"No le tengo miedo al Presidente", afirmó el juez Alfredo Bisordi, cabeza de la Cámara Nacional de Casación, ante el Consejo de la Magistratura, donde una mayoría kirchnerista busca su cabeza y la de los restantes miembros de aquel cuerpo.
El ministro de Interior, Aníbal Fernández que, desde su sitial en una secretaría del Ejecutivo, le ha reclamado al magistrado que renuncie, coincidió sin embargo con él: "No hay que tenerle miedo al Presidente".
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En rigor, que se empiece a hablar en voz alta del tema es una señal elocuente de que el miedo ha dejado de funcionar. No es que no haya existido, sino, más bien, que se ha ido evaporando.
Maquiavélico o no, el doctor Kirchner se benefició largamente de la advertencia del controvertido florentino: para conservar el poder es más útil ser temido que ser amado. Su estilo ásperamente confrontativo y la presunción de que su poder era enorme, sumados a las sensaciones de vacío y sospecha que imperaban en la sociedad después de la crisis del gobierno aliancista con la ruptura de contratos que sobrevino de inmediato, parecieron transformar la figura presidencial en la gran administradora de castigos y absoluciones. Las absoluciones o los premios podían ir desde el olvido de pecados reales o presuntos del pasado (haber tenido cargos oficiales en los años noventa o haber ganado una licitación en esa década) hasta recibir regularmente la gracia de la caja nacional para poder cumplir con los sueldos de los empleados públicos o conseguir una porción de la torta de obras que maneja Julio De Vido, (a veces, inclusive, con la chance de que los proveedores no lleguen ya designados en Buenos Aires); en fin: desde paquetes de planes jefes y jefas (o sucedáneos) hasta la generación de condiciones para meteóricos crecimientos empresariales. Los castigos podían traducirse en escraches, asedios, discriminación en la concesión de publicidad oficial, en la contratación de obras o en la distribución de recursos nacionales, golpes verbales desde el atril discursivo del presidente, inspecciones impositivas y otras medidas diversas.
Durante un largo período –que para algunos no se ha cerrado aún-, un amplio número de actores políticos, empresariales, periodísticos o sindicales parecían aterrados por la posibilidad de ser fulminados desde el micrófono fácilmente irritable del primer magistrado y, para evitarlo, de a ratos estaban cuerpo a tierra y de a ratos se disfrazaban de árbol. Ese miedo (acompañado por el tradicional recurso del manejo de la caja) le sirvió al presidente para mantener al peronismo disciplinado (o, mejor aún, anestesiado) y para deshilachar a las fuerzas opositoras.
Parece evidente que ese tiempo se acabó. Hoy el Presidente hasta tiene dificultades para disciplinar la provincia que gobernó con mano de hierro durante años: Santa Cruz se encuentra en una situación de rebeldía que ha sobrepasado la capacidad de gestión del kirchnerismo local y le ha impuesto al gobierno nacional una negociación a la que éste se resistía.
El gobierno parece haber sentido un impacto bajo su línea de flotación con el desarrollo del llamado caso Skanska, un multimillonario fraude fiscal con facturas falsas que parece encubrir el pago de lo que eufemísticamente se ha llamado "comisiones indebidas" y en el castellano habitual se conoce como coimas.
En los últimos tiempos se han detectado varias misteriosas "operaciones de prensa" destinadas a sacar del primer plano al caso Skanska, cada vez que la investigación judicial y periodística avanzaba. La falsa información del agravamiento y hasta la muerte de Diego Armando Maradona, que alarmó hace unos días a la opinión pública, parece haber sido una de ellas. El ex ministro de economía, Roberto Lavagna, está seguro: "Los rumores –declaró- los inventó el gobierno para distraer la atención del bochorno que estaba protagonizando".
Sucede que, después de semanas de guardar silencio sobre el tema de las comisiones indebidas, y mientras la investigación judicial está aún en desarrollo, el gobierno se sintió presionado a hablar: el presidente afirmó que "se trata de coimas entre privados" y aseguró que no hay funcionarios de su gobierno involucrados en el tema. El sábado, el diario La Nación y la revista Noticias informaban que Skanska había sido elegida, pese a notables sobrepecios cotizados, para realizar obras en el gasoducto del Norte por presión de un alto funcionario del gobierno.
Antes de esas noticias, el jefe de gabinete, Alberto Fernández, había tratado de contragolpear en el Congreso, asegurando que si alguien había violado la ley pagando facturas falsas no había sido el gobierno nacional, sino el de la ciudad autónoma de Buenos Aires. Apuntaba así a desviar las sospechas hacia un exaliado del gobierno, que ahora ha tomado distancia de la Casa Rosada: Jorge Telerman. En el revoleo de acusaciones, Fernández mencionó a la empresa de producciones televisivas de Marcelo Tinelli, Ideas del Sur.
La reacción que despertaron esas declaraciones es otra prueba de que el tiempo del temor se ha terminado. Telerman exhibió ante la prensa comprobantes de transparencia de los pagos denunciados por Alberto Fernández, mientras una de sus ministros, Gabriel Cerruti, salía a reclamar la renuncia del jefe de gabinete, imputándole una falla grave: haberle mentido al Congreso. Por su parte. Marcelo Tinelli comparó a Fernández con José López Rega, lo acusó de desplegar una guerra sucia y evocó un listado de "operaciones" del jefe de gabinete, desde el llamado borocotazo hasta el infundio lanzado en vísperas de la elección anterior contra Enrique Olivera o el escándalo del Hospital Francés. Tras esa andanada, el funcionario se apresuró a disculparse ante Tinelli, aclarando que no había querido imputarle ningún ilícito. Recién después de eso, el productor y animador pidió unas disculpas de cortesía que el jefe de gabinete, ansioso por cerrar el episodio, aceptó de inmediato aunque está claro que en modo alguno alcanzaban para borrar lo dicho. Si uno recibe un pisotón casual en un ómnibus, queda satisfecho si el autor pide perdón o se justifica argumentando alguna mala maniobra del conductor. Pero una disculpa sería obviamente insuficiente si en lugar de un pisotón el otro se hubiera dedicado a bailar un malambo sobre el pie de uno. El malambo de Tinelli y el repliegue de Fernández son otra prueba de que, como diría Aníbal Fernández, "no hay que tener miedo" al gobierno.
De aquí a octubre podrá asistirse a muchas escenas de sonido y furia pero ya es difícil que el gobierno vuelva a ser temido como antaño. Habrá que ver si al menos tiene tiempo de ser amado.
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Jorge Raventos , 30/04/2007 |
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