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Charla - Fundación Red de Acción Política |
Por considerarlo de interés,
transcribimos la desgrabación de la charla
que pronunciara nuestro colaborador Andrés Cisneros
el pasado 29 de junio en Mar del Plata,
en ocasión del encuentro anual de la fundación
RAP-Red de Acción Política,
presidida por Alan Cluterbuck
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Agradezco muy especialmente a Red de Acción Política por invitarme a participar de un ejercicio de construcción de cultura cívica que considero imprescindible para la Argentina de nuestros días.
En los propósitos fijados por esta Fundación se nos pide, textualmente: “analizar experiencias realizadas en el país que tuvieron como objetivo la generación de una visión o agenda estratégica.”
Voy a tratar de hacerlo aclarando que, a pesar de contar con el título de abogado, de haber cursado los cuatro años de la licenciatura en Ciencia Política, así como los dos años del Doctorado y encontrarme escribiendo la tesis final ya hace más de un año, lo mejor del aporte que puedo hacerles no proviene tanto de los papeles y los estudios como de la práctica en el Ministerio de Relaciones Exteriores, junto a Guido Di Tella, en el diseño y ejecución directa de la política exterior, en el día a día, durante un período de nueve años inolvidables.
Queda claro, entonces, que mi aporte va a ser, entonces, más testimonial que de conocimientos teóricos.
Entiendo que puede ser útil a un esfuerzo como el de la Fundación que nos convoca, toda vez que se procura aquí generar corrientes de entendimiento para quienes ejercen una vocación por la cosa pública.
En mi opinión, contamos con demasiados políticos prácticos que se asoman poco y nada a los ámbitos de estudio y reflexión y, por el otro lado, muchísimos estudiosos que no encuentran fácilmente canales abiertos de participación en la vida pública.
Mi Tesis
La tesis que quiero exponerles brevemente es que, de todos los males que padece la Argentina como sociedad política, hay dos que se destacan:
Uno, la inexistencia de suficientes políticas de estado en su vida interna;
Dos, la ausencia de una inserción apropiada en el mundo, en su política exterior;
Veamos el asunto de las Políticas de Estado:
El elemento más escaso de la vida interna de la Argentina son las políticas de estado, esto es, acuerdos básicos, profundos, que continúan en el tiempo aunque cambien los gobiernos.
Esto es clave, porque sería muy difícil encontrar, en los últimos cien años, un país occidental que haya tenido éxito sin contar con políticas de estado.
En la convocatoria a este encuentro se nos pide, textualmente: “ analizar los casos de un grupo de países que han encarado el mismo proceso y que han sido considerados ejemplos exitosos (medido en términos de desarrollo social, económico e institucional) .” Bueno, ese es precisamente el caso de EE.UU., Gran Bretaña, Francia, Holanda, Bélgica, Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia. Son ejemplos clásicos.
Pero más cercanamente están Italia, España, Canadá, Australia, Nueva Zelandia, Irlanda, y, en forma inminente, la decena de ex satélites de la Unión Soviética que acaban de ingresar a la UE, que pronto van a dejar atrás a países como la Argentina.
Y mucho más cerca y conectados con nosotros, más a mano, más comparables, nada menos que Uruguay, Chile y Brasil, hasta hace poco nuestros mejores amigos en el mundo.
Se trata de países todos muy distintos, pero con un dato en común: prosperaron recién después de que consiguieron acordar políticas de estado.
Y volviendo a lo nuestro: ¿cómo está la Argentina en materia de políticas de Estado?
Afortunadamente no sufrimos una guerra civil de la envergadura que tuvo España y, por lo tanto, nuestros acuerdos básicos no resultan tampoco comparables a los Pactos de la Moncloa.
Pero no carecemos totalmente de políticas de estado. Son pocas e insuficientes. Pero están ahí, trabajando a favor de nosotros.
¿Y cuáles son esas políticas de estado? La realidad argentina de nuestro tiempo está conformada a partir de tres crisis estructurales. Una crisis política, una crisis económica y una tercera crisis de relaciones con el mundo.
La crisis política sobreviene en 1983, la crisis económica en 1989 y la de relaciones con el mundo, un poco antes, en 1982.
En 1983 la sociedad argentina pronuncia su “nunca más” y todos los sectores políticos acuerdan retornar para siempre a la vida constitucional.
La crisis económica estalló con la hiperinflación de 1989 y allí la sociedad dijo “nunca más” a las políticas cerradas, inflacionarias y aisladas del mundo.
Y la tercera crisis corresponde a la derrota en Malvinas, en 1982, cuando la sociedad argentina decidió no continuar en el rumbo en que veníamos, revisar sus alianzas y retornar a una inserción en el mundo distinta de la que hasta ese momento tuvimos.
