Salir del corralito.

 

Sin la plena disponibilidad de los ahorros, la única alternativa es la hiperrecesión. Hay que reestructurar el sistema financiero. Y restablecer la estabilidad monetaria, cuya única opción hoy es la dolarización.
Las crecientes movilizaciones callejeras, que se registran ya no sólo en la ciudad de Buenos Aires sino en los más distantes puntos del interior del país, en un escenario peligrosamente próximo a un estado de desobediencia civil generalizada, revelan que la sociedad argentina demanda terminar ya mismo con el corralito financiero y recuperar la plena disponibilidad de sus ahorros.

No es ni mucho menos una demanda irracional: mientras los titulares de los depósitos no vuelvan a disponer libremente de su dinero y los bancos no funcionen normalmente, la Argentina no tiene en el horizonte ninguna otra alternativa que la de sumergirse cada vez más en el hondo abismo de la hiperrecesión.

No se trata tampoco de un objetivo imposible de realizar. La solución está al alcance de la mano. Requiere la firme decisión política de avanzar ya mismo en una profunda transformación del sistema financiero. El vector estratégico de esa reconversión integral es profundizar la internacionalización del sistema bancario, una tendencia mundial de carácter estructural que está inscripta en la propia lógica de la globalización financiera.

En términos prácticos, esta alternativa implica impulsar una modificación del actual régimen legal de las entidades financieras, que permita utilizar el enorme poderío económico de los grandes bancos transnacionales para fortalecer la solvencia y la credibilidad de sus filiales locales.

Esta determinación política tiene que ser acompañada por una drástica reestructuración de los demás bancos, públicos o privados, que no podrían sobrevivir en esas nuevas condiciones. Existen ya diversas propuestas concretas y absolutamente viables sobre distintos mecanismos posibles y disponibles para avanzar en esa dirección.

El objetivo político no puede residir nunca en salvar a cualquier precio de la quiebra a un banco o a un conjunto de bancos, sino garantizar plenamente el derecho de propiedad de los ahorristas y consolidar el indispensable saneamiento el sistema financiero nacional. Todas las demás consideraciones, por importantes que puedan aparecer desde la óptica de ciertos intereses sectoriales, sean de carácter económico o político, resultan totalmente hoy secundarias frente a la dimensión de la crisis.

La cuestión no se reduce únicamente a preservar los derechos de los depositantes, ni a restañar - aunque sólo sea parcialmente - el formidable daño causado a la seguridad jurídica y a la credibilidad de las entidades bancarias. Está en juego algo todavía más elemental: la existencia misma de un sistema financiero, instrumento absolutamente imprescindible para el funcionamiento de la actividad económica.

La supuesta y últimamente harto publicitada antinomia entre el sistema financiero y el aparato productivo constituye la consecuencia de un gigantesco error de diagnóstico. La principal de las limitaciones de carácter estructural que afectaron en estos años la competitividad externa de la economía argentina fue, precisamente, el altísimo costo del capital.

Sin una oferta abundante de crédito, a tasas internacionalmente razonables, resulta imposible recuperar la senda del crecimiento económico. Esto significa que, además de terminar rápidamente con el "corralito", la vigorización del sistema financiero es condición para el relanzamiento de la actividad productiva necesario para salir de la recesión.

Pero no estamos frente a un problema financiero susceptible de ser resuelto únicamente a través de medidas simplemente técnicas, que de todos modos requieren una aplicación inmediata. La Argentina atraviesa una monumental crisis de confianza interna y externa. Para enfrentarla con posibilidades de éxito, es imprescindible restablecer la estabilidad monetaria perdida tras la crisis de la convertibilidad.

Porque la estabilidad monetaria no es un concepto ideológico. Es una regla básica para cualquier programa económico sustentable capaz de suscitar la confianza internacional y movilizar el respaldo político de los Estados Unidos y de los demás países del Grupo de los Siete, para destrabar la asistencia financiera de los organismos multilaterales de crédito, empezando por el Fondo Monetario Internacional.

Casi huelga decir que, en las actuales condiciones de la Argentina, estabilidad monetaria es sinónimo de dolarización, entendida no como una teoría económica, ni mucho menos como una panacea, sino como la única opción que surge de los hechos.
Jorge Castro , 22/01/2002

 

 

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