Atento la importancia del entredicho entre
el Rey de España y el Presidente de Venezuela,
cumplimos en reproducir la nota publicada
este lunes 12 de noviembre
por Andrés Cisneros en Ámbito Financier
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Escribe Andrés Cisneros (*)
El viernes, cuando Hugo Chávez acusó a José María Aznar de fascista, estaba utilizando argumentos fascistas. La esencia del fascismo consiste en demonizar a supuestos culpables para ganarse el apoyo de la gente. Y mucha gente se compra ese mensaje porque le permite focalizar en un tercero la causa de sus males y, de paso, quedar exonerada de toda responsabilidad por lo que le está pasando: “no son ustedes, son otros los culpables” suena atractivo y confortablemente liberador. Muchos demagogos proceden de esa manera.
La abierta acusación a un ex jefe de gobierno español y a la totalidad de las empresas españolas que invierten en América Latina, proferida por Chávez y respaldada por Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, y por Carlos Lage, máximo representante de Cuba en la reunión, provocó no solo la airada reacción del Rey, que abandonó el recinto, sino también la crisis en que ha sumergido a la política exterior de Rodríguez Zapatero, en cuanto a sus posibilidades de vincular positivamente a los inversores peninsulares y los proyectos de liderazgo del monarca español con esta región del mundo: ha sido precisamente la “nueva izquierda” sudamericana, los mejores amigos del PSOE en estas latitudes, la que acaba de propinarle un golpe de muerte.
Juan Carlos ya venía preparado para una Cumbre sin euforias: el malhadado proceso de facilitación por el tema de las pasteras, en que también lo embarcó temerariamente la diplomacia de Rodríguez Zapatero, iba a tocar a su fin con un fracaso rotundo, aunque convenientemente edulcorado con la eventual creación de una zona de alta protección ambiental en los alrededores de Gualeguaychú, lo que permitiría al rey salirse de esa misión imposible de una manera todavía decorosa.
La delegación española seguramente se había tranquilizado con la muy sensata declaración de la flamante presidenta electa, apenas dos días atrás: "Habrá que comprobar si (Botnia) contamina o no. Si no contamina, las protestas no tendrán más razón. Si contamina, se deberán hacer los reclamos necesarios" y, mientras tanto, “ir manejando con prudencia las situaciones de tensión que hasta entonces puedan provocarse".
No fue así, porque los gobiernos de Uruguay y la Argentina compitieron en a ver cuál podía exhibir una conducción más desafortunada de su política exterior, para llamar de alguna manera a lo que hoy se hace desde el Palacio San Martín.
Ambas cancillerías se negaron siempre a plantear el conflicto en el ámbito regional, reivindicándolo como un asunto estrictamente bilateral, pero eligieron una reunión de presidentes, convocada para otros temas, en un tercer país, para escenificar una reyerta cuasi callejera mientras el rey quedaba por segunda vez desairado en un ámbito originariamente creado para fortalecer los lazos con las naciones hispano y lusoparlantes del continente americano, que permitiera a España jugar un papel de mayor peso en el concierto mundial y beneficiarnos todos con la sumatoria de identidades. Game over.
Los doctores Vázquez y Kirchner regresaron a sus capitales envueltos en sus respectivas banderas sin otro horizonte que el de continuar malvinizando un conflicto que nunca debió ser convertido en una “causa nacional.” Ahora también nosotros seremos convocados a victimizarnos, a echarle la culpa de lo que pasa a perversos extranjeros y a que durmamos tranquilos porque nada de lo que pasa es responsabilidad ni de los argentinos ni de su gobierno. Qué bueno: nada más tranquilizador que la sensación de que nuestros intereses en el mundo están manejados por gente idónea y con profesionalidad.
(*) el autor fue colaborador y vicecanciller de Guido DiTella (1992/99)
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Andrés Cisneros , 19/11/2007 |
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