Esas tres crisis provocaron tres respuestas. Y esas tres respuestas acertadas conformaron las bases, el trípode de gobernabilidad en la Argentina, los tres puntos de apoyo de un período de avances tales que habría que remontarnos a la Generación del 80 para encontrar un progreso semejante. Desde entonces hasta hoy, la gobernabilidad en la Argentina se asienta en ese trípode.
¿Y cómo están, veinte años después, estas tres políticas de estado, estos tres pilares de nuestra gobernabilidad actual, de la realidad en que ustedes y yo vivimos?
Lo primero que podríamos ver es si se fortalecieron o se debilitaron o siguen igual. Veámoslas rápidamente una por una:
La Pata Política.
Continuamos teniendo democracia. Se vota cada tanto tiempo y esos mandatos no se interrumpen por la fuerza. Tampoco hay proscripciones. ¿Pero qué grado de democracia hemos construido?
Son muchas las voces autorizadas que opinan que tenemos democracia pero poca vida republicana. Que el equilibrio de poderes disminuye alarmantemente y que desde el Poder se lesionan numerosas libertades públicas. Que no se practica el pluralismo y que, lejos de procurar acuerdos se incita a la confrontación, la condena y el descrédito del adversario. Que el Poder Legislativo no controla al Ejecutivo y le ha cedido facultades como nunca antes había ocurrido. Que el Poder Judicial se encuentra también comprometido y que, en todo caso, arrastra una morosidad que ya bordea la negación de justicia.
Y que aunque el actual gobierno ha hecho mucho para agravar el diagnóstico, este retroceso ha correspondido, con sus más y con sus menos, a la acción de todos nuestros gobiernos, de 1983 hasta la fecha.
Un problema puede ser grave, o poco grave, en fin, puede tener escalas. Pero se torna francamente muy grave si comenzamos a pensar que lo que comenzó como un defecto en realidad ahora nos parece una virtud.
Esa es la actual situación de nuestra democracia de baja intensidad: hay importantes sectores intelectuales y políticos que consideran que el mecanismo de controles y contrapesos del sistema republicano es cosa del pasado y debiéramos ingresar en lo que denominan democracia participativa, que no es sino otro nombre que se le ha puesto a la utopía del gobierno por asamblea, en que la masa se conecta directamente con el hombre providencial sin necesidad de organismos intermedios ni instituciones que mediaticen la expresión soberana de la voluntad popular.
Todos conocemos la historia que va desde el cesarismo en Roma hasta el bonapartismo francés y sus variantes europeas y, entre nosotros, en las diversas manifestaciones de lo que se ha dado en llamar el populismo latinoamericano, que tienen, todas, en común, el carácter de conducciones directas y plebiscitarias, que terminan invariablemente en la dictadura de la más grande de las minorías.
La democracia se reduce a las votaciones y el resto se cubre con el diálogo directo entre el conductor y los ciudadanos. Hay mucho escrito y hay mucho trabajo político muy bien financiado para instalarnos en esa forma de entender la democracia. El caso más evidente es el del chavismo en Venezuela, pero no se agota en ese solo ejemplo.
Cualquiera sea nuestra opinión sobre este intento de transformar a nuestra democracia, aún los que estamos en contra, debemos aceptar que, en general, hace muchas décadas que nuestras clases políticas vienen exhibiendo un comportamiento tan degradante de nuestras instituciones que el ciudadano común bien puede sentirse tentado a pensar si ya no sería hora de probar con algún otro sistema.
Esto que digo no se trata solo de un temor mío. En 1983, cuando reinstalamos la vida constitucional, la creencia colectiva era que “con la democracia se come, se cura y se educa,” y hoy, veinte años después, cualquiera que navegue en sitios de encuestas por Internet puede comprobar que ya son mayoría los latinoamericanos que aceptarían perder la democracia a cambio de algún progreso económico.
Siendo que este seminario se propone aportar a la mejor formación de una clase política a la altura de nuestras necesidades, lo primero que debemos entender es que el ciudadano común desprecia masivamente a los políticos porque los considera más dedicados a sus propios privilegios que a trabajar por el bien común.
Conclusión: nuestra democracia republicana sufre el embate de ideólogos y políticos de pensamiento totalitario, pero sufre mucho más por la muy pobre trayectoria de nuestros partidos políticos para hacer funcionar, en serio, nuestras instituciones a favor del bien común, para evitar que los ciudadanos terminen prestando atención a propuestas antidemocráticas. Hay una profunda crisis interna en nuestro sistema de creencias.
