresión suplementaria de deficiencia institucional.

La cooptación de Lavagna es, por el momento, una señal ambigua. Con él, Kirchner busca para su armado partidario un aliado que, más allá de las buenas marcas que mantenía en las encuestas (al menos hasta su acercamiento al gobierno), internamente no supone peligro alguno. Pero el esposo de la presidente sabe que el verdadero riesgo que le presenta el peronismo son los peronistas. La prueba que deberá superar va mucho más allá de la seducción de Lavagna o de otros personajes sueltos. Pasa por la capacidad para admitir, comprender y articular la gran diversidad de un movimiento que, como quiso Jorge Luis Borges, sigue siendo "incorregible", se mantiene fiel a la memoria de sus forjadores y sigue recordando el legado de Perón: "Mi único heredero es el pueblo".
Jorge Raventos , 10/02/2008

 

 

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