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Elecciones en Francia El legado de De Gaulle |
En la primera vuelta en las elecciones presidenciales francesas del 22 de abril, el neogaullista Nicolás Sarkozy obtuvo el 31.1% de los sufragios, mientras la socialista Segolene Royal logró 25.4%.
Los comicios de 22 de abril tuvieron el más alto nivel de participación ciudadana de la historia de la V República fundada por el General Charles De Gaulle en 1958, con un nivel de votación del 85%.
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Una asistencia semejante a las urnas sólo tuvo lugar en la primera ronda de las elecciones presidenciales de 1965, con una participación del 84.8% de los votantes. Entonces, y por primera vez en la historia de la Quinta República, el presidente de Francia fue elegido en forma directa; y allí se enfrentaron el mandatario en funciones desde 1958, Charles de Gaulle, y la figura arquetípica de la Cuarta República y de la izquierda republicana, Francois Mitterrand.
De Gaulle logró 44.64% de los votos en la primera vuelta, muy por debajo de sus expectativas, porque esperaba, al menos, entre el 50 y el 60% de los sufragios, fundado en el criterio unanimista de la identidad francesa del “Hombre del 18 junio” (fecha de la proclama de 1940, en la que el general De Gaulle llama a la resistencia y rechaza el armisticio con el triunfante Tercer Reich).
Frente a él, Mitterrand obtuvo el 31.72%, mientras que el democristiano, Jean Lacounet, logró un alejado 15.7%.
El resultado de Nicolás Sarkozy lo muestra 3 a 5 puntos por encima de lo que le otorgaban la mayor parte de las encuestas. Segolene Royal ha hecho la mejor elección de un candidato socialista desde la victoria de Francois Mitterrand para un segundo mandato en 1988.
Ambas figuras – Sarkozy y Royal- rechazan el status-quo y proponen programas de ruptura con la Francia de los últimos 20 años.
El alto nivel de participación, vinculado, probablemente, a la nitidez de la personalidad y a la claridad de las opciones que presentaron los dos principales antagonistas, parece haber cerrado, por un tiempo al menos, la grieta profunda que históricamente existe entre la sociedad francesa y su Estado; la regla en Francia no es la legitimidad del poder político, siempre provisorio, frágil y sujeto a revisión, sino la quiebra constante entre la sociedad civil y el sistema de poder estatal, que periódicamente entra en ebullición e irrumpe a través de experiencias revolucionarias, como Mayo de 1968, febrero de 1936, la Comuna de 1871, y las revoluciones burguesas de 1848 y 1830.
La ruptura entre la sociedad civil y el sistema político torna muy difícil hacer reformas en Francia. “Francia prefiere hacer revoluciones antes que reformas”, le dice Malraux a De Gaulle en la Hoguera de las Encinas; la respuesta del fundador de la Quinta República fue: “no es que los franceses prefieran hacer revoluciones en vez de reformas, sino que la única forma que tienen de hacer reformas es a través de revoluciones”.
Estas elecciones parecen mostrar, por el alto nivel de participación y la nitidez de los protagonistas, que hay en Francia un amplio consenso sobre el agotamiento de una etapa de su historia. Estancamiento económico, parálisis social, insurrecciones juveniles, surgimiento de una nueva marginalidad y pérdida de relevancia internacional son los rasgos constitutivos de lo que es Francia hoy y de lo que ha sido en los últimos 20 años. Este parece ser el diagnostico del sentido común de la sociedad francesa contemporánea, tanto de la derecha como de la izquierda.
No es la primera vez que una situación semejante sucede en la Francia moderna. Al contrario, la decadencia ha sido la regla a partir de 1871, con la derrota ante Prusia; y volvería a profundizarse en las décadas del 20 y el 30, tras el extraordinario esfuerzo en vidas y energías de la Primera Guerra Mundial. La Cuarta República (1946-1958), fue una serie sucesiva de grandes derrotas internacionales (Suez, Indochina, Argelia) y de graves conflictos internos.
De Gaulle fue la excepción, pero también la coartada de la decadencia francesa. Por eso, cuando se aproxima un punto de inflexión en la historia de Francia, reaparece la figura histórica del “Hombre del 18 de junio”.
De Gaulle ante todo era un determinista; “esta es la civilización del motor”, dice en “L´ Armeé de Metier” (1938); y nada -sociedad, estados, ejércitos- puede escapar a su época. Más aún, condición de la eficacia es amar a la propia época, en lo que tiene de intrasferible; la técnica, en el mundo actual. Luego, De Gaulle no era un nacionalista francés o europeo; tenía un sentido de la identidad francesa en el tiempo; y veía a Francia y a Europa sólo en el contexto mundial. Técnica, identidad y mundo; esto es De Gaulle.
El mundo del Siglo XXI es más gaullista que el que vivió De Gaulle en la década del 60. En el Siglo XXI, la revolución tecnológica ha hecho que el tiempo le ganara la carrera al espacio; y con la incorporación de China e India a la política y a la economía mundiales, el mundo es más mundo que nunca. En estas condiciones, para afirmar la identidad francesa, Francia necesita cambiar; y eso, “como Francia es lo que es”, es una ruptura que equivale a una revolución.
Publicado en el DIARIO PERFIL el 29/4/07 |
Jorge Castro , 30/04/2007 |
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