Ese es, tal como lo veo yo, el estado actual de la Pata Política, la primera de ese trípode de la gobernabilidad argentina que fundamos en 1983.
La Pata Económica.
La segunda pata, la Económica, que surge como respuesta a la crisis de la hiperinflación de 1989, consistía en una apuesta para abrirse al mundo. Abandonar políticas económicas ensimismadas, aislacionistas, excesivamente mercadointernistas, volcadas al eslogan de “vivir con lo nuestro,” para que pasáramos a barajar y dar de nuevo.
¿Qué significaba por ese entonces barajar y dar de nuevo? Significaba hacer lo que todos los países del mundo entero terminaron haciendo: aceptar la existencia de la globalización, negociar duramente con ella y obtener el mejor posicionamiento posible, aprovechando los beneficios y minimizando los daños que podía traernos esa inevitable globalización.
Prácticamente todos los países importantes ya lo han hecho. Aquí nomás, a Chile le tomó siete años diseñar un acuerdo de libre comercio con EE.UU. Y ya tiene otro con la UE y otro más con China, las tres locomotoras de la economía mundial. Nosotros, ninguno.
En América, el nombre de la globalización era el ALCA o como se terminara llamando un acuerdo de libre comercio con Washington. Mientras la mayoría de los demás países del continente ya firmó o se encuentra a punto de firmar bilateralmente alguna versión de ese acuerdo, el Mercosur prefirió abstenerse por considerar que no se nos ofrecieron las mejores condiciones. Ni Menem, ni Fernando Henrique, ni de la Rua, ni Sanguinetti, ni Duhalde, ni Tabaré, ni Duarte Frutos, ni Lula, ni el doctor Kirchner aceptaron el acuerdo tal como lo propusieron los EE.UU. No está mal: si no nos conviene, hay que seguir negociando.
Eso es lo que hacen Uruguay y Brasil, dos países que saben trabajar sus intereses. Paraguay también negocia. Nosotros, asombrosamente, adherimos a la posición bolivariana expresada por Hugo Chávez en Mar del Plata, que convocó a rechazar esencialmente a la globalización, dejar de negociar cualquier acuerdo con EE.UU. por constituir un intento de solapada penetración imperialista, todo, en el mismo discurso en que invitó a nuestros pueblos a “conseguirse una pala para enterrar al capitalismo e iniciar el camino al socialismo.”
Un día después, el presidente de los EE.UU. aterrizaba en Brasilia para comenzar una serie de acercamientos con la administración de Lula que señalan claramente un camino de ingreso inequívoco del Brasil al mundo globalizado. Viajó a Camp David, fue invitado por el Grupo de los Ocho, hace dos meses firmó con Washington la fundación una virtual OPEP de los biocombustibles, alcanza ya el Investment Grade, se apresta a ingresar en la OECD y mantiene relaciones comerciales estratégicas con China y la India. Ya se aseguró cinco de ocho votos sudamericanos para su aspiración a miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y, hace menos de un mes, la UE acaba de anunciar que su interlocutor estratégico oficial para América del Sur va a ser el Brasil.
No debiera sombrarnos para nada: como nota de color, para quienes no lo sepan, cuando uno ingresa al edificio del Departamento de Estado, en Washington, y pregunta en qué oficina se atienden los intereses de la Argentina, lo llevan a una puerta donde la placa dice: “Brasil ... y Cono Sur.”
En fin, que ya veremos el detalle cuando tratemos la tercera pata, la de la política exterior. Lo importante de señalar ahora es que Argentina sigue sin conectarse con la globalización y no nos parece que haya ningún apuro, confirmando la larga tradición nacional de aislarnos del mundo. Resultado: sufrimos casi todos los perjuicios de la globalización y no podemos aprovechar casi ninguna de sus ventajas.
La conclusión que saco yo es que esa segunda Pata del trípode de gobernabilidad, la pata económica, lejos de fortalecerse, se debilita día a día, por estar fracasando en insertarnos provechosamente en la corriente central de la economía del mundo. Y no hay un solo país de Occidente que haya tenido éxito si antes no se conecta con los factores más dinámicos del escenario internacional.
En la economía moderna, los proyectos nacionales que prosperan son los que se enganchan a las corrientes mundiales predominantes. Es por eso que, hoy por hoy, lo más nacionalista es ir hacia el mundo, no apartarse de él.
La Pata Internacional
La tercera y última pata de nuestro trípode corresponde a la crisis post-Malvinas, en que decidimos un “Nunca más” internacional, abandonando políticas confrontativas con nuestros vecinos y con los países más poderosos de Occidente.
