Éramos pocos y vienen Chávez y Bush

 


Las visitas simultáneas de Bush y Chávez a la región desnudan la orfandad de nuestras relaciones exteriores. El drama de América Latina consiste en que el mundo desarrollado no nos tiene en su agenda. Lo proveemos de materias primas y nos venden productos y servicios, pero sin que medie una relación estratégica. Como la que siempre ligó a EE.UU. con Europa Occidental y posteriormente con Japón y algunos aledaños.
No producimos nada que les resulte imprescindible, no nos encontramos en ningún lugar decisivo del mapa, no poseemos nada que necesiten desesperadamente ni les preocupa nada que pudiéramos hacerles. No nos necesitan demasiado y nos temen muy poco. Conque cooperemos razonablemente contra el terrorismo y el narcotráfico y mantengamos estas democracias de baja intensidad, se dan por conformes. No nos van a pedir mucho más y, peor, no van a abrir sus mercados ni ofrecernos un ingreso a la cancha para jugar el partido mayor del desarrollo y la integración en el centro mismo del mundo globalizado.

Ante tal situación, en América del Sur se verifican dos tipos de reacciones: la ira y la astucia.

Chávez y el neopopulismo de seudo izquierda en Bolivia, Ecuador y Argentina privilegian la descarga emotiva, antimperialista, sedicentemente principista que apela al resentimiento para captar votos en la política interna. Lula, Bachelet, Uribe, Tabaré y Alan García provienen de partidos o facciones mucho más radicalizadas que aquellos, pero no caen en la tentación de la catarsis escatológica.

No pierden la paciencia, continúan discutiendo con los poderosos y, mientras tanto, generan espacios de cooperación y crecimiento con China, India, Rusia, Japón y los emergentes del Asia. Y obtienen beneficios.

Chile no para de exportar y penetrar más mercados que los que hayan conseguido jamás los cinco miembros del Mercosur, sumados. Uruguay ocupa los espacios de exportación de carnes que nosotros renunciamos y consigue inversiones en pasteras que duplican la producción argentina. Los veinte mil millones de Beijing nunca vendrán a la Argentina: ya se están invirtiendo poco a poco en Brasil. El batigasoducto bolivariano todavía no ha salido de la retórica y, por las dudas, Brasilia ya concertó con Washington la operación de biocombustibles más grande del planeta: ya nadie duda que Estados Unidos y Europa escuchan lo que tenga que decir Brasil, no Argentina.

La apelación emocional es clave en la acción política y los gobernantes tienen derecho a beneficiarse electoralmente a través de sus éxitos en las relaciones con el mundo. Pero cuando se toma por el atajo y la explotación de las emociones de facción directamente reemplaza al interés nacional del conjunto, lo que pasamos a tener no es una política exterior sino una asamblea de la FUBA.

El viaje de Bush es tan patético como el de Chávez, a quien se parece en muchos más aspectos que los que suele creerse. Acosado por una opinión pública que tiende a despreciarlo, dentro y fuera de los EE.UU., intenta remedar a la Alianza Para el Progreso con un conjunto de dádivas y pequeñas concesiones que moverían a risa de no tratarse de algo tan serio. Todo, procurando encubrir lo que ya nadie ignora: las puertas importantes de ese mundo continúan clausuradas para nosotros.

Solo una torpeza equivalente, una enorme ignorancia sobre las relaciones internacionales, podría hacernos pensar que las puertas que nos abre Chávez pueden reemplazar a las que nos cierra Bush.

Políticos como Chávez y Bush no difieren tanto entre sí como cada uno de ellos lo hace respecto del interés nacional argentino. Hay que despegarse de los dos, no tomar partido por alguno.
Andrés Cisneros , 13/03/2007

 

 

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