Después de algunas semanas de auténtico escándalo institucional y parálisis gubernativa de una provincia argentina, su gobernador fue suspendido (y probablemente se lo destituya más temprano que tarde). El tema no es una minucia y se podía conjeturar que el Presidente de la República, hombre dado a la prosa "de atril", algo tendría para decir sobre el particular. |
En especial porque algunos de sus habituales voceros –el ministro de Interior, el Jefe de Gabinete- venían de proclamar la posibilidad de que se ensayara el remedio federal, es decir, la intervención (hasta se arriesgó que sería a los tres poderes) de La Rioja, señal de la gravedad que atribuían a la crisis y también de que en la Casa Rosada se apostaba a evitar el desplazamiento precipitado de Angel Maza, un mandatario de origen menemista que había entregado mucho más que una libra de carne para ostentar su cambio de casaca y demostrar fidelidad a Kirchner.
Que el Presidente guarde silencio sobre algún asunto muy notorio, de esos que ocupan titulares en los diarios y bloques de noticias en la tevé, es habitualmente un síntoma inequívoco de que ha sufrido un revés y pretende disimularlo; así sucedió cuando cayó su aliado Aníbal Ibarra por obra de un juicio político o cuando el gobernador misionero Carlos Rovira –otro adelantado de su ejército, por el que se había jugado- fue apabullado en un plebiscito que le cerró el camino a la reelección permanente. La caída de Maza es uno de ingredientes del malestar de Kirchner, pero no el único. También pesa el hecho de que no pudo atender la plegaria de intervención que salvaría a su hombre en La Rioja porque descubrió que no estaba en condiciones de garantizar que una propuesta intervencionista pasara con éxito por el Congreso. Como la zorra de la fábula, tuvo que resignarse a pensar que las uvas estaban verdes y alentar la idea de que había descartado la intervención… ¡por su adhesión al federalismo! Justo él, que ha ensanchado como nadie la brecha entre los recursos monopolizados por la caja central y los que les corresponden a las provincias.
Hubo, además, una tercera amargura: el flamante gobernador en ejercicio de La Rioja, Luis Beder Herrera, debilitado (pese a ganarla) por la batalla de intrigas con Maza que le valió el mote de Rasputín de los Llanos, tuvo que prometer un adelantamiento electoral (dijo que habrá comicios para gobernador en un plazo de 120 días), con lo que se agranda el lote de provincias cuyas elecciones locales no coincidirán con la nacional de octubre, en la que se vota al próximo Presidente. Ya se ha dicho que Kirchner sabe que ese divorcio de fechas disminuye en los aparatos partidarios las ganas de jugar fuerte en octubre, pues para entonces ya habrá quedado atrás la competencia que más les interesa: la del poder lugareño.
Así, se comprende que Kirchner haya obviado todo comentario sobre La Rioja (como si la provincia se hubiera evaporado) y haya ignorado inclusive las disciplinadas reverencias de Beder Herrera, dispuesto a superar vertiginosamente a Maza y a quien cuadre en la carrera por obedecer al Presidente en lo que él guste mandar ("Saludo uno, saludos dos", expresó el gobernador en tono inoportunamente castrense, para ilustrar su vocación de servicio). El Presidente es conciente de que los resultados de la crisis riojana son un signo de su debilidad. Y teme que esos signos se ensanchen en el futuro cercano.
En rigor, cada derrota anterior le ha deparado contrastes mayores. El apartamiento de Ibarra elevó a la jefatura de gobierno porteña a un Jorge Telerman que la Casa Rosada no termina de comprender y que se resiste a recibir órdenes, aunque jure amor a Kirchner en todas sus declaraciones.
La derrota de Rovira le dio alas a uno de los líderes visibles de la oposición, el misionero Ramón Puerta, que trabaja para armar una coalición amplia que enfrente al Presidente o a su esposa en las urnas de octubre. Más pesado aún: el susto derivado de la caída electoral de Rovira impulsó a Kirchner a forzar a dos gobernadores de su palo (Felipe Solá y Eduardo Fellner) a renunciar a sus ansias reeleccionistas. Todavía no sabe cómo jugará en Jujuy, pero en la provincia de Buenos Aires no le quedó más remedio que sacar del armario a Daniel Scioli para asegurarse un triunfo en el distrito donde se juegan más votos. Pero muchos kirchneristas del riñón se preguntan en la intimidad si un triunfo de Scioli en los comicios bonaerenses puede ser contabilizado como un triunfo de Kirchner.
La caída de Maza y la evidencia de que la Casa Rosada no supo, no quiso o no pudo sostenerlo es un mal mensaje para las autoridades provinciales que confían en el poder de Kirchner. El gobernador tucumano José Jorge Alperovich, un hombre muy próximo a la Casa Rosada, por ejemplo, ¿no debe poner las barbas en remojo ante la posibilidad de que sus divulgadas divergencias con el vicegobernador (Fernando Arturo Juri) asciendan del plano político al institucional? Juri en Tucumán, como Beder Herrera en La Rioja, ha sabido construir un notable poder en el Legislativo. Con ese instrumento le alcanzó a Beder (un político de buena muñeca, pero ayuno de votos) para desbancarlo a Maza. ¿Se repetirá la historia?
En prudente silencio frente a los asuntos que lo incomodan, el gobierno trata de hablar, en cambio, de los asuntos en los que cree moverse con ventaja. Las estadísticas, desde que el secretario Guillermo Moreno sentó sus reales en el INDEC, le proveen argumentos para los discursos. El gobierno hace uso de los números y trata de imponer temas en los medios. El nivel alcanzado por la inversión ("el más alto en 26 años") ha sido uno de esos temas. Cuando se baja de los títulos a la información detallada se descubren, sin embargo, las marcas de los naipes. Por caso: la notable desaceleración de la inversión en el último trimestre de 2006, con un ascenso de apenas la mitad que igual período del año anterior. Pero, además, el contenido de la inversión registrada: las dos terceras partes de ella se debe a la construcción, un rubro que impacta en la ocupación pero no incorpora mejora permanente en el aparato productivo. En cuanto al tercio restante, la mayor parte de esa presunta inversión se basa en la compra de teléfonos celulares. Así y todo, aún la cifra desnuda, esa inversión del 21, 7 por ciento, debe ser escrutada atendiendo a juicios como el del respetado economista Ricardo Arriazu, para quien, para sostener un crecimiento del 5 por ciento, la inversión debería llegar al 25 por ciento.
En cualquier caso, el esfuerzo del gobierno por buscar respaldo argumental en la economía revela, por la inversa, que siente la política como su debilidad: en ese terreno los hilos se le enredan y escapan demasiado a menudo de su control. Si hasta en Santa Cruz se vuelve necesario alambrar el descanso presidencial para protegerlo de manifestaciones de miles de trabajadores estatales y docentes descontentos con el gobierno local, una hechura directa del poder nacional. La política es el talón de Aquiles.
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Jorge Raventos , 19/03/2007 |
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