Muy sucintamente, recompusimos relaciones con Gran Bretaña y reencausamos nuestro reclamo austral por la vía legal y diplomática. Cesamos la hostilidad mutua con Washington, que nos había causado enorme daño durante décadas y, lo más importante de todo, dejamos de considerar a nuestros vecinos como hipótesis de conflicto para pasar a considerarlos hipótesis de cooperación, asociándonos, no peleándonos con ellos.
El resultado práctico fue el Mercosur, que constituye nada menos que el proyecto de política exterior más importante que ha tenido nuestro país en toda su historia.
El objetivo principal del Mercosur era insertarnos ventajosamente en el mundo. Unir nuestros mercados para adquirir escala y competitividad para después saltar con más fuerzas a los mercados mundiales.
¿Y cuál es el estado de esta Pata Internacional, veinte años después?
Chile, Brasil, Uruguay y Paraguay han dejado de ser nuestros mejores amigos en el mundo. Aparte de los innecesarios conflictos con Chile por el gas y con Uruguay por las pasteras, hemos aplicado un giro ideológico a nuestra política exterior que nos lleva a privilegiar nuestra relación no con Venezuela, Bolivia o Cuba como países, sino con una especie de visión jurásico-socialista superviviente de los años Setenta y que informa los contenidos del castrismo, el bolivarianismo y el proceso conducido por Evo Morales en Bolivia.
Este grupo de nuestros nuevos aliados nos conecta directamente con los movimientos antiglobalizantes, la teocracia iraní y una posición militantemente tercermundista con regreso a los alineamientos de Norte contra Sur, propios de los años de la post-Guerra Fría, en el siglo pasado.
La sensatez de una política exterior y su relación con el interés nacional del país puede estudiarse nítidamente a través de sus alianzas, como ya vimos, pero también a través de sus conflictos.
Cuando uno lleva bastantes años estudiando primero y enseñando después, termina habiéndose encontrado con toda clase de ejercicios teóricos, muchas veces fantasiosos, algunas veces disparatados. Y uno cree que lo ha visto todo. Permítanme aventurarme a afirmar que en ningún gabinete académico de ninguna universidad o de ningún centro especializado del mundo entero existía una especulación hipotética de al menos dos conflictos puntuales, altísimamente improbables, que tuvieran como participante a la Argentina.
Esos dos conflictos “imposibles” eran con Uruguay y con Finlandia. Con Uruguay por nuestra extrema cercanía, nuestra común identidad de origen y destino. Con Finlandia, por exactamente todo lo contrario. País amable y respetado, pocos puntos de contacto tuvimos nunca con ellos. Difícil entonces un conflicto.
Bueno, conseguimos tener no solo uno sino los dos conflictos considerados “imposibles.”...Más aún, los tuvimos con los dos países, al mismo tiempo y por el mismo motivo. No se consigue fácilmente. Es como un poker de ases.
Uno se pregunta ¿Cómo se llega a tener una visión del mundo que desemboca en esos conflictos?
La Argentina tradicional, medio siglo aislada del mundo y hostil con los vecinos, tenía una política exterior con una característica: nos importaba más tener razón que solucionar los diferendos.
Piensen en los cien años en conflicto por límites con Chile que luego solucionamos en menos de cinco años. O el caso de Malvinas, que es un ejemplo de intransigencia improductiva: la política del todo o nada frecuentemente termina en nada, nosotros nos quedamos con la razón y los ingleses con las islas.
Otro ejemplo. En la década de los Setenta, Brasil se puso a construir Itaipú porque necesitaba imperiosamente más energía para sus industrias. Era claramente una infracción a nuestros intereses como país de aguas abajo, pero ellos necesitaban más energía. Entonces ¿Qué hicimos nosotros? En lugar de negociar ventajosamente lo que pudo ser un proto-Mercosur facilitándoles esa energía a cambio de acceso privilegiado al enorme mercado brasileño, nos fuimos en queja jurídica a las Naciones Unidas. Metimos un pleito.
Resultado, para cuando las Naciones Unidas finalmente se pronunciaron, Itaipú ya estaba casi terminado. Campeones morales otra vez, volvimos a quedarnos con la razón a cambio de nada.
Lo cito porque esa forma de pensar tiene una enorme actualidad: cuando Uruguay anunció las pasteras no hicimos nada durante dos años, y ya con media obra civil terminada, nos fuimos al tribunal de La Haya para que dentro de varios años alguien nos vuelva a dar la razón. Pero la pastera estará en pleno funcionamiento desde ahora nomás, antes de octubre.
