Venezuela convocó en la isla Margarita a la fallida Cumbre Energética para impulsar cuatro proyectos personales de su sonoro presidente: el batigasoducto bolivariano, una fantasmal OPEP del gas, el Banco del Sur para reemplazar al FMI, y condenar la vía de los biocombustibles como una maniobra del imperialismo. Brasil se opuso a todo: parece que, finalmente, Lula empezó a frenar a Chávez.
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Nada que ver con el último encuentro de primeros mandatarios en el mismo país, a mediados del año pasado cuando, en oportunidad de formalizarse el ingreso de Venezuela al asténico Mercosur, Chávez, por su cuenta, sin consultarlos previamente con sus pares, se despachó con el proyecto de creación de nada menos que una fuerza militar colectiva, ante el estupor del conjunto y la visible irritación del brasileño.
Fueron los tiempos de la compra masiva de armamentos por parte de Venezuela, entre ellos nada menos que cien mil fusiles Kalashnikov AK-103, de asalto, no de defensa, número notoriamente excedido para las tropas institucionales de esa nacionalidad (a las que se reservó la tercera parte) y cuyo destino ulterior despierta la preocupada curiosidad de quienes se ocupan de monitorear el equilibrio militar de la región. Algo más si se toma en cuenta que, a renglón seguido, el mismo gobierno venezolano anunció la próxima fabricación local de cincuenta mil fusiles más por año. Composición tema: “¿A quiénes se las piensan proveer?”
La OPEP del gas no ha despertado mayores entusiasmos, ni siquiera en el siempre dispuesto Evo Morales, presidente de un país que posee las segundas reservas de Sudamérica y probablemente no demasiado interesado que ese cuasi monopolio exportable subregional resulte alterado por la llegada de un caño desde Venezuela. Brasil ha puesto en duda, públicamente, la factibilidad técnica y la financiación de los veinte mil millones de dólares que costaría y nuestro Palacio San Martín, a cargo de las relaciones exteriores de un gobierno que cada día necesita comprarle más a Bolivia y, al mismo tiempo, depende crecientemente de Chávez, practicó, una vez más, su cada vez más afiatada coreografía del a mi por qué me miran.
Brasil paralizó también el inminente lanzamiento prácticamente unilateral del Banco del Sur, proyecto que ha pasado a estudio de un grupo de expertos donde los representantes del Planalto interpretarán, en clave de bossa nova, el conocido minué sudamericano del todos somos iguales pero nosotros somos más iguales que todos.
Terrible olor a goma quemada en el tema de los biocombustibles. Apenas los presidentes de Brasil y los EE.UU. firmaron el acuerdo histórico de marzo pasado, Fidel Castro salió, naturalmente, a anunciar un Apocalipsis alimentario de la mano del imperio del Norte (e implícitamente, del subimperio de su flamante socio) al que Chávez –que aspira abiertamente a sucederlo- adhirió con típico fervor caribeño que, en la reunión de Margarita, Lula se ocupó rápidamente de encuadrar: ahora Chávez está dispuesto a comprar el sesenta por ciento del etanol que produzca Brasil. Chévere.
El inocultable fracaso de esta Cumbre de Presidentes deja en evidencia al menos dos pautas muy claras. La primera, de corto plazo, es la entrada de Lula a la cancha, a poner a Chávez en caja, a que juegue sus cartas sin seguir ignorando el peso de Brasil en la región. Washington les venía pidiendo eso a Lula, a Kirchner y Bachelet desde hace por lo menos dos años, pero ninguno aceptó el convite, al menos no gratis.
Ahora Brasil ya facturó: con el acuerdo Bush-Lula sobre biocombustibles, nuestros vecinos dan un paso más, un paso muy grande, para jugar en la primera división del mundo globalizado. Socio fundador de esta OPEP de los combustibles orgánicos y proveedor privilegiado de Estados Unidos, Brasil engancha una buena parte de su economía futura en la matriz de producción mundial de un elemento crecientemente estratégico. El peso e influencia que gana cualquier país que consiga eso ya lo hemos visto con los proveedores de gas y petróleo. Argentina también produce biocombustibles y tiene un potencial enorme, pero ni Washington ni Brasilia nos invitaron a sumarnos a la firma, vaya a saber por qué. En cuanto alguien le avise a la Cancillería, por ahí se consigue averiguar algo.
La apresurada reacción de Castro y Chávez apenas encubre el pánico por la aparición de lo que más temen: que la región finalmente vaya encontrando bolsones de oportunidad para vincularse ventajosamente con el mundo globalizado, privándolos de legiones de de desesperados seguidores sumidos en la pobreza y el resentimiento.
América Latina entera y Sudamérica en particular se encuentran divididas en dos grandes líneas. En la primera, líderes como Lula, Bachelet, Alan García (“Ay patria mía…” ¿Se acuerdan?) Tabaré o Uribe, sostienen que, a pesar de nuestras grandes diferencias con Washington, ciega y torpe respecto de nuestros intereses nacionales, sigue siendo posible negociar ventajosamente con el primer mundo y favorecer nuestro desarrollo con la vinculación a esos enormes mercados En la segunda, dirigentes como Chávez y Morales, aparecen más proclives a convocatorias setentistas a favor del socialismo y las cruzadas redentoras, cómodamente sentados sobre sus fabulosos yacimientos estratégicos de gas y petróleo. El Chávez que, al mismo tiempo, abastece de combustible al Imperio pero a nosotros nos exhorta a romper con el primer mundo, semeja llamativamente al supuesto amigo que nos impulsa a ir y trompearlo al grandote mientras él nos tiene el saco.
La segunda cosa conseguida por Brasil es que, a través de ese acuerdo, Washington lo consagra como hegemón de Sudamérica, su interlocutor privilegiado (¿Aparecerá en Brasil algún talento que acuse a Lula de relaciones carnales?) y nuestros vecinos pueden ahora, bien respaldados, montar una enorme producción regional de biocombustibles con la tecnología brasileña y las materias primas de todos nosotros, para que ellos la industrialicen y se la vendan al mundo. Bingo.
Ahora si, Lula puede dedicarse a disciplinar a Chávez. No demasiado, porque los vínculos energéticos de Venezuela con el nordeste brasileño vienen de mucho atrás y continuarán creciendo cuando ya Lula y Chávez sean un recuerdo. Pero si lo suficiente como para que Estados Unidos considere que el tema se encuentra en la senda que ellos prefieren: bajo el control de los propios sudamericanos. De la mano de su relación privilegiada con los Estados Unidos, Brasil marcha raudamente hacia el primer mundo y el control de Sudamérica.
¿La diplomacia argentina? Bien, gracias.
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Andrés Cisneros , 23/04/2007 |
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