Aunque hace tiempo que los publicistas postulan (y tienen sus motivos) que una imagen vale por mil palabras, en el mundo de la política, es decir, de la relación entre las autoridades y los ciudadanos, la palabra es un instrumento fundamental, irreemplazable. Es el instrumento de transmisión de las convicciones, las propuestas y los compromisos. Un hombre que sabía de estas cosas –Juan Perón- afirmaba que "mejor que decir es hacer", pero no ignoraba por ello que el decir es una manifestación del hacer, razón por la cual estuvo lejos de ser un gestor mudo: su obra escrita (y transcripta) llena varios volúmenes y muchísimas de las cosas que dijo mantienen su vigencia y su penetración en la sociedad. |
Por ejemplo, la misma frase que hemos citado; o aquella otra: "la única verdad es la realidad", que algunos se empeñan en desvirtuar con manipulaciones.
Lo cierto es que lo peor que le puede ocurrir a un gobernante, a una autoridad, a una institución es que el contenido de sus decires se vuelva sospechoso. Si bien se mira, cuando el presidente Kirchner, a principios de su mandato, les aconsejó en Madrid a altos empresarios españoles que no prestaran atención a lo que él decía en sus discursos sino a sus actos de gobierno, incurrió en una devaluación de su propia palabra. Es decir, de la palabra del presidente de Argentina. "Fíjense en lo que hago, no en lo que digo", implicaba una advertencia: "No crean en lo que digo".
Con el manotazo que esta última semana el Ejecutivo concretó finalmente sobre uno de las organizaciones técnicas más profesionales del Estado –el Instituto Nacional de Estadística y Censos- el gobierno tiende a obtener el mismo resultado que Kirchner aconsejaba a los españoles. A partir de ahora todos pondrán el ojo en el hecho cometido y, al mismo tiempo, la palabra del INDEC perderá credibilidad. Porque lo que ha ocurrido, sin duda, responde al intento de manipular arbitrariamente los índices que deben reflejar la realidad, para reemplazarlos por otros que transmitan las conveniencias, los deseos o los mensajes propagandísticos que se le antojen al poder político. Mostrar un paisaje idílico, de precios quietos, desocupación de un dígito y con miles de inquilinos accediendo a los prometidos créditos que les permitirán convertirse en felices propietarios sería magnífico si el cuadro respondiera a la realidad (es decir, a la verdad). Hay algunos dispuestos a exhibir esa pintura a toda costa, porque piensan que así obtendrán réditos políticos. Ocurre, sin embargo, que en la Argentina quedan pocos que se chupen el dedo: la gente examina escrupulosamente la palabra oficial y hace rato que aprendió a distinguir la verdad de la mentira.
En cualquier caso, la manipulación de los índices no sólo no es inocente en términos políticos: también es culpable de consecuencias dañinas para terceros en el terreno económico. Tergiversar los datos de la inflación es algo similar a truchar la balanza en un comercio. Hay bonos de la deuda que fueron negociados con una actualización que se rige por el índice inflacionario del país: mostrar un índice menor que el verdadero es una falsificación que genera réditos al autor del dolo y que, muy probablemente, será denunciada por la víctima de la maniobra. Las negociaciones salariales toman muy principalmente en cuenta el índice inflacionario: los representantes de los trabajadores aspiran, como mínimo, a compensar la pérdida de poder adquisitivo. Pasarle el bisturí al índice para que dé más bajo que lo que indica la realidad supone quitar un argumento de peso a los gremios en la discusión paritaria y, en definitiva, perjudicar a los asalariados. Una vez más se cumple el "epigrama español" de Kirchner: la distancia entre las palabras y los hechos.
Jugar con las palabras es tarea de poetas, pero mal negocio para los políticos. Cuando en la última semana trascendió por ejemplo que, de acuerdo a los fiscales que investigan el caso, el presunto secuestro del militante kirchnerista Luis Gerez bien podría haberse tratado de un autosecuestro (o de una maniobra realizada por amigos, con fines políticos), fue imposible no evocar el momento en el que el presidente Kirchner se presentó ante las cámaras de TV, guapeando, exigiendo a los secuestradores que lo dejaran en libertad, e insinuando que los responsables eran militares o cómplices del procesismo. Ahora se sabe que, cuando el presidente hablaba, Gerez ya había sido liberado. Y se conjetura que el Presidente habló porque ya lo sabía. Tal vez por esa combinación de circunstancias es que el gobernador bonaerense Felipe Solá acaba de afirmar que, en este asunto, "cuando la gente lee los diarios no cree nada". Es que la confianza se pierde muy fácilmente cuando se insiste en jugar con las palabras en cambio de ser personas de palabra, es decir, personas de una pieza que hacen lo que dicen y dicen lo que hacen.
El caso Gerez y el golpe sobre la credibilidad estadística del país son dos manifestaciones de una tendencia que ha tenido otros ejemplos (el "cuento chino", por citar uno célebre) y que, detectada por la sociedad, puede provocarle daños serios a las chances políticas del oficialismo en un año electoral.
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Jorge Raventos , 02/05/2007 |
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