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Los enigmas de Macri y Scioli |
Los estudios demoscópicos vienen revelando en los últimos meses que, de las personalidades políticas con mejor imagen pública, hay cuatro que se destacan ampliamente del resto, aunque dos de ellas –Néstor Kirchner y su esposa y candidata, Cristina Kirchner- se encuentran en repliegue. Los otros dos personajes favorecidos por la opinión del público son el jefe de gobierno electo de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, y el vicepresidente y precandidato a gobernador bonaerense, Daniel Scioli.
Deteriorado por sucesivos casos de corrupción o desmanejo administrativo en el seno del oficialismo (Skanska, obras públicas sobrevaluadas, excesos y descontrol en materia de subsidios, procesamiento de funcionarios que incluyen a la ministra de Economía que eligió el Presidente) tanto como por la crisis energética, la inseguridad pública y el incremento de la inflación, Néstor Kirchner ha caído sistemáticamente en las encuestas durante el último año (la pérdida es de diez puntos según Poliarquía, una de las empresas más de estudios de opinión más acreditadas del mercado). |
La primera dama ha tenido en esta materia un comportamiento satelital, acompañando a cierta distancia (siempre más abajo) los ascensos y descensos de su esposo.
Los casos de Scioli y Macri tienen rasgos singulares. Ambos son emergentes de la década del noventa, un período que el Presidente decidió demonizar. El vicepresidente se lanzó en aquellos años a la política con el claro respaldo de Carlos Menem y atravesó garbosamente los cambios de gobierno, blindado por una actitud que irradia optimismo constructivo y procura evitar crispaciones, resentimientos y puños cerrados. Con ese talante soportó el largo exilio interno al que lo sometió el matrimonio gobernante (a Scioli, que le preside el Senado, le tocó la convivencia frecuente y no siempre cordial con la hoy candidata presidencial). La sostenidamente positiva opinión del público sobre Scioli pareció un premio de la sociedad a su excepcional temple para sobrellevar adversidades y malos tratos. De hecho, fue la notable opinión favorable que concentraba (su intención de voto en la provincia supera a la de la primera dama) la que llevó a Kirchner a trocar el virtual destierro interior del vicepresidente por su promoción a la primera candidatura bonaerense. En un paisaje electoral nacional complicado, el arrastre de Scioli aparecía para la Casa Rosada como una locomotora indispensable para sostener la carrera presidencial: el distrito bonaerense aporta casi el 40 por ciento de los votos del país.
Convertido en un instrumento fundamental para las expectativas electorales del oficialismo, Scioli concentra hoy un poder que va más allá de las formalidades. Si él decidiera, por caso, tomar distancia de la boleta oficialista bonaerense, el daño electoral que produciría al kirchnerismo sería muy grande. Cuando unas semanas atrás el peronista Ramón Puerta, uno de los pilares del reciente congreso refundador del PJ realizado en Potrero de los Funes, declaró a un diario porteño que “Scioli sería un candidatazo” a la presidencia, la inquietud cundió en el oficialismo. Sobre todo en los amplios sectores internos del heterogéneo kirchnerismo, que siguen desconfiando del vicepresidente, viendo en él un sapo de otro pozo.
Para estos sectores kirchneristas, la candidatura a gobernador de Scioli equivale, en rigor, a tragar un sapo poco digerible. Y reclaman garantías que limiten los futuros movimientos de Scioli en el poder bonaerense. Le proponen a Kirchner que le imponga al vicepresidente tanto el nombre del candidato a vicegobernador como los de la lista de legisladores provinciales y diputados nacionales por el distrito, además del futuro presidente del Banco de la Provincia. Para la vicegobernación, por caso, mientras Scioli ha dejado trascender su preferencia por José Juan Bautista Pampero, el antiguo amigo y médico del matrimonio Duhalde. Desde el kirchnerismo se lanzan otro nombres: los del jefe de los diputados, el matancero Alberto Edgardo Balestrini y del ex jefe político de Kirchner en su juventud en La Plata, el diputado Carlos Kunkel, uno de los legisladores de Montoneros que enfrentó a Juan Perón en 1974.
La aparente tensión que trasluce esa danza de nombres (y apenas se trata, por ahora, del cargo de vicegobernador) es observada atentamente por los actores políticos provinciales y nacionales. Nadie apuesta a que estalle una crisis insalvable, pero algunos se ilusionan con ella. No contribuye a aventar esa posibilidad el hecho de que todavía no haya un pronunciamiento de la Justicia sobre la legalidad de la candidatura de Scioli, de quien algunos opositores denuncian que no reúne los requisitos constitucionales para ser candidato (es probable la Cámara electoral no demore en pronunciarse y lo haga respaldándose en un dictamen de la Legislatura bonaerense que permitió a José Octavio Bordón, rosarino de nacimiento y ex gobernador de Mendoza, convertirse en Director General de Escuelas de la provincia de Buenos Aires, un cargo que reclama idénticos requisitos legales que el de gobernador).
En cualquier caso, la sorda tensión que rodea la candidatura aún no formalizada de Daniel Scioli, es un hecho político llamado a tener consecuencias antes o después del comicio de octubre.