En los Ochenta y Noventa dejamos de pelearnos con Brasil por Itaipú. Nos sentamos con todos los vecinos de la cuenca y acordamos no volver a construir sin la aprobación de los demás. Y hoy tenemos un espinazo hidroeléctrico de tamaño mundial que empieza por Itaipú, baja por Yaciretá-Apipé, los acuerdos de Corpus y Garabí, y llega hasta Salto Grande, todas construcciones binacionales que no salen más en los diarios porque no causan ninguna controversia.
Con las pasteras debimos hacer lo mismo: un protocolo del Mercosur semejante a lo hecho con las represas, para mantener organizado el complejo de pasteras que seguramente se van a seguir multiplicando.
Bueno, no lo hicimos. Preferimos tener razón, pleiteamos en la Corte Internacional y seguimos indefensos frente no solo a la pastera de Botnia sino a la varias pasteras que ya están siendo planificadas por Brasil, Paraguay, el propio Uruguay y por nosotros mismos, en dos provincias argentinas.
El Mercosur mismo languidece, en estado terminal. Hace casi diez años que no se lo profundiza. Nos hemos estancado en una Zona de Libre Comercio imperfecta que, en lugar de completarse, cada día es más perforada desde todas partes. Ya de saltar a la Unión Aduanera y después al Mercado Común, ni se habla.
Y esta es otra decepción para la gente. El Mercosur es tan popular, es tan querido, que la clase política no se anima a decirnos que se les fue de las manos, como un enfermo comatoso a los médicos. Al Mercosur lo tratan como al Cid Campeador, que tenía tanto prestigio que, ya muerto, lo ataron a la montura para convocar a los seguidores. Con el Mercosur hacen lo mismo: cada tres o cuatro meses se reúnen y anuncian un solemne relanzamiento del Mercosur. No queda muy claro en qué dirección, pero lo relanzan a cada rato.
Y aquella formidable herramienta de inserción en el mundo termina incomodando tanto a nuestros gobernantes, no solo los nuestros, los de los cuatro países, que ahora han decidido, literalmente, que “el Mercosur no es más económico, ahora es político.”
¿Qué quiere decir eso? Que se sacaron de encima el compromiso de profundizar la integración originariamente pactada para convertirlo en un ámbito de la típica retórica política sin contenido, con el adicional del ingreso del chavismo, que luego de pulverizar su propio ejercicio regional de integración, el Pacto Andino, nadie puede pensar, seriamente, que va a cumplir prolijamente los muy severos requisitos que exige el Mercosur para que ingrese un socio nuevo. De hecho, se acordó que los cumplirían para el 2011... y ya han pedido postergación de la fecha. Y hace dos semanas el propio Chávez anunció que “el Mercosur viejo no nos interesa.”
Fin de la historia para el proyecto de política exterior más importante que tuvo nunca la Argentina. Brasil, que siempre ha entendido muchísimo mejor cómo funciona el mundo, hace años que sigue su propio camino.
Conclusión. La tercera Pata del trípode, la que corresponde a nuestra apertura al mundo y la inserción en las corrientes más dinámicas del crecimiento y la riqueza, tampoco ha progresado sino todo lo contrario.
Conclusión Final
Al principio de esta exposición planteamos dos afirmaciones:
Una, que nos faltan políticas de estado en lo interno; y
Dos, que no nos insertamos bien en el mundo.
La conclusión que yo saco es que el sistema de gobernabilidad construido en 1983 y que dura hasta la actualidad, ejemplificado en ese trípode, no ha conseguido revertir esas dos falencias, más bien se han agravado.
En resumen: ningún país puede llevar adelante su proyecto nacional si no lo enlaza con la globalización. Y ningún país puede diseñar un proyecto nacional si carece de acuerdos básicos, de políticas de estado sobre la manera en que todos queremos insertarnos en el mundo. Cualquier otra cosa significa quedarnos parados mientras la historia nos pasa como un tren.
Y como en la invitación también se pide que explicitemos, cito textual: “Que tipo de país (visión / sueño realizable) le gustaría que fuera Argentina en el año 2016?” ... Habría mucho para decir. Quizá podamos en el intercambio de comentarios, por ahora prefiero ahorrarles alguna recomendación de patriotismo inflamado, a toda orquesta, con lo que yo crea que debiera srev el futuro, para simplemente repetir algo muy sencillo que siempre decía Guido Di Tella: “trabajemos para hacer de la Argentina un país aburrido, un país donde las cosas funcionan, los compromisos se cumplen, las diferencias se negocian y la gente no sabe el nombre del ministro de economía. Ese día habremos triunfado.”
Muchas gracias.
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Andrés Cisneros , 16/07/2007 |
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