Pobre Mercosur

 


El Mercosur es como el Cid Campeador, tan querido por la gente que, una vez muerto, lo sentaban igual en la montura para mantener viva la convocatoria.
El Mercosur agoniza en manos de presidentes que no quieren –o no saben- llevarlo adelante profundizando la integración.
A Brasil le conviene dejarlo como está, una zona de comercio semilibre entre nosotros pero con altos aranceles hacia fuera. Y el resto carece tanto de la fuerza externa para empujar a Brasil como interna para convocar a sus conciudadanos a los esfuerzos que supone saltar a la segunda etapa de la Unión Aduanera.

La llegada de Chávez y su circo de tres pistas les vino de perillas. Afirmar que “el Mercosur ya no será más económico sino político,” facilita la huída desde aquellas responsabilidades incumplidas hacia el disparate previsible de la retórica más retrógrada que hayamos conocido: sedicentes progresías que, en nombre de la revolución, nos condenan al atraso.

Basta con hojear los diarios: todas las noticias que provienen de la reciente reunión de presidentes en Asunción corresponden a conflictos bilaterales, no a temas del conjunto. El único, el Banco del Sur, solo fue tratado para acordar, claro está, una nueva, tercera postergación. El resto son querellas entre Lula y Chávez, Bachelet y Duarte Frutos, el reiterado reclamo uruguayo por las pasteras y para que los dejen negociar directamente con Washington. Y, por casa, la maratón del doctor Kirchner procurando asegurarse gas de Bolivia, garantizándole gas a Chile, resistiendo la ofensiva oriental por los cortes de Gualeguaychú y, last but not least, aplicando paños fríos a la amenaza de retiro de Venezuela, único prestamista de última instancia que nos queda en el mundo. Todos asuntos bilaterales, nada de Mercosur.

Solo una inmensa dosis de ingenuidad permitió en su momento esperar que Chávez, que venía de pulverizar a su propio espacio de integración, la Comunidad Andina, fuera a cumplir seriamente con los severos requisitos de ingreso que exige el Mercosur. Se trató, siempre, de un intento por aliviar su creciente aislamiento internacional y procurarse respaldo regional para su primitivo antinorteamericanismo jurásico style. Por lo pronto, hace tres semanas pidió prórroga nada menos que para después del 2011. Discépolo era un poroto.

Su bravuconada de retirar la solicitud de ingreso al Mercosur y el subsiguiente entredicho con los indignados senadores brasileños tampoco engaña a nadie: apenas encubre su disputa con Lula. No con Brasil, ya que la de éste y la de Venezuela son economías y destinos más complementarios que competitivos.

De lo que se trata es de la lucha entre dos modelos de inserción en el mundo. Uno, el de Fernando Henrique y Lula, transita la vía tradicional, que adopta la globalización, se apalanca en el Banco Mundial, el FMI, renegocia, no defaultea su deuda externa, tiene la mitad del riesgo-país que Argentina, persigue el Investment Grade, el ingreso a la OCDE, se embloca con India y Sudáfrica, acude a Campo David, firma la OPEP de los biocombustibles con Bush, es convocado por el G-8, pelea un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU y está por ser designado interlocutor regional exclusivo por la UE.

El otro, confortablemente sentado sobre un mar de petróleo, desafía de boquilla a los líderes de Occidente y desempolva un apolillado populismo a contramano que abjura del capitalismo y convoca a un socialismo nacional que ya dejó de ser utopía cuarenta años atrás. En ese marco, pudimos haber tenido una buena noticia: los veinte mil millones de China ya están llegando. A Brasil, claro.

Lula recorre el camino que ya nos mostraron España, Italia, Canadá, Australia, Nueva Zelandia, Japón, el Sudeste Asiático, Irlanda, la India, Sudáfrica, Polonia, Ucrania, Hungría, República Checa y, aquí cerca, el propio Chile. Chávez, que faltó en Asunción por estar comprando submarinos y armas al por mayor en Moscú, nos conecta con el castrismo, la teocracia iraní, el estalinismo de Belarús y el delirio inclasificable de Corea del Norte.

Aparentemente, el Palacio San Martín apura negociaciones para reestablecer relaciones diplomáticas plenas con Pyongyang, el régimen más aislado y desacreditado del planeta, frecuentemente visitado por Chávez.

Lo que compite hoy dentro del Mercosur no son dos propuestas de cómo salvarlo sino de cómo cada uno de los dos países más activos procura llevar agua para el molino individual de sus propios intereses. ¿La diplomacia argentina? Bien, gracias.
Andrés Cisneros , 05/07/2007

 

 

Inicio Arriba