Poder institucional y poder político.

 

Debilitado en su legitimidad social y aislado internacionalmente, el sistema político argentino no posee las herramientas necesarias para influir seriamente en el rumbo de los acontecimientos.
Una confusión conceptual muy extendida actualmente en la Argentina y en el exterior en relación a la situación del país es la tendencia a identificar mecánicamente poder institucional con poder político. Esa equiparación, propia de épocas de normalidad, prescinde de la constatación de dos hechos absolutamente centrales: la honda crisis de representatividad social que aqueja hoy al sistema político argentino en su conjunto, y debilita consiguientemente al poder institucional, y el notorio estado de aislamiento internacional en que se encuentra la Argentina.

No hace falta ningún ensayo sociológico para entender que, sacudido por piquetes y cacerolazos, el actual sistema político argentino sufre un cuestionamiento generalizado, e incluso violento, por parte de la sociedad. Tampoco es necesario afinar demasiado el análisis para percibir que no cuenta con un respaldo externo verdaderamente significativo.

Como consecuencia de ambos fenómenos, el poder institucional está desconectado hacia adentro y hacia afuera. Debilitado en su legitimidad social y aislado internacionalmente, no posee entonces las herramientas necesarias como para influir seriamente en el rumbo de los acontecimientos. Esa misma debilidad lo torna crecientemente irrelevante en relación a la vida social. Y, a modo de círculo vicioso, esa irrelevancia incrementa a la vez el cuestionamiento a su legitimidad. Más que por corrupto, se lo condena por inservible.

El actual gobierno detenta por supuesto un poder institucional muy superior al de la administración de la Alianza. Su acuerdo político con el radicalismo y los restos del Frepaso le asegura una mayoría parlamentaria. Por convicción o por necesidad, cuenta asimismo con el acompañamiento de los gobernadores y no tiene obstáculos en la Corte Suprema de Justicia.

Sin embargo, pese a ese enorme respaldo institucional, muy superior al que gozara Fernando De la Rúa durante su efímero mandato constitucional, las circunstancias indican que el gobierno carece todavía del poder político suficiente. Mandar es fácil, el problema es ser obedecido. El poder político no es el resultado de una suma aritmética. Es la capacidad efectiva para adoptar las decisiones drásticas, incluso extremas, que exigen las situaciones de crisis.

El mundo de hoy está configurado por un tramado de redes. Y el poder político no es una abstracción histórica. Es parte de este mundo globalizado. Como tal, ha cambiado de naturaleza. En las nuevas condiciones, el poder político pasa a constituirse en un fenómeno de carácter básicamente asociativo. Construir poder político significa articular un sistema de alianzas, tanto internas como externas, que posibiliten ganar capacidad de decisión.


Una entente bipartidaria estrictamente bonaerense

El actual sistema de poder está articulado en un sentido inverso a esa necesidad imperiosa. En el orden interno, su origen reside en el acuerdo entre las dos grandes maquinarias partidarias de la provincia de Buenos Aires: la poderosa estructura política del peronismo bonaerense y el aparato de la Unión Cívica Radical, lideradas por Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín.

Pero esta característica distintiva de la base estructural del actual sistema de poder político le impone una doble limitación, interna y externa, que es producto de su propia naturaleza y no de la voluntad política de sus artífices.

En el orden interno, ese sistema de poder está particularmente afectado por el creciente cuestionamiento social a los grandes aparatos político-partidarios. Al mismo tiempo, esa condición estrictamente bonaerense provoca una irremediable distancia político-cultural con el resto del país, tanto con las demás provincias como con misma la ciudad de Buenos Aires. La conjunción de ambos elementos es una tendencia hacia el aislamiento interno.

En el orden externo, esa entente bipartidaria tiene como común denominador una visión ideológica compartida que tiende a confundir al fenómeno de la globalización, entendida como hecho estructural de la época, con la ideología de la globalización, esto es con el neoliberalismo. Esa confusión genera una tendencia hacia el aislamiento internacional.


El verdadero desafío: una revolución política y la reinserción internacional

Desde esta perspectiva, la construcción del poder político suficiente como para afrontar la crisis, concebida como la recreación de un nuevo sistemas de alianzas internas y externas, requiere un cambio de rumbo, a través de la realización de un doble movimiento estratégico, hacia adentro y hacia afuera.

Hacia adentro, el desafío es una revolución política que instrumente una profunda reforma institucional, orientada hacia la profundización de la democracia. El eje de esa transformación institucional es una refundación del Estado, fundada en una vasta descentralización política, que incentive el protagonismo de la sociedad civil, expresado hoy en forma espontánea y casi anárquica en las calles de la mayoría de las ciudades argentinas.

Avanzar en esa dirección implica concretar la transferencia de responsabilidades y de recursos desde el Estado Nacional hacia las provincias, hacia los municipios y, fundamentalmente, hacia las propias organizaciones sociales, que canalizan las formidables energías creadoras de nuestro pueblo.

El principio básico de esta reformulación integral del sistema de instituciones públicas argentinas, que demanda una amplia reforma constitucional, es llevar siempre lo más cerca posible de la base el poder de decisión sobre los asuntos concernientes a cada actor social y a cada comunidad local. Sólo así podrá lograrse una relegitimación del sistema político.

Hacia afuera, el camino insoslayable es la profundización de la reinserción internacional de la Argentina, iniciada en la década del 90, a partir de una lúcida comprensión del nuevo escenario mundial del siglo XXI.

Ese esfuerzo tiene que orientarse en función de tres prioridades estratégicas, que en orden de importancia son:

* La recreación de la alianza estratégica con los Estados Unidos.

* La reformulación política del MerCoSur.

* El fortalecimiento de los vínculos con los países de la Unión Europea más vinculados económica y culturalmente con la Argentina, en particular España e Italia.

La reforma institucional y la reinserción internacional del país constituyen las dos claves principales para encarar la indispensable reconstrucción del poder político. Son también las bases estructurales para la creación de una Argentina integrada hacia adentro y proyectada hacia afuera, única alternativa viable para realizar su destino como Nación.
Pascual Albanese , 28/01/2002

 

 

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