El invierno también tiene superpoderes

 


Más allá de la exuberancia suburbana de su prosa, que él esgrime con entusiasmo para aporrear opositores, el titular de Interior, Aníbal Fernández, puede convertirse por momentos en el ministro minimalista del gobierno de Néstor Kirchner. Cuando se trata de jibarizar la imagen de un problema, Fernández cambia la brocha por el pincel milimétrico y puede dibujar la inseguridad pública como una ilusión óptica generalizada, una ficción, un fenómeno que roza la inexistencia; y la crisis energética, igual que la electricidad, como una sustancia invisible de efectos "nimios". Lamentablemente, lo invisible –Saint Exupery dixit- suele coincidir con lo esencial, y las ausencias que describe el gobierno a través del reducidor Fernández suelen ser ausencias ubicuas, sean de seguridad (jurídica o física), de gas, de gasoil o de electricidad: dan noticias de ellas en la Capital y en provincias, en el mundo urbano y en el rural.
Si el minimalismo del ministro de la política y la seguridad es observado con cierta perspectiva, se descubre que es sólo la pieza de un dispositivo mayor. Guardando cierta analogía con el proverbial "todo lo que está quieto se pinta, todo lo que camina se saluda", este mecanismo oficial tiene varias reglas, que podrían sintetizarse así: todo lo que no anda se subsidia; todo lo que puede perturbar a la opinión pública se elude; todo lo que crea problemas se niega y/o se minimiza; de todo lo que se manifiesta ostensiblemente como problema y es imposible subsidiarlo más, eludirlo o minimizarlo, se culpa a alguien: empresarios, opositores, la década del noventa, el Fondo Monetario Internacional… o el frío.

La crisis energética ha sido sometida durante más de tres años a todos esos tratamientos e insiste tercamente en manifestarse. Tanto así, que el gobierno ha tenido que admitir su existencia y (por cierto, no sin culpabilizar centralmente a empresas transportadoras y al puntual invierno) analiza en secreto un plan de emergencia, mientras se agita en aplicar -día por día, hora por hora- parches cada vez más costosos para los sectores productivos y cada vez más estériles para ofrecer soluciones.

Entre los efectos "nimios", ninguneados al promediar la última semana por Fernández El Minimalista, hay que contabilizar la paralización parcial de la industria automotriz (total en muchas plantas autopartistas), las crecientes restricciones a todos los llamados grandes usuarios (casi 5.000 empresas medianas y superiores), la prohibición de venta de GNC durante varios días (con las consiguientes protestas de taxistas, que dependen del gas relativamente barato para que su actividad sea económicamente sustentable).

Se observan hoy las nada sorprendentes consecuencias de una política que ha desalentado la inversión de modo sistemático. Impulsado por una lógica electoralista y con la esperanza de "no pagar costos políticos" el gobierno se ha dedicado infructuosamente a transformar en invisible lo evidente, en lugar de tomar medidas para afrontar lo previsible.

¿Conseguirá, al menos, evitar los famosos costos? Con aguda (aunque inconfesa) conciencia de sus problemas, la Casa Rosada elabora su deteriorada relación con las clases medias urbanas, esas que, tras la máscara de opinión pública constituyeron durante un extenso período una de las bases de su poder. Desde el plebiscito misionero que terminó con los sueños reeleccionistas del gobernador Carlos Rovira hay constancias registradas del malestar de ese amplio e influyente sector. En aquella oportunidad, fue en Posadas, la capital misionera, donde se produjo el resultado más abrumador ( 70 a 30) contra el gobernador kirchnerista. La victoria de Mauricio Macri (en la primera y seguramente también en la segunda vuelta del domingo 24), el tan inesperado como arrollador triunfo de la candidata del ARI en Ushuaia y su acceso al ballotage en Tierra del Fuego, las fuertes movilizaciones en la capital de la propia provincia del Presidente son hitos de la fatiga política de la opinión pública urbana en su vínculo con el oficialismo. Esos signos de hartazgo se potencian con la verificación cotidiana de una inflación que el gobierno escamotea a través de la manipulación estadística. Y –temen cerca del Presidente- podría tocar los límites del cacerolazo si la crisis energética irrumpiera decididamente en los hogares. He aquí el motivo por el cual los informes y pronósticos meteorológicos se cotizan hoy en la Casa Rosada más alto que las encuestas electorales. Es que estas pueden sufrir variaciones fuertes en función de las temperaturas y las precipitaciones. Y el frío y las lluvias no pueden ser manejados con el método Moreno.

Si hasta hace un tiempo podía afirmarse que la principal oposición al gobierno, antes que de la política provenía de la realidad, hoy puede precisarse ese juicio. La política está empezando a moverse; y, en el frente de la realidad, la Naturaleza juega durante el invierno un rol protagónico. Por algunas semanas, el frío tiene superpoderes.
Jorge Raventos , 23/06/2007

 

 

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