Cambio de viento

 


El domingo 3 por la noche, cuando los cómputos oficiales de la elección porteña confirmaron los vaticinios de las encuestas en boca de urna, en el cuartel general del kirchnerismo, instalado en el Hotel Panamericano, reinaba la dicha. Los seguidores del Presidente –y en particular Alberto Fernández, el jefe del oficialismo capitalino- se consideraban más que satisfechos con su derrota ante la fórmula Mauricio Macri-Gabriela Michetti, puesto que habían conseguido relegar al tercer puesto a la lista de Jorge Telerman. Unas horas antes de esa escena, en esta misma página se había comentado que "ya es suficientemente ilustrativo que para el kirchnerismo un segundo puesto en la Capital sea equivalente a una victoria: revela la resignación al rechazo de la ciudad más influyente del país".
"El que conoce al otro y se conoce
a sí mismo no pondrá la victoria
en peligro. El que conoce
el cielo y la tierra
tendrá la victoria completa".

Sun Tzu . El arte de la guerra

Lo que pocos pudieron vaticinar –y muy especialmente los inquilinos de la Casa Rosada- fue la magnitud de ese rechazo, que le entregó a Filmus apenas un voto cada cuatro y que, contrario sensu, derribó el techo bajo que hasta hace pocos meses parecía volver imposible semejante victoria de Macri en la Ciudad de Buenos Aires.

A partir de la elección de Misiones, en noviembre de 2006, comenzó a hacerse visible un cambio de humor en las clases medias urbanas, que en aquellos comicios se manifestó en las cifras de Posadas, la capital misionera, donde la perspectiva de una reelección indefinida del candidato de Kirchner, el gobernador Carlos Rovira, fue rechazada por un 70 por ciento de los votos.

Por aquella época se decía que en la Capital Federal algo más del 50 por ciento del electorado aseguraba a los encuestadores que jamás votaría a Macri mientras paralelos estudios demoscópicos garantizaban que el Presidente contaba con una popularidad de 70 por ciento y que tanto él como su señora esposa, Cristina de Kirchner, estaban en condiciones de ganar en primera vuelta la elección presidencial de octubre.

La magnitud del cambio de viento puede hoy cuantificarse no sólo con los votos recibidos por Macri y por Filmus, sino por otras cifras que manejan los investigadores de la opinión pública: el rechazo a Macri ha caído a menos del 25 por ciento. Y hoy, en la ciudad de Buenos Aires, en una elección presidencial, Kirchner (Néstor) obtendría un 35 por ciento de los votos, y su mujer 10 puntos menos. Ninguna de las dos cantidades les evitaría un ballotage.

¿Cambió tanto la personalidad del ingeniero Macri en estos meses, como para provocar aquella revolución estadística? En verdad, no. Es cierto que aprendió algunas lecciones después de su derrota en 2003 a manos de Aníbal Ibarra; también es verdad que desplegó su fuerza en todos las barrios de la Capital y que potenció su fórmula con la incorporación como candidata a vice de Gabriela Michetti, una dama que inspira simpatía y respeto bastante más allá de las filas propias. Pero lo que en verdad ha ocurrido con Macri (y, por oposición, con los Kirchner) es que la que cambió vertiginosamente es la opinión pública, eufemismo que designa fundamentalmente a la clase media de las grandes ciudades, en primer lugar la de la Capital.

Tampoco el Presidente ha cambiado en lo sustancial: repite profesionalmente las rutinas que practicó primero como intendente de Río Gallegos, luego como gobernador de Santa Cruz y durante varios años como titular del ejecutivo nacional. Pero ahora debe de preguntarse, perplejo, por qué ese libreto que le diera éxitos en el pasado lejano y en el más reciente ahora no provoca sonrisas y aplausos, sino amargura y abucheos; por qué sus antiguos gobernados de Gallegos lo prefieren lejos; por qué los capitalinos le cortaron el crédito. Misma respuesta: cambió la opinión pública.

Sucede, con todo, que la red sostenedora de la opinión pública constituyó uno de los fundamentos de la soltura con la que el gobierno pudo ejercer su poder durante estos años. Que esa red se fisure o se desteja es una muy mala noticia para el Presidente.

En cualquier caso, parece difícil que el doctor Kirchner esté dispuesto o en condiciones de cambiar el guión que le dio satisfacciones en estos momentos en que empieza a crearle problemas. De hecho, su reacción frente a la derrota ( 2 a 1) que le infligió el voto a Macri no consistió en preguntarse si había algo propio que rectificar, sino en considerar que el electorado que votó la boleta Macri-Michetti lo hizo "equivocado", puesto que "lo mejor de la Capital" estaba en la lista kirchnerista de Filmus. Conclusión kirchnerista: "No le vamos a regalar la Capital a la derecha" (Filmus). ". Más allá del error de suponer que están peleando con "la derecha" y no con la opinión pública, la idea de "regalar" o no la ciudad de Buenos Aires revela una concepción confiscatoria, un considerarse propietario privado de lo que es público, que no puede sino agravar la tensión con la ciudadanía independiente y evocar comportamientos análogos, como los aplicados a los fondos de Santa Cruz.

