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El virus de la ingobernabilidad. |
Reapareció en público el presidente Kirchner.
Su retorno a los atriles, de los que estuvo alejado una semana larga como producto de la rebeldía de los docentes y los estatales de la
provincia de Santa Cruz, se produjo cuando el epicentro de las protestas se mudó a otra provincia de la Patagonia y allí -en Neuquén- la desgracia se cobró una muerte injustificada, tras lo cual el gobernador Jorge Sobisch pasó a ser el blanco principal de los cuestionamientos. |
Así, una crisis que puede remontarse a la decisión
del oficialismo nacional de ofrecerle a su candidato porteño, el
ministro de Educación, el anuncio alectoralista de un aumento general
a los docentes, produce en este tramo de su desarrollo el paradójico
efecto de eclipsar la cuestionada ausencia presidencial del acto por
Malvinas en Ushuaia, desestabilizar a un gobernador crítico y
devolverle al doctor Kirchner las ganas de hablar en público.
Sucede que, tras el malhadado incidente de Neuquén que terminó con la
vida de un docente, parecía posible convertir al gobernador Jorge
Sobisch en pararrayos de un disgusto muy amplio, en alguien sobre
quien cargar culpas y a quien además utilizar, por contraposición,
como justificativo de la inacción del gobierno nacional en la tarea de
hacer cumplir las leyes.
Hay que reconocer que el gobernador neuquino no buscó resguardo ni se
apartó a lejanías antárticas frente a la muerte del profesor Carlos
Fuentealba: asumió la responsabilidad política y aseguró la
colaboración oficial para que la Justicia actúe con celeridad y
firmeza. En 48 horas el funcionario policial que disparó el cartucho
de gas lacrimógeno que liquidó a Fuentealba estaba identificado,
detenido y procesado. No puede observarse idéntica rapidez en la
provincia del Presidente, donde un año atrás, en el curso de una
pueblada ocurrida en la localidad de Las Heras, fue asesinado el
funcionario policial Jorge Sayago sin que hasta el momento la Justicia
haya avanzado en la identificación del o los autores (y sin que el
hecho y la falta de consecuencias hayan ocasionado mayores reacciones
o discursos oficiales).
La muerte del profesor Fuentalba ha promovido un debate sesgado en el
que a menudo se confunde la condena al crimen con la condena a la idea
misma de que el Estado deba hacer respetar la ley. Que un agente
policial haya actuado criminalmente durante la misión de custodiar el
orden legal, ordenada por la autoridad legítima, ¿debe acaso tener
como consecuencia que esa misión se abandone? Por el hecho de que,
defendiendo la propiedad o la seguridad ciudadana, un policía cometa
un exceso o provoque una muerte inocente, ¿habrá que sancionar al
responsable de ese hecho o tomar la decisión de que los cuerpos de
seguridad se retiren de la calle, de las esquinas, de las
instituciones bancarias para evitar el riesgo de que la situación
vuelva a producirse?
En las entrelíneas de la feroz ofensiva contra el gobernador neuquino,
a la que el propio Presidente se ha sumado, parece leerse la idea de
que la sociedad debe replegar o inhibir los atributos de autodefensa
que la Constitución establece. De hecho, esto ha venido ocurriendo en
el pasado reciente y es uno de los factores determinantes de la crisis
de seguridad que vive el país y padecen los ciudadanos, tanto frente
al delito desbocado como ante la protesta salvaje, que suele tomar
como rehenes a terceros inocentes a los que se les expropia el derecho
de tránsito o el derecho a recibir servicios esenciales, así sea en
muchos casos con reclamos justificados.
Una política que renuncia paulatinamente al monopolio estatal de la
fuerza– y mucho más si se la practica en paralelo con una prédica
confrontacionista- siembra elementos de ingobernabilidad. Y este es un
virus que, como otros, no se detiene ante fronteras políticas o
comarcales.
De hecho, las circunstancias de Neuquén sólo eclipsaron a las
protestas de Santa Cruz en el terreno de los medios de comunicación
(pero los santacruceños ya están acostumbrados a que sus reclamos
queden asordinados); en la realidad, , la movilización neuquina y el
respaldo que parece haber obtenido en la opinión pública tras la
muerte del profesor ha estimulado a estatales y docentes de Santa
Cruz: las medidas de lucha llegaron esta semana nada menos que a la
toma de la Legislatura provincial. Y amenazan avanzar la semana
próxima hacia una huelga de 96 horas.
Tanto en Neuquén como en Santa Cruz la conducción gremial de los
docentes es opuesta a las autoridades nacionales del gremio. En ambas
provincias, bendecidas por la abundancia de petróleo, la puja por una
distribución más generosa de la renta da espacio a liderazgos
sindicales más combativos y a veces otorga inclusive una discreta
presencia política a sectores de izquierda que carecen de
representatividad a nivel nacional.
El retorno de Kirchner al escenario se le hacía imprescindible al
oficialismo. El presidente odia encontrarse a la defensiva: si el
asedio de los santacruceños y la movilización de los docentes de su
provincia a Ushuaia lo habían obligado a mantenerse amurallado en
Calafate, en la otra sede de su poder, la Capital Federal, sufría casi
simultáneamente otro repliegue. Jorge Telerman, el jefe de gobierno
que proclama su amor no correspondido por el presidente, concluyó el
pacto que lo vincula al ARI de Elisa Carrió y a Unión por Todos, de
Patricia Bullrich. Sumados, esos retrocesos ofrecen una imagen del
gobierno que va a contramano de lo que el Presidente necesita: el ha
mantenido hasta aquí cierto orden y disciplina en sus filas porque se
lo imagina fuerte. Su estilo agresivo ("crispado", dicen algunos) es
funcional con esa necesidad de exhibir poder y capacidad de castigo,
una exhibición útil tanto hacia fuera del gobierno como hacia el
interior de las fuerzas que le obedecen.
Sensible al poder y a sus deslizamientos, el doctor Kirchner registra
otras señales del descontrol que amenaza sus posibilidades: hasta las
conducciones gremiales mejor predispuestas están empujando, por
ejemplo, para lograr aumentos mayores que los que él ha declarado
razonables. Aunque todas las partes traten de disimularlo, la mayoría
de los convenios firmados o a punto de cerrarse superan con distintos
subterfugios el 15 por ciento que el gobierno quería como límite.
Y los jueces, a los que advierte de su capacidad de retaliación desde
la mayoría oficialista del Consejo de la Magistratura, no parecen
arredrarse: la investigación sobre coimas centrada en los pagos
ilegales de la empresa sueca Skanska avanza peligrosamente.
En lo estrictamente político, la manifiesta expresión de autonomía de
Telerman condena al candidato oficialista porteño, el profesor Filmus,
a un casi ineludible tercer puesto. Para Kirchner esa es una manera
odiosa e indeseable de iniciar la etapa más significativa del proceso
electoral que culmina en las presidenciales de octubre. El no ignora
el efecto imitación que ejerce el distrito federal sobre la mayoría de
las ciudades grandes y medianas del país.
Volver al atril era imprescindible, parece.
Y la semana próxima Hugo Chávez dispondrá para él de un nuevo atril en Caracas.
¿Será el atril el mejor remedio para la ingobernabilidad?
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Jorge Raventos , 16/04/2007 |
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