El camionero Hugo Moyano no es precisamente un psicólogo lacaniano, pero tiene una mirada aguda y una percepción aventajada para registrar situaciones de poder. Esos atributos, probablemente, le permitieron comprender que el mismo fenómeno que en estos días facilita a los sindicatos conseguir aumentos salariales entre más altos y mucho más altos que el 15 por ciento que el gobierno quiso fijarles como techo, es el que provoca el rictus de amargura que él descubrió en el rostro de su amigo, el Presidente. Y ese fenómeno se llama debilitamiento del poder presidencial. |
Pero, ¿no ocurre acaso todo lo contrario? ¿No indican las encuestas que el doctor Kirchner y su señora esposa cuentan con níveles de simpatía pública y adhesión inéditos en la historia política argentina?
Moyano no es tampoco un estadígrafo ni se apasiona por la demoscopia: aunque se lo pueda considerar impresionista, él juzga por los datos de la realidad, esos que no necesitan demasiada investigación porque son extremadamente públicos.
Toma en cuenta, por caso, que en Santa Cruz, el terruño del Presidente, las manifestaciones de oposición al gobierno local (que no hay quien no considere una máscara transparente del propio Kirchner) crecen incesantemente en número, representatividad y combatividad; y registra, además, que el Presidente se siente acosado por esas demostraciones de desafecto (que incluyen, al parecer, a la policía provincial) hasta el punto enviar allí fuerzas de la Gendarmería nacional y plantearse dejar sine die de visitar Río Gallegos (la ciudad que gobernó como intendente, la capital desde la que ejerció como gobernador durante varios períodos y aquélla en la que fijó su domicilio y ha realizado buena parte de sus inversiones inmobiliarias). El ojo experimentado de Moyano observa también, por caso, que –cosa inédita hasta el momento- su amigo, el Presidente, puede recibir una rechifla en un acto al que asiste y hasta puede ser cuestionado allí por alguno de los oradores con los que debe compartir el escenario, como ocurrió la última semana en el acto de evocación del Holocausto realizado por la colectividad judía. Más datos: hay jueces que resisten las indicaciones de los mensajeros del poder, otros que se atreven a polemizar con el Presidente, otros más que investigan hechos de corrupción e involucran a personajes de vara alta en el oficialismo. Y, para colmo, los medios parecen tomar en serio esas investigaciones y les dedican espacio abundante.
Son muchas señales, por cierto, pero para una mirada especializada como la de Moyano, la mayor evidencia del debilitamiento oficial sería, en estos momentos, la facilidad con que el gobierno se retiró de la frontera del 15 por ciento para los aumentos salariales y hasta dejó de invocarla verbalmente o de procurar argumentos para maquillar las transgresiones. El propio Moyano consiguió para su combativo sindicato, al que suele tomarse como metro patrón de las negociaciones, un aumento que supera con creces el 20 por ciento, sumando adicionales. Los gastronómicos reclaman el 30 por ciento; los metalúrgicos, el 20 más adicionales. Ellos todavía no firmaron.
Como para compensar los desasosiegos del debilitamiento, Moyano quiso darle un alegrón a su amigo y organizó una colorida marcha de camiones y camioneros hacia la Plaza de Mayo. Junto a esas fuerzas se movilizaron otros gremios felices con los aumentos convenidos, como los de porteros de edificios de renta y los textiles, todos dispuestos a agradecerle al Presidente su bondad.
Pero, ¿es que se trató, acaso, de aumentos por decreto? ¿Fue el incremento producto de una gracia presidencial? No, claro está: en rigor, como se ha visto, el gobierno quería incrementos menores, pero se allanó a lo que los gremios obtuvieron en las negociaciones. El doctor Kirchner decidió, entonces, hacer de la necesidad, virtud. Y en la estética justicialista que Moyano quiere cultivar (recuérdese la participación de su gremio en, por ejemplo, el traslado de los restos del General Perón a San Vicente) hay un toque nostálgico, quizás improcedente pero oportuno, de agradecimiento al Jefe, que es condición sine qua non.
Así, estirando sus brazos a través de las rejas que protegen y limitan el acceso a la Casa Rosada, el Presidente pudo saludar a camioneros, albañiles y porteros y pudo, a los ojos de Moyano, sentirse reconfortado de aquellas otras amarguras que le viene deparando el año electoral. ¿No es acaso una imagen simpática y vendedora –más allá del detalle de las rejas- la de un Presidente que se codea con compatriotas trabajadores y se alegra por el bienestar que promete el aumento de salarios?
Es posible que el jefe de los camioneros y sus colegas del movimiento obrero lleguen a la conclusión de que, así como van pintando las cosas, el Presidente necesitará paulatinamente de más y más apoyo gremial, pues la propia Casa Rosada detecta que su vínculo con la opinión pública se va debilitando, ya no es lo que supo ser meses atrás. Si bien se mira, el deslizamiento hacia espacios reticentes u opositores de figuras y corrientes que hasta hace poco giraban en la órbita kirchnerista (desde Roberto Lavagna hasta Jorge Telerman) parece un indicador de esos cambios en marcha.
Los prejuicios o la falta de reflejos del oficialismo agravan ese fenómeno. Véase, si no, lo que ocurre con la tendencia al ausentismo presidencial en circunstancias importantes. Los trágicos acontecimientos ocurridos en una universidad de Virginia, donde un joven alucinado baleó a decenas de condiscípulos y docentes, dieron ocasión de ver la rápida reacción del presidente de Estados Unidos, que de inmediato se hizo presente en el lugar del hecho y ofreció un mensaje de compasión y comprensión, expresión del sentimiento colectivo de los norteamericanos. Más allá de las simpatías o antipatías políticas que Bush genere en sus compatriotas, es difícil pensar en un ciudadano de Estados Unidos que no se haya sentido interpretado por esa presencia y ese mensaje.
A contrario sensu, resulta ardua de explicar la ausencia del doctor Kirchner (o de gestos rotundos que la reemplacen) ante hechos de tanta envergadura como, en sus momentos, la tragedia de Cromagnon o los homenajes al aniversario de la recuperación de Malvinas en Ushuaia y, en estos días, sin ir más lejos, en la recepción al rompehielos Almirante Irízar y a su capitán, Guillermo Tarapow, después de las vicisitudes experimentadas por el barco y su tripulación y de la heroica actitud del marino, que decidió no abandonar su nave gravemente averiada e incendiada. ¿No merecía la presencia de la máxima autoridad (o, al menos, de un enviado especial: el vicepresidente, la ministra de Defensa o hasta la primera dama) el retorno a puerto de un barco importantísimo para la presencia nacional en la Antártida; de un barco puesto en riesgo porque no hubo fondos para su mantenimiento adecuado (y ni siquiera fueron provistos empleando los poderes especiales que el Legislativo le concedió al Ejecutivo); de un capitán que exhibió un comportamiento ejemplar? ¿Hubo algún estratega oficialista que alertó contra la posibilidad de que el gobierno apareciera "yendo al pie" de un hecho con protagonismo militar?
Sea cual sea la explicación, el hecho desnudo es que la falta de reflejos ante estas situaciones se transforma en reveses para el gobierno en el seno de la opinión pública. En debilitamiento presidencial.
Moyano, por sus propias razones, agradecido.
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Jorge Raventos , 23/04/2007 |
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