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Un paso adelante, dos pasos atrás |
Aun si no se le admitieran otras cualidades –lo que implicaría una injusticia- hay que reconocerle a Néstor Kirchner su obstinación. En medio de los vendavales más agitados de sus cuatro años de gestión, mientras las explosiones del escándalo Skanska (que es, en rigor, el de los sobreprecios y las comisiones indebidas en la obra pública) sacuden a su elenco de funcionarios; mientras tiene que soportar la rebeldía de su provincia natal e inventar nuevos gobernadores para suplir a los que (también eligidos por él) ya se le consumieron; mientras se prepara para atravesar el primer domingo de junio asimilando derrotas electorales en la ciudad de Buenos Aires y en Neuquén; mientras tiene que improvisar estatizaciones ferroviarias, intervenciones al ente regulador del gas y reestructuraciones en el Instituto de Estadísticas que sean capaces de anunciar buenas nuevas sobre la inflación; en fin, en ese complejo paisaje que enmarca sus últimos meses como presidente, él no ceja en su preocupación fundamental: garantizar un triunfo continuista -"pingüino o pingüina"- en los decisivos comicios presidenciales de octubre. |
Kirchner desarrolla, ahora con menos complejos, la política de un paso adelante, dos pasos atrás, y, para alcanzar su objetivo, se muestra dispuesto a tocar todas las cuerdas: proclama autocríticas, retrocede y concede, espera el momento para su contraofensiva y, entretanto, avanza en los terrenos en que se siente fuerte. Frente a la adversidad empezó a bajar el volumen de su proclama acerca de que nadie iba a "torcerle el brazo". Ante las circunstancia, pese a reiterar verbalmente la tesis oficial de que el de Skanska es un caso de corrupción entre privados, desplegó una retirada táctica en la que entregó tres alfiles de los equipos de gobierno y parece preparado a sufrir otras bajas en su oficialidad. El repliegue, dispuesto para contener los efectos del escándalo en pisos inferiores del edificio oficial, le demandó una comprometida sobreactuación: la promesa de echar del gobierno a cualquier funcionario que sea llamado a interrogatorio por la Justicia. En Santa Cruz, obtuvo un armisticio en el conflicto laboral y ciudadano con fuertes concesiones a los docentes y empleados públicos rebeldes. Pero probablemente el paso atrás más notable de las últimas semanas haya consistido en la sorpresiva concesión de una entrevista de prensa a una periodista argentina, Magdalena Ruiz Guiñazú. Para un presidente que ha transformado en un principio no conceder conferencias de prensa ni admitir reportajes directos, el hecho de haberse sometido a ese interrogatorio da una medida de su comprensión del retroceso que –más allá de las encuestas que lee- sabe que ha sufrido ante la opinión pública.
Por cierto, no debería deducirse de estos pasos calculados que Kirchner vaya a someterse, como hacen los presidentes de países normales (y hasta de los menos normales) a conferencias de prensa periódicas. No se sale livianamente de cuatro años de secretismo. El Presidente tampoco ignora los riesgos políticos que corre al someterse a preguntas sin anestesia. Por caso: la entrevista radial de esta semana le reclamó precisiones sobre el célebre tema de los fondos de Santa Cruz que él, como gobernador, sacó del país. Precisiones no hubo, pero sí una respuesta que provocó sorpresa inclusive al actual gobernador provincial: Kirchner dijo que los fondos "ya están en Santa Cruz". Cruel incertidumbre. ¿Cuándo volvieron? ¿Cuánto se fue y cuánto volvió?¿Qué camino recorrieron esos fondos? ¿Ganaron intereses, se invirtieron y dieron quebrantos? La transparencia exigible a funcionarios públicos en el manejo de fondos públicos exige más detalles que los que el Presidente ofreció en su respuesta, pero hay que reconocer que esa contestación abre el tema para que la prensa, los órganos representativos de Santa Cruz, la Justicia y la opinión pública reclamen la información indispensable.