Como la perpleja reacción ante el rechazo de la opinión pública reside en considerar que el equivocado es el otro, la consecuencia se parece mucho a la de esas personas que, cuando advierten que no se las entiende, en lugar de cambiar la explicación y los argumentos, dicen lo mismo que antes pero más alto o a los gritos. La insistencia en competir en segunda vuelta, más allá de un escarceo táctico o de la oportunidad de sacar de las primeras planas por otras tres semanas temas molestos como el de Skanska y la corrupción, responde a la idea de que a los gritos –o, si se quiere, a través de lo que los técnicos llaman campaña agresiva y campaña sucia- obligar a los porteños a que dejen de estar equivocados.

Como el Presidente se tiene fe, le quitó el protagonismo a su candidato, Daniel Filmus, y asumió, lanza y maza en ristre, la tarea de golpèar a Mauricio Macri, actividad en la que contó con la colaboración del aparato (y la caja) oficial de propaganda, que llenó las paredes de carteles que (por ahora) informan que "Mauricio es Macri" –lo cual dista de ser una novedad- y le facilitó a la ministra de Economía el anacrónico dato de que las sociedades de (Francisco) Macri están en el negocio de la recolección de basura en la Capital, lo que fue cierto hasta hace más de diez años.

Los encuestadores contratados por Daniel Filmus le llevaron al candidato algunas malas nuevas: la campaña agresiva contra Macri es un bumerán. Pro obtiene, según esos estudios, una marca histórica de retención de voto (98 de cada 100 de quienes votaron a Macri aseguran que lo harán de nuevo el 24 lo que seguramente es interpretado por el doctor Kirchner como una incomprensible insistencia en la equivocación que reclama …alzar un poco más la voz y extremar los argumentos.

Con los estudios de sus encuestadores bajo el brazo, Filmus ha intentado, hasta ahora sin éxito convencer a sus mandantes de la Casa Rosada de cambiar el tono. Sin necesidad de aplicar los conocimientos que se imparten en FLACSO, Filmus entiende que lo están empujando a un segundo papelón y a jugar un papel antipático, que no le agrada. El jueves último, en un acto propio con sectores del espectáculo y el entretenimiento, debió escuchar que uno de sus invitados, el emblemático cantautor León Greco, le reclamara desde el micrófono: "Señor ministro: no usemos campañas sucias". Filmus tampoco se siente cómodo ante el hecho de que Kirchner lo postergue a un segundo plano y asuma el mando y la primera línea de la campaña. Ese comportamiento tiende a confirmar la impresión de que el candidato es excesivamente dependiente de la Casa Rosada así como a ratificar en Kirchner el estilo de mando a distancia que exhibió con su propia provincia y que llevó al fracaso a dos gobernadores.

Nadie podrá negar que es por decisión del doctor Kirchner que la elección del 24, además de dirimir la jefatura de gobierno de la Ciudad Autónoma, se constituirá en un referéndum anticipado sobre la gestión del Presidente y su gobierno. El ingeniero Macri y su fuerza se han esforzado (y hasta han recibido por eso críticas de algunos aliados) por "localizar" o "municipalizar" la campaña porteña, eludiendo el escenario de disputa, digamos, ideológica que el gobierno nacional procura establecer.

En rigor, una de las virtudes de un buen estratega reside en elegir el campo de batalla y las condiciones del choque. Macri no emprendió ninguna retirada ni escapó de la pelea nacional: se atuvo a su propio eje y sencillamente dispuso sus fuerzas para vencer una guerra que comprende dos batallas. Se trataba de emerger victorioso en las mejores condiciones posibles de la primera de ellas para poder librar con posibilidades la segunda y decisiva.

Es el gobierno nacional –y Kirchner específicamente- el que, en las condiciones actuales de cambio de viento en la opinión pública, insiste en transformar la segunda vuelta en plebiscito sobre su, digamos, "modelo", es decir sobre su gobierno, su estilo y su rumbo. Es él quien fatalmente obliga a interpretar los números que surjan de las urnas porteñas del 24 de junio, como un juicio sobre el kirchnerismo, su gestión y su legitimidad.

La fuerza de Macri ha residido en aquella localización en el territorio porteño y en el entusiasmo autonómico que consiguió movilizar: su pelea contra el "modelo" kirchnerista no ha sido verbal, residió en trabajar como orfebre el eslabón capitalino con organización y propuestas, con un tono deliberadamente alejado de la crispación, hasta terminar de desvincular lo que se ensambló en 2003, con la fusión entre el aliancismo, representado por Ibarra, y el flamante poder nacional que Kirchner estrenaba por entonces. Cumplir esas tareas fue como disponer adecuadamente las velas y prepararlas para embolsar con eficacia el cambio de viento de la opinión pública. Un viento que sigue soplando, un cambio que no ha concluido aún.
Jorge Raventos , 11/06/2007

 

 

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