Dos años atrás, el oficialismo sufrió en la ciudad de Buenos Aires una derrota inapelable: el hasta entonces canciller Rafael Bielsa lideró en esa oportunidad la lista bendecida por la Casa Rosada, que llegó en tercer lugar, detrás del PRO de Mauricio Macri y Ricardo López Murphy, y del ARI de Elisa Carrió. En vísperas de aquella elección, desde un despacho de la casa de gobierno se urdió una denuncia calumniosa (rechazada semanas más tarde por la Justicia) contra Enrique Olivera, cabeza de la lista del ARI, con la ilusión de afectar las posibilidades de esa agrupación y permitirle a la nómina kirchnerista salvar las papas con, al menos, un segundo puesto. La maniobra no funcionó. |
Es muy probable que en los comicios porteños de junio del 2007 el oficialismo consiga emular aquella performance de 2005. La opinión pública de las ciudades más importantes, más allá de los números de las encuestas, que siempre parecen sonreirle al Presidente, parece disgustada con la gestión oficial. El candidato elegido esta vez para defender los colores kirchneristas –otro ministro, como dos años atrás- no cuenta tampoco con una personalidad especialmente carismática, capaz de hacer olvidar aquel disgusto. El profesor Filmus no mueve el amperímetro.
Justamente para darle un poco de oxígeno a esa anémica postulación, el gobierno nacional le ofreció al candidato la oportunidad de formular un anunció dadivoso: se otorgaría un interesante aumento a los docentes de todo el país. Sucede, sin embargo, que el ministerio que ocupa Filmus apenas administra un puñadito de las escuelas del país; la inmensa mayoría de los establecimientos son administrados y costeados por cada provincia de la Argentina. Son ellas las que pagan los salarios docentes. Y no fueron ni consultadas ni avisadas del anuncio disparado por el candidato kirchnerista porteño en su rol de ministro.
Allí comenzó a forjarse un alud de consecuencias, que van desde la renuncia del ministro de Hacienda de la provincia de Buenos Aires (quien, víctima de la doble presión de las huelgas docentes en su distrito y de la decisión del gobierno nacional de ser dadivoso con el dinero de otros, prefirió irse antes que avalar un incremento de 1.600 millones en el déficit bonaerense) hasta los movimientos de fuerza del gremio en varios distritos, particularmente vigorosos en Santa Cruz, Neuquén y Salta. Esa es la matriz de acontecimientos dramáticos y patéticos, como la violenta muerte de un profesor en la provincia de Neuquén y la voluntaria ausencia del presidente de la Nación del acto con el que, el lunes 2 de abril, se conmemoraba el inicio de la guerra de Malvinas.
Se ha generalizado la idea de que el presidente Néstor Kirchner es un hombre que cuenta con un poder tan inmenso que lo pone en situación de cumplir con cada uno de sus objetivos, por caprichosos que ellos sean, y de remover sin vacilaciones todo obstáculo y resistencia que se le oponga. Crédulos hasta el límite de la candidez, muchos empresarios, políticos y gremialistas compraron esa imagen y suelen optaron por el silencio disciplinado frente a cualquier insinuación de la Casa Rosada.
Ocurre, sin embargo, que la lista de objetivos que el Presidente no pudo o no puede cumplir se hace cada día más extensa y significativa. Por caso, no pudo en su momento salvar a uno de sus principales aliados, Aníbal Ibarra, del juicio político y el cese de sus funciones como Jefe de Gobierno porteño. Tampoco pudo contener disciplinadamente al sucesor de Ibarra, Jorge Telerman, que fijó fecha de comicios locales a contramano de los deseos presidenciales y hoy trama una alianza opositora con Elisa Carrió y Patricia Bullrich. Por cierto, no pudo hacer ganar el derecho a la reelección indefinida a su protegido misionero, el gobernador Carlos Rovira. Tampoco consiguió que las investigaciones oficiales pueden hasta hoy dar noticia de la suerte de Julio López, "el primer desaparecido de la democracia", como lo denominó el gobernador Felipe Solá. Ni que la Justicia de Santa Cruz esclareciera el asesinato del policía Sayago en el pueblo de Las Heras. La nómina de impotencias de un presidente que ha sido adornado por el Congreso con poderes extraordinarios es extensa. Y se agrandó muy ilustrativamente esta semana con su notable ausencia del acto de Ushuaia.
Después de deshojar la margarita durante varias jornadas entre el asiste y el no asiste, el sábado 31 de marzo la presencia presidencial había sido ratificada por varias fuentes oficiales, una de ellas nada menos que la ministra de Defensa, Nilda Garré. Pero Kirchner no asistió. No pudo. No se atrevió a hacerlo porque no quería afrontar la protesta de trabajadores docentes y estatales fueguinos y santacruceños que reclaman incrementos salariales y denuncian al Estado por negrear el trabajo y las remuneraciones.
El dilema que el Presidente trata de zanjar apelando a actitudes rígidas o a declaraciones altisonantes reside en que tiene que mostrar la hilacha de su debilidad evitando un acto de la significación simbólica del de Malvinas (más aún: entregándole el escenario a Daniel Scioli) o refugiándose en el Calafate para evitar Río Gallegos y las fotos de su residencia rodeada y protegida por los gendarmes que fletó allí el ministro de Interior, justo cuando necesita cada vez más apuntalar su imagen de gran poder, que le sirvió durante meses para disciplinar al sistema político y a lo que él define despectivamente como "las corporaciones". Con varias de ellas – la Justicia, por caso- lidia en estos últimos meses de su mandato.
Pero la rigidez y la oratoria irritada no son sinónimo de fuerza; más bien lo son de lo contrario.
La crispación de los discursos y la tolerancia con el desorden y el uso de la fuerza terminan alimentando insensiblemente una atmósfera tensa, propensa a los desbordes. La muerte violenta del docente de Neuquén fue esta semana sólo uno de los emergentes de ese clima. Casi paralelamente, en la Capital Federal se desarrollaban varias batallas campales. Una, en Puerto Madero, donde sectores del ambientalismo de Gualeguaychú se enfrentaban con efectivos de la policía federal y de la Prefectura. Otras, frente a las casas de la provincia de Salta y de la provincia de Neuquén y ante un local proselitista del gobernador neuquino Jorge sobisch, que terminó en llamas.
Desde el gobierno nacional –abochornado por la ausencia presidencial en el acto de Malvinas y desconcertado por la extensa permanencia de Kirchner en Calafate- se desplegaron intentos mediáticos por borrar este episodio y eclipsar las movilizaciones docentes que se desarrollan en Santa Cruz, apuntando todas las baterías hacia Neuquén y hacia Jorge Sobisch. En cualquier caso, los perjuicios políticos que los hechos de violencia provocarán a Sobisch no evitarán al gobierno nacional pagar costos por la nueva oleada de desorden, agitación, acción directa y uso de la fuerza que se observa en el país así como por la clamorosa ausencia presidencial en el acto por Malvinas y los ex combatientes.
El poder, cuando existe, habla por sí mismo; las palabras no compensan la impotencia ni la disfrazan por demasiado tiempo. |
Jorge Raventos , 04/09/2007 |
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