Ante la adversidad, el Presidente capitanea tanto la defensa como la ofensiva del gobierno. Para la primera, le ha pedido al cascoteado (e inquieto) Julio De Vido que se corra temporariamente a la retaguardia, y ha impulsado más al frente, con la consigna de defender al conjunto (y principalmente al vulnerable ministro de Infraestructura) al Jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Un hombre de Fernández interviene el Enargas, por ejemplo. Y el jefe de gabinete ya salió, en una revista oficialista, a sostener a De Vido. El enroque presidencial es una jugada probablemente necesaria, pero costosa: alimenta la dura interna que enfrenta a los pingüinos santacruceños (de crianza o de adopción) con el jefe de gabinete y responsable del oficialismo partidario porteño, a quien le facturaron en su momento los costos para el gobierno nacional derivados de su apoyo a Aníbal Ibarra después de la catástrofe de Cromagnon y el tercer puesto de la lista oficialista en los comicios de 2005, y al que le imputan por anticipado lo que prevén como mala performance del candidato kirchnerista Daniel Filmus el próximo domingo. Pese a esos costos, inevitables, quizás, cuando se trabaja con equipos muy reducidos, Kirchner apuesta fuerte a mantener la unidad interna de sus fuerzas y proyectarla hacia la elección de octubre.
El acto del viernes 25 de mayo en Mendoza fue una prueba la terca voluntad presidencial por imponer la llamada Convergencia. Ni el gobierno nacional ni el de la provincia de Mendoza (conducido por su aliado, el radical oficialista Julio Cobos) se fijaron en gastos para que el espectacular teatro griego enclavado en las montañas andinas se viera colmado. La prensa ha calculado en 2 millones de dólares el importe que demandó ese fasto, en el que el Presidente se mostró junto a las otras dos personas que podrían formar parte del binomio oficialista en los comicios de octubre. Que ese gasto sufragado con dineros oficiales haya estado destinado a un acto proselitista del Frente para la Victoria y sus aliados lógicamente irritó a la oposición, que contabilizó, por ejemplo, unos cinco mil asistentes provistos y trasladados en ómnibuses y combis por el llamado "aparato" granbonaerense de intendentes que en su momento adherían al culto duhaldista. Según las crónicas, también trasladaron gente a Mendoza gobernadores de provincias como San Juan, Jujuy, Santa Fé y La Pampa.
Aunque algunos esperaban que Kirchner anunciara en la oportunidad la integración de la fórmula oficialista, la cautela prevaleció. Todo hace suponer que el gobierno no podrá retroceder de la insistente oferta que impulsa el nombre de Cristina Fernández como candidata. Pero lo cierto es que el tema no está cerrado. La señora despierta resistencias tanto en el seno del kirchnerismo como entre algunos de los aliados. Y son muchos los que creen que, pese a los pasos ya dados en esa dirección, si las adversidades crecen, será Kirchner el que deberá estar al frente de la boleta oficialista.
De hecho, a juzgar por las crónicas, el nombre de La Señora no despertó mayores entusiasmos en Mendoza. Aun cuando el Presidente se esforzó en generar respuestas favorables, a través de narraciones de pretensión emotiva, "ninguna expresión de adhesión a la primera dama en las tribunas –relata La Nación-. El dato no pasó inadvertido". En rigor, de acuerdo a la crónica, "en las gradas faltó pasión (…) si hasta los papelitos fueron lanzados por máquinas".
Claro, son detalles para los que se detienen en las entrelíneas de los diarios. Las imágenes televisivas, las fotografías, registran los papelitos en el aire, no las máquinas que los impulsan; muestran el gentío y los carteles, no miden el entusiasmo. Para el Presidente, el acto mendocino en medio de su semana más inquietante, no puede interpretarse sino como un gol a favor.
Faltan más de cuatro meses para que se abran las urnas de octubre. Para él todo consiste en conseguir más goles y en eludir seguras adversidades. Su apuesta es a todo a o nada.
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Jorge Raventos , 01/06/2007 |
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