El otro personaje hoy mimado por la opinión pública es Mauricio Macri. En su caso, esta es una situación nueva. Hasta hace pocos meses, los encuestadores concidían en que Macri contaba con un respaldo apreciable, pero siempre menor al 50 por ciento, y acompañado además por lo que los analistas denominan “techo bajo”, es decir: un firme obstáculo para crecer más allá de un límite.
La situación se ha transformado en paralelo con el deterioro del gobierno nacional: Kirchner baja y Macri sube. Hoy su imagen positiva en la provincia de Buenos Aires supera por algunas décimas, según la empresa CEOP, a la de Daniel Scioli. Y en la ciudad de Buenos Aires las cifras las proporcionó más que una ecuesta; la elección.
El hecho nuevo es este: cada día se torna más evidente que, pese al notable triunfo obtenido en junio, a Mauricio Macri le resultará muy arduo ejercer el gobierno de la Ciudad Autónoma si en la Casa Rosada se mantiene el poder kirchnerista.
Contra los compromisos asumidos públicamente por el Presidente tres días después del ballotage porteño, el gobierno nacional exhibe ya su resistencia al traspaso adecuado de la policía a la ciudad de Buenos Aires. Sin manejar el instrumento policial, ¿cómo podría Macri dar satisfacción a la principal inquietud de los capitalinos, que se centra precisamente en el tema de la seguridad urbana? En rigor, si a la carencia de policía propia se le suma una conjetura basada, si se quiere, en la suspicacia –la posibilidad de que el oficialismo nacional decida el hostigamiento callejero al gobierno porteño a través de la movilización de sus armadas clientelísticas- se entrevén las dimensiones del desorden potencial que el gobierno porteño podría tener que enfrentar si debe convivir con un gobierno nacional hostil.
Ese panorama es lo que torna más acuciante y dramática la decisión que Macri adopte en relación con los comicios presidenciales y lo que torna más ingenua la postura que algunos medios asignan a algunos dirigentes del PRO: la idea de que deben abstenerse de jugar un papel en las presidenciales, refugiarse en la burbuja porteña y limitarse a gestionarla, haciendo la plancha mientras observan el deterioro del kirchnerismo (rama femenina). La idea de “esperar” la crisis del otro tiene mucho de candor: mientras se procese esa crisis y se desarrolle el deterioro del poder nacional, también se dañaría el sistema político de la Capital y se deterioraría prematura y velozmente el liderazgo local de Pro. La idea de que el poder alguna vez “caerá de maduro” en manos propias es una idea rentística. Y equivocada.
Ese síndrome de lo que estudiosos americanos bautizaron cocooning, que se insinúa en algunos sectores del PRO y también se atribuye a asesores del jefe de gobierno electo, se saltea deliberadamente el carácter objetivo del conflicto político entre el marcadísimo centralismo del kirchnerismo y la perspectiva autonómica porteña; a esas condiciones objetivas deben adicionársele rasgos subjetivos: los Kirchner no cultivan la palabra conciliación; la candidata, además, se ha declarado hegeliana: apuesta a agudizar las contradicciones. Y se siente encarnación del Espíritu Absoluto.
Hay, con todo, otros amigos de Mauricio Macri que le advierten de los peligros. Uno de ellos, no el único, ha sido el peronista Puerta. Desde París, Puerta diagnósticó sobre el Pro: “Van a tener que jugar electoralmente en octubre, quieran o no. Para poder gobernar necesitan un presidente que no sea el matrimonio Kirchner”.
En efecto, podría decirse que, con sus más o sus menos, el Pro podría cumplir normalmente su gestión si la Casa Rosada estuviera ocupada por un presidente peronista de Potrero de Funes, por Ricardo López Murphy y hasta por Elisa Carrió o por Roberto Lavagna. Obviamente, con más razón podría desarrollar su gestión si el presidente fuera un hombre surgido de sus propias filas. Pero, aunque algunos murumuran el nombre de Gabriela Michetti, el único en condiciones de hacerlo sería el propio Mauricio Macri. Y sucede, sin embargo, que en la atmósfera interna de Pro ha prevalecido desde el primer momento la visión positiva, aunque unilateral, de que, cumplida la misión de ganar la elección porteña, ahora sólo quedaba gestionar la ciudad.
Desde esa mirada, la posibilidad de que Macri asumiera el desafío de pelear por la presidencia sigue siendo incumplir el compromiso con los votantes porteños.
Pero, en rigor, ¿no se produciría el incumplimiento si, por hostilidad y acoso del gobierno nacional, y por no contar con los instrumentos necesarios para gobernar adecuadamente la ciudad, la administración del Pro se ve sitiada y se deteriora en la impotencia? Este es hoy un dilema del macrismo, cuya resolución tendrá consecuencias sobre el conjunto del cuadro político.
Hipólito Irigoyen decía que “en la Argentina hay que ser presidente de la República para poder ser portero de comité”. El macrismo hoy se ve forzado a reflexionar sobre ese concepto. Es difícil que pueda hacer la plancha en las presidenciales. Seguramente tendrá que asumir riesgos, tejer coincidencias y jugar fuerte para que, con un presidente amigo, no hostil, pueda cumplir su mandato ya obtenido de gestionar eficazmente la Ciudad Autónoma.
A tres meses de la primera vuelta electoral de las presidenciales, quedan muchos enigmas por resolver.
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Jorge Raventos , 30/07/2